Las ciudades en ruinas
No estamos autorizados a preguntar si la balanza arroja compensación entre las ventajas obtenidas y el peso de innumerables víctimas o si nuestras normas actuales para la vida del espíritu bastan cumplidamente y han de durar o no lo suficiente para no considerar sacrificio insensato la suma de sufrimientos, espasmos y enormidades de las hogueras y de los procesos antiheréticos, y aun los destinos de los muchos «genios» que terminaron en la demencia o en el suicidio.
La historia es acaecimiento; carece de importancia el hecho de si estuvo bien que ocurriese así, de si hubiera sido mejor que no ocurriese, de si estamos en condiciones de entender su «significado».
Así también tuvieron lugar aquellas contiendas por la «libertad» del espíritu, el cual, por cierto, en aquella tardía época folletinesca, llegó en efecto a gozar de una libertad inaudita, insoportable para él mismo, por cuanto, en sus empeños de eludir la tutela eclesiástica y en parte la estatal, no siempre se encontró con una ley auténtica por él formulada y respetada, con una nueva autoridad y legitimidad genuinas.
Anónimo, Castalia, año 2400
Introducción en una epistemología de lo inútil
A los lectores les solicitamos tiempo. Las problemáticas de lo que aquí nos convoca son de una actualidad aterradora tal que preferimos ir despacio. Queremos llegar a tratar las ideas que se nos presentan respecto de las ciudades inteligentes pero solo una vez desplegada nuestra apuesta a partir de la cual nos acercamos al pensamiento.
Una epistemología de lo inútil requerirá prestar atención a las erupciones más minúsculas y los eczemas más sutiles que solo son apreciables por el prurito que generan de vez en cuando. En sintonía con una cosmopolítica de lo cercano, nuestro desafío consistirá en dar ciertas claves para el pensamiento a partir de reconfigurar los lazos que anudan el pasado con el presente. Y, para poder pensar aquello que (por ahora) solo pica, andaremos con el pasado por delante. Por eso pedimos a los lectores tiempo y no paciencia.
Es posible que en algún momento se encuentren bajo la necesidad de dar con una soga que los sostenga ante una exposición que se aparece como amorfa. El desarrollo lineal de las ideas no era posible, tampoco buscado; pero no por esto renunciamos a la promesa de una columna-sostén que mantenga en pie el cuerpo de este texto. Solo que, por el carácter experimental de nuestro trabajo, este sostén puede haber cobrado otra forma. Quizás pueda parecerse más al tejido de un organismo invertebrado, que lo envuelve y lo ordena de una manera particular. O incluso a la propia organización interna de los elementos constitutivos de un organismo como el que nos estamos imaginando.
Dadas estas circunstancias, la hipótesis debajo, además de orientar acerca de nuestras principales preocupaciones, también está destinada a hacer un poco más amable la lectura.
Una hipótesis. El proceso del desarrollo histórico de la humanidad dejó para cada época documentos de las épocas precedentes, “testigos vivos de épocas remotas, (...) síntomas históricos muy importantes” (Vygotski, 2017: 91). Aquellos elementos que quedaron como sobras del tiempo adquirieron –según su propio devenir histórico y el tratamiento que recibieron– el valor de ruinas, de residuos o de restos. Por un lado, cada una de estas categorías implica una relación con lo útil y lo inútil diferente a la de la época que les dio origen. Y por otro lado, para cada categoría corresponde una manifestación singular en relación al tiempo. Llegaremos a sus definiciones.
Nos dedicaremos al estudio de lo inútil justamente porque consideramos que en el rasgo mismo de su inutilidad que define su existencia encontramos una clave histórica para el pensamiento sobre los sistemas de actividad que habilitan formas de habitar el mundo a la vez que inhabilitan otras. Por ello, nos ocuparemos de las ciudades que supimos construir (que constituyeron y constituyen sistemas de actividad determinados). Pero los elementos más valiosos para el pensamiento serán aquellos que subsistieron y permanecen ahora como inútiles dentro de los circuitos de funcionamiento de nuestras ciudades.
Sistemas de actividad. Esta noción proveniente de la zoología designa el hecho de que los modos y formas de conducta de las que dispone un animal constituyen un sistema condicionado por sus órganos y la organización del animal. Según la psicología de Vygotski (2017), el hombre no representaría ninguna excepción a esta ley general. Pero lo que lo define es que este puede ampliar enormemente su radio de actividad –es decir, “el ámbito de formas accesibles y posibles de comportamiento” (Vygotski, 2017: 46)– mediante la utilización de herramientas y signos.
En este sentido, el sistema de actividad condiciona y delimita las formas de conducta del hombre pero, a su vez, el hombre es capaz de transformar su capacidad de acceso a otras formas de organización y comportamiento a partir de la utilización de herramientas y signos. Es decir que el sistema de actividad del hombre ha ido transformándose filogenéticamente al igual que el de otras especies, pero además fue redefiniéndose en el devenir y el devenir-histórico del mismo.
Cada sistema de actividad se define por las relaciones entre los elementos que lo constituyen. Las interconexiones entre los elementos varían consecuentemente con la funcionalidad que le otorguen al organismo; y, por ende, pueden transformarse a lo largo del tiempo.
Lo útil. Sencillamente, nos referimos a lo útil como aquello que tiene una función para un sistema de actividad determinado; y, como podemos suponer, lo inútil como aquello que no cumple ninguna función para el sistema de actividad. La biología –que nunca perdió su capacidad de dotar al resto de las ciencias de analogías esclarecedoras para la fundamentación y el despliegue de sus ideas– muestra que podemos encontrar en ciertas especies restos de órganos; como restos de ojos en animales que viven en la oscuridad, o restos de órganos sexuales en plantas y animales incapaces de reproducirse. Estos órganos rudimentarios no cumplen ninguna función en el sistema de actividad vital general del organismo.
Con esta analogía, Lev Vygotski (2017) piensa el desarrollo histórico de la psiquis y denomina “funciones psíquicas rudimentarias” a aquellas funciones psíquicas conservadas hasta el presente que “no cumplen ningún rol fundamental en la conducta del individuo y que son restos de sistemas de conducta más antiguos” (p. 90-1). Contar con los dedos es un buen ejemplo. Alguna vez, en la historia del desarrollo del individuo contar con los dedos fue fundamental para el cálculo aritmético. Sin embargo, en el individuo adulto, que ya supone las funciones de cálculo interiorizadas (por lo que podría prescindir de contar con los dedos), encontramos evidencias manifiestas de aquella función rudimentaria: insignificante y, al mismo tiempo, profundamente significativa. Innecesarias en sí mismas, estas funciones se han conservado, dice Vygotski (2017), “como vestigios históricos en estado pétreo pero al mismo tiempo vivo en la conducta del hombre contemporáneo” (p. 88).
Con la noción de sistema de actividad, referimos a todo sistema compuesto por elementos interconectados de forma tal que procuren una función para sí. Estas conexiones, como vimos, pueden variar en su devenir histórico; y, para los asuntos humanos, estas se amplían enormemente a raíz de la utilización de herramientas y signos. Así, esta noción resulta una unidad de medida fundamental para el abordaje de nuestros objetos de pensamiento: un organismo, un sistema de conducta, la psiquis, una ciudad inteligente.
“Solo en movimiento el cuerpo muestra lo que es” (Vygotski, 2017: 95). Aquellos elementos que conforman cualquier sistema de actividad humana, e incluso la psiquis misma, son la historia de su desarrollo. La psiquis, una ciudad, son la historia de su desarrollo.
La forma de conocer bajo esta perspectiva significa aplicar las categorías del desarrollo a la investigación de los fenómenos y las formas existentes. En este sentido, no hay contradicción tal entre el estudio de lo histórico y el estudio de lo existente. El método dialéctico –en el que se sostiene la investigación de Vygotski (2017)– implica abordar los fenómenos en todas sus fases y metamorfosis, revelando así su naturaleza.
Pensar en los asuntos humanos implica, entonces, para su comprensión la necesidad de una perspectiva histórica. Sin embargo, consideramos que aquellos restos de épocas anteriores que se conservan a pesar de su infuncionalidad para un sistema dado son precisamente los nodos de acceso más fundamentales para estudiar un cuerpo en movimiento. La epistemología de lo inútil aloja como objetos a estos restos de los que no se verifica ninguna utilidad pero manifiestan una relación específica con el tiempo histórico.
La preocupación por lo inútil. El gesto verdaderamente sustentable que proponemos –más que reivindicar el estudio de lo inútil en sí mismo– es recuperar la tradición que se preocupó por aquellos fenómenos insignificantes de la vida cotidiana. Devolverle la gentileza a aquellos personajes de la historia del pensamiento que encontraban en sus ideas sobre lo inútil una utilidad práctica fundamental[1]. Nos sostenemos fundamentalmente en la lectura de Vygotski puesto que allí encontramos dos cosas: un hilo del cual tirar y cierta sencillez en la transmisión de una preocupación. Por eso es que nuestras referencias explícitas se agotan allí, aún cuando la tradición que me acompaña sea mucho más grande y quizás más fiel a mis reflexiones.
La ciudad en ruinas
Hay ruinas que adquirieron su valor de ruina a partir de un proceso de jerarquización de fenómenos histórico-sociales y modos culturales de pensar la ciudad en su desarrollo como objeto de nuestro análisis. Y hay ruinas a las que le tocó de suerte un destino radicalmente diferente: hay ruinas que se transformaron en ruinas de ruinas, en restos. Si lo que hay de útil en esa jerarquización no puede explicar estos desvíos imprevistos en el desarrollo de la ciudad, es allí donde se vuelve imperiosa una epistemología de lo inútil.
Una clasificación. Anhelando fuertemente la claridad de nuestra exposición, apostamos por el despliegue de nuestras ideas a partir de tres categorías: ruinas, residuos y restos. Se trata de categorías históricas y dinámicas. Intuimos que una epistemología de lo inútil debería tener en claro ciertas distinciones.
Ruina. Aquello que logró reconfigurar todo su valor como pasado-en-el-presente. Una ruina es lo que conservó la utilidad a raíz del paso del tiempo y la contingencia del presente. Encontró un espacio vacío y lo llenó en calidad de antigüedad. Es posible que en una época precedente la utilidad que lo definía estaba inmediatamente ligada al propósito por el cual fue edificado. Sin embargo, luego de caída aquella utilidad, la ruina cobró el valor de ruina, es decir, de pasado-en-el-presente; y por ende, comprensible, caminable, apreciable. No es la misma utilidad, aunque nunca la hubiese perdido. Su carácter de pasado está muerto para siempre. Sobran ejemplos de ruinas que son más valiosas ahora como ruinas para una ciudad que otrora como edificaciones inmediatamente habitables. La ruina funciona como un nodo de acceso al estado de situación presente. Es el fantasma de las navidades presentes.
Residuo. Basura. Paradigmáticamente aquello que sobra. Y eventualmente, lo que se acumula. El residuo es la baba de un caracol, que por un instante es una indicación de su trayectoria y en el instante posterior ya desaparece. Es así, la constatación de un pasado vaporoso. Son los efectos no renovables del sistema de actividad. A veces una casualty, a veces un efecto colateral, a veces polvo. Aquello que obliga a la pregunta de qué hacer con eso y debe mantener abierta. El residuo es lo que queda como inútil luego de pasar por el tamiz de funcionalidad del sistema de actividad y está destinado a ser transformado para siempre en manifestaciones cada vez más grandes de lo inútil. Por ende, la preocupación acerca del residuo es reducirlo al máximo. Cómo tamizar lo tamizado y que el residuo sea cada vez más parecido a lo que desaparece. Por ahora, el horizonte solo se dibuja asintóticamente. Es el fantasma de las navidades futuras.
Resto (propiamente dicho). Una noción compleja por la tradición que la aloja. De ella tomamos la idea del resto como nodo de acceso fundamental al pasado histórico: los ojos en seres que viven en la oscuridad. Lo inútil como la historia del desarrollo de lo inútil, es decir, en su manifestación histórica fundamental. Aquello que por su constitutividad no podría entrar en el terreno de lo útil y, por ende, es aquello que pica. Es un apéndice inflamado, paradigma de lo inútil pero significativo. Constitutivo de un sistema de actividad, hogar de la memoria: es la ruina de ruinas y la asíntota del residuo. El resto es incluso lo que funda el pensamiento, el acto fundacional. Es el fantasma de las navidades pasadas.
Patrimonio. En Huelva, España, se encontraron hace 20 años restos de la antigua muralla romana de San Pedro que data del siglo III a.C. Hoy se pueden ver desde el piso cristalizado de un supermercado que fue construido encima de los restos arquitectónicos luego de haberlos encontrado. Estas ruinas no lograron obtener su valor de ruina y la pregunta de qué hacer con ellas fue rápidamente clausurada. Al no haber utilidad ni un destino sobre el cual se pueda operar podemos decir que estos restos son propiamente restos. Es por eso que nos dicen más sobre el desarrollo histórico de la humanidad y de las formas culturales de conducta que aquellas ruinas que adquirieron su valor de pasado-en-el-presente y son conservadas como ruinas. Debajo del supermercado quedaron enterradas las ruinas de las ruinas, los restos.
Entierro. La noción de enterrar puede esclarecernos esta idea de aquello que se destruye pero se conserva. Con el mismo sentido en que recupera Hegel el doble significado de la expresión Aufhebung: negar y conservar simultáneamente. Las ruinas de ruinas de la historia han sido enterradas y aparecen solo en el presente de forma “oculta y subordinada” (Vygotski, 2017: 173).
Matrimonio. Las formas de conocer (a partir de) lo inútil se constituyen en la operación de devolverle la vida –y no la utilidad– a lo que se nos aparece como un fósil sin nombre. El matrimonio es un nudo en el tiempo y, como tal, es una marca que instaura la memoria y un punto de referencia para el pensamiento[2]. Sencillamente, se nos devela nuestra intencionalidad explicativa con perspectiva histórica como el matrimonio entre el conocimiento y las formas de conocer. También como el matrimonio entre los seres humanos y su historia. Incluso entre los seres humanos.
Las ciudades que supimos construir
El tipo de sistema de actividad que en el que nuestra especie ha sabido edificar y edificarse consistió en el reflejo mutuo de lo edificado en lo edificante y viceversa. Nos referimos a que las ciudades que supimos edificar, en parte, reflejan nuestra constitución subjetiva, pero también, estas ciudades se han construido del mismo modo al interior de nosotros.
Es la misma ciudad en ambos casos (aquella edificada al exterior y edificante del interior y aquella edificada al interior y edificante del exterior) puesto que es el mismo sistema de actividad, es decir, confiere los mismos mecanismos de preservación, de defensa, de producción y de vigilancia, entre otras cosas, solo que en un nivel de análisis diferente. La nervadura de la hoja lacaniana parece adaptarse lo suficiente a nuestra idea que por momentos se difumina en forma y contenido y se vuelve muy dificultoso alcanzar la robustez teórica que anhelamos. Iremos por partes para compensar posibles irregularidades en la significación.
Lo interior y lo exterior. Más que como nociones que se circunscriben a espacialidades excluyentes separadas por un límite infranqueable, comprendemos lo exterior como lo construido desde dentro y lo interior como lo construido desde fuera. Al pasar estos elementos por la pregunta acerca de su historia, comprendemos que el sujeto[3] como categoría-límite es el resultado de una ficción útil, necesaria para la vida social; y a la vez producida por esta. Por lo tanto, resultó efecto y herramienta para la construcción de la vida con otros.
No hay tal infranqueabilidad entre lo interior y lo exterior y ambos se constituyen mutuamente. Lo interior y lo exterior son categorías históricas cuyos orígenes se sostenían en una ficción útil para la conformación de la vida social. Por ello, incluso lo interior y lo exterior requieren de resignificaciones conceptuales históricas[4]. Si la ficción útil ya no fuese funcional a nuestro sistema de actividad, su utilidad quedaría en entredicho.
Detrás de la ficción útil. Considerando la historia del desarrollo psíquico a nivel individual podemos decir que las funciones psíquicas fueron otrora relaciones reales entre las personas. Y detrás de estas relaciones mediadas por la palabra hallaba Pierre Janet, la función real de mando[5]. El poder de la palabra se derivaba de que la palabra fue inicialmente un mandato para otros, es decir, del poder real del jefe sobre el subordinado (Vygotski, 2017). Así como en un inicio el habla es el medio por el cual se domina a los otros –nivel interpsíquico–, luego, el pensamiento es desarrollado como habla interna dirigida hacia el dominio de sí –nivel intrapsíquico. Esta secuencia solo es ubicable en la historia de desarrollo de un individuo. Como expresamos, lo edificante y lo edificado se constituyen mutuamente; y lo que aquí agregamos es que la edificación, en cualquier nivel de su estructura, refleja la relación asimétrica real entre las personas.
La autoridad es la historia de su desarrollo. Estas relaciones asimétricas aparecen como constitutivas tanto de la subjetividad como de la organización social y otros sistemas de actividad propios de los asuntos humanos. Esta forma de comprender la autoridad, heredada de la Modernidad, nos lleva a preguntarnos por la autoridad como la historia de su desarrollo.
En la Antigüedad, o incluso cuando el cristianismo monopolizaba la transmisión del sistema de signos culturales, la autoridad se derivaba de un designio, de una condición previa o de Dios; y se encarnaba en un hombre. El punto de partida era el nacimiento, o incluso previo a este.
Cuando aquel sistema de signos dejó de hacer sentido, la autoridad se reconfiguró en la Modernidad como una relación social. Se transformó en la ligazón entre al menos dos. Una ligazón basada en la asimetría constitutiva de la relación de autoridad. Este salto revolucionario dejaba tras sí rastros de la autoridad como designio, encarnable en uno solo. Un rastro pegajoso de su estadio anterior que cuando hacía síntoma en la Modernidad se resignificaba bajo un sistema de signos anterior –venerable como cualquier antigüedad–, o rápidamente entraba bajo la categoría de locura o delirio mesiánico –residuos paradigmáticos productos de la época.
A la idea de autoridad como relación le subyacía la lógica institucional y el Estado como articulador de sentido: lo que luego, se transformó (al menos para gran parte de la teoría política) en la autoridad como crisis. A fines del siglo XX, la incompatibilidad de la existencia con las relaciones humanas resituó la categoría de la autoridad como una manifestación de su declive, o del declive en sí mismo. La crisis de la autoridad era la crisis de las instituciones, de la educación y de la palabra. Precisamente, es crisis de todo eso porque de lo que hay crisis es de las categorías históricas para el pensamiento.
La autoridad es uno de los elementos de la existencia humana que tuvo visibles resignificaciones a lo largo de la historia pero que, recién ahora, cuando se sugiere su declive y emerge su carácter inútil –bajo la pregunta por su funcionalidad, la pregunta del ‘¿para qué?’– nos permite abordarla en su dimensión histórica y configura un nodo de acceso para el pensamiento sobre lo humano.
La historia de las relaciones asimétricas de poder han definido para cada época un modo de edificar y edificarse. La pregunta por lo inútil, nos invita a pensar sobre la autoridad –esta vez– en su aspecto de reflejo de las ciudades inteligentes. Es una ciudad que, en sus dimensiones interior y exterior, parece responder a una autoridad que cobró un carácter radial con un centro inubicable.
Terreno árido. El desarrollo de una ciudad inteligente depende de una automatización diferente a la Metrópolis de Fritz Lang. Es una ciudad que no cabe en la imaginación de nadie pero que a su vez no comporta nada de inimaginable. La relación entre sus elementos es inmediata, la retroalimentación en bucle está motorizada por un algoritmo preparado para autoperfeccionarse y el dominio es radial. Todo es consumido por la máquina inteligente que ahora llamamos ciudad. La relación entre sus elementos está preparada para absorber todo reciclándolo como información, como data útil para la existencia misma de la ciudad inteligente. Todo se transforma en útil. En desierto.
La humanidad como apéndice
Entiéndase que la apuesta verdaderamente sustentable es sin nosotros. Si la categoría de lo humano se transforma de modo tal que cuadre con la medida de lo útil pues podría conservarse –como ruina– como un animal embalsamado o como el Coliseo romano; en fin, como puro presente.
Entonces, ¿cuál es el acto fundacional? y, ¿qué queda por fuera? En la definición de ciudad debe haber algo que se instituye como exterior a la vez que ocurre la definición.
Echar suertes. La ciudad inteligente propone un sistema de actividad en el cual el ser humano no ejercita ninguna funcionalidad, no tiene ningún espacio vital en el espacio. Nos volvimos inútiles, eso está claro.
En el peor de los casos, nuestro trayecto se definirá de forma asintótica como conjuntos cada vez más grandes de polvo transformándose en data.
En el mejor de los casos seremos las ruinas de ruinas que, a los ojos de los hombres de Castalia, permanecerán vivas en el juego de los abalorios como historia necesaria para el pensamiento. Seremos los ojos de quienes viven en la oscuridad. Seremos el sacrificio necesario para una nueva ley totémica, para el comienzo de otra historia. Regresaremos en la posteridad sintomáticamente como un apéndice inflamado: inútil pero significativo. Terminaremos en el sótano de algún supermercado.
Referencias:
Hesse, Hermann (2015). El juego de los abalorios. Buenos Aires: Alianza.
Vygotski, Lev (2017). Historia del desarrollo de las funciones psíquicas superiores. Buenos Aires: Colihue.
Notas:
[1] Vygotski reconoció en el trabajo de Sigmund Freud sobre los fenómenos de la vida cotidiana una preocupación compartida valiosísima por aquellos elementos cercanos de una aparente insignificancia para el estudio de la psiquis.
[2] Para mayor profundización sobre el nudo como primer registro instaurador de la historia y antecedente fundamental de la escritura para el desarrollo de la memoria cultural, véase Vygotsky (2017: 110-115).
[3] Lo que efectivamente no podemos negar es la necesidad de la ficción útil del yo-cuerpo. Sin embargo, la categoría de sujeto ha adquirido una nota tan cercana que merece también su atención.
[4] Aprovechamos para proponer el término de “arraigamiento” por sobre el de “internalización” al momento de transmitir la teoría vygotskiana. Creemos que así al menos colaboraríamos a una apreciación más adecuada de las nociones básicas de su teoría.
[5] Para profundizar en este punto, véase el desarrollo del gesto de señalar en Vygotski (2017: 220).
Paula Sofía Gulman
Becaria doctoral CONICET-UBA-IIGG. Docente UBA – Facultad de Psicología.
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