Sobre el presente dossier
Los contemporáneos de este tiempo pueden encontrarse, en casi cualquier región del universo por la que circulen, con la sospecha sobre el posible y cercano fin de la humanidad. Hay quienes consideran que la destrucción podría proceder de las acciones humanas; otros, en cambio, por la dinámica propia del universo.
Están los que se inclinan a pensar que el final podría acaecer por una transformación lo suficientemente radical del animal humano. Sostienen que las nuevas entidades que estarían desarrollándose en –y/o a partir de– él podrían adquirir modificaciones de una envergadura tal en la que ya no sea posible reconocer rastro alguno de lo que la especie fue por milenios.
Esta última y cada vez menos hipotética situación provendría de la destrucción de la cultura que gestó a lo humano y que le permitió sostenerse como tal, o de las implicancias de los avances tecnológicos, o de los efectos de ambos movimientos en conjunto.
Las respuestas a estas ideas suelen ser de lo más diversas: conmoción, perturbación, risa, desprecio, esperanza, melancolía, alegría, angustia, entre otras. Pero sea cual fuere la reacción que aquellas susciten, no puede negarse la constante presencia y la importancia de la problemática para la actualidad.
Como ya se advirtió en casi todo el mundo, evidentemente la pandemia arroja mayor problematicidad a esa situación. E incluso pareciera estar acelerando algunos de esos procesos. Por ende, continuar estudiando algunas dimensiones de aquellas ideas en estos peculiares tiempos quizá pueda generar algo más que reacciones y así orientar al pensamiento de los contemporáneos de este tiempo y de los que vendrán.
En los dossiers anteriores, la pandemia fue abordada por dos caminos: uno directo (“Pensar la pandemia. La filosofía interpelada por el COVID-19”) y otro indirecto (“Arte, Sociedad y Filosofía. Una nueva mirada sobre la pandemia”).
En esta ocasión, la hospitalidad de la Bitácora de la Biblioteca de la Filosofía Venidera, dirigida por el filósofo Fabián Ludueña Romandini, acoge el intento de abordar una región del acervo cultural humano que se encuentra actualmente amenazada, sino devastada, por la misma situación pandémica (aunque, como se percibirá, no únicamente por ella). Nos referimos al tradicional gesto de la humanidad, el cual consistía en intentar alcanzar una trama invisible común al universo y a los seres humanos, la cual pueda alzarse políticamente para guiar al mundo humano.
En ese complejísimo y aún enigmático camino, que evitaremos recorrer aquí, la especie se topó con la denominada“armonía”. Y bajo este significante fue posible establecer las más diversas vinculaciones entre entes, en principio, muy diferentes entre sí. Algunas tuvieron una especial atención y alcanzaron un mayor desarrollo que otras. Dentro de todas las relaciones establecidas y sus diversas modelizaciones históricas, para analizar el estado de situación actual de la humanidad, consideramos prudente seleccionar las de psyché y cosmos, así como las armónicas relaciones que se tejieron entre sí.
Es preciso reconocer que este dossier partió de la premisa según la cual una de las piezas fundantes de la humanidad, sino de su armonía, es la ligazón entre lo que denominamos psyché y cosmos (u otras terminologías, referentes a entidades relativamente similares, pero que varían dependiendo de la civilización y la época de la que se trate).
Es sabido, puesto que también se afirma por doquier, que algunas tendencias actuales hacen peligrar los cimientos tanto de la psyché como del cosmos; y también hay otras de índole similar que embisten y amenazan las históricas articulaciones de esas dos nociones. Por ende, resulta lógico suponer que las crisis actuales de ambas entidades y, más aún, de sus vínculos recíprocos podrían constituir ejes importantes para analizar el punto de inflexión en el que se encuentra la especie humana. Y también lo sería para sopesar la permanente referencia a la inestabilidad que atraviesa aquello que le habría permitido al ser humano ser lo que quizá todavía sea.
Por todo esto, consideramos que los trabajos que constituyen el presente dossier funcionan como prismas para abordar las ineludibles problemáticas recién referidas. Así y todo, como el/la lector/a notará, las temáticas que se abordan en este dossier, no se detienen allí.
El trabajo y la generosidad intelectual de los autores pudieron ir mucho más allá. Y así es que esta edición de la Bitácora de la BFV se benefició de esa peculiar suerte inspiradora que atravesó a Florencia Abadi, Jeff Malpas, Richard Tarnas, Diana María Murguía Monsalvo, Alberto Fragio y Donald Goldsmith, logrando componer un dossier a la altura de una cuestión tan compleja.
El lector encontrará desarrollos próximos a la teoría, a la crítica y a la especulación, herramientas fundamentales de las más diversas disciplinas. Y si bien los estilos son cercanos al espíritu reflexivo de tipo filosófico, cierto es que se pueden encontrar abordajes desde distintas áreas, procedentes de territorios diversos como la astronomía, la psicología, la historia, el análisis cultural, la estética, la teología, la política y la poesía.
Pero la riqueza del dossier no sólo surge de las distintas incursiones en los campos próximos a la filosofía o en la diversidad de áreas inmersas en el vasto territorio de las humanidades. Los textos también se nutren de territorios lejanos para los que se dejen llevar por las apariencias de nuestra época, pero de la mayor relevancia para la problemática que nos convoca. Así se pretende discutir con la hegemónica tendencia hacia la especialización que circula en las instituciones académico-científicas del mundo; pero, vale aclarar, no para eliminarla, sino para reducir su omnipresencia y equilibrar los poderes de estudio.
De esta manera, los escritos de estos autores ofrecen un espacio para alentar a los contemporáneos a continuar, aunque sea a través de pequeñísimos pasos, esa tradición disciplinaria integral de la cual se han sabido enriquecer las más diversas vertientes de estudio y que constituye un acervo invaluable de la humanidad.
Con todo, este reconocimiento a las/os que escribieron, que debe ser mayor aún en épocas tan difíciles como las presentes, también les cabe a aquellas/os que comenzaron la escritura de sus respectivos textos para este dossier y se vieron obligados a frenar o posponer sus trabajos para el próximo número por razones mayores. Así como es preciso detenerse para agradecer a los/as que escribieron, también es justo hacerlo para con las amigas y los amigos que fueron invitadas/os al presente dossier, procedentes de las regiones mundanas más diversas, y que finalmente no pudieron escribir por razones vinculadas, directa o indirectamente, a la situación pandémica. No cabe duda que todas/os ellas/os acompañan a este dossier a través de las fuerzas que emanaron de sus respectivos entusiasmos. Las ideas que emergieron del diálogo mantenido –en algunos casos– durante los últimos años, deben saberlo, también acompañan la presente edición de la Bitácora de la BFV.
Quien estuvo a cargo de este dossier, también se encuentra dentro de la lista de autoras y autores que, finalmente, no pudieron escribir su texto. Algunas cuestiones vinculadas a la pandemia y otras tantas que se encuentran más relacionadas al estado de situación del mundo que se viene gestando hace un lago tiempo, terminaron por imposibilitar que lleve a cabo dicha tarea.
Por eso, antes de despedir al lector, invitándolo a recorrer cada uno de los bellísimos escritos de las/os autoras/es del presente dossier, quisiéramos compartir algunos esbozos e ideas que brotaron a partir de la lectura de estos textos y de la oscuridad que acompañaba a la luz de los últimos acontecimientos.
Sobre la falta de armonía y el gran “reset” civilizacional
Se acercan las etapas finales del año 2021 y en el mundo se respira un aire confuso. El relativo descanso que la pandemia ofreció en los últimos meses, en ciertas zonas y por rapsódicos momentos, todavía es ínfimo en comparación con los desastres sucedidos y con lo que, se advierte, advendrá (sea estrictamente pandémico o relativo al “The Great Reset” civilizacional sobre el cual tanto se insiste actualmente en las regiones donde hoy en día se discute realmente lo político).
Sea como fuere, los seres humanos se encuentran en una realidad que no pueden estabilizar siquiera para pensar y con un lenguaje que ha quedado obsoleto. Y esto no tanto por su vocabulario, sino más bien por su estructura semántica y sintáctica. La idea de que era necesario “una lengua nueva para un pueblo nuevo” está siendo puesta a prueba con notable éxito, salvo que en otra dirección a la deseada por quien la enunció.
El ser humano y su lenguaje se encuentran perplejos frente a una realidad a la cual sólo pueden referir murmurando. El animal humano interactúa en ella, cada vez más, a través de un lenguaje algorítmico que desconoce, pero que una serie de programas informáticos le traduce, “como a los niños”, a un lenguaje familiar, simple y directo. Es decir, los habitantes del siglo XXI saben perfectamente que ya no pueden siquiera intentar nombrar la realidad en la que se encuentran ni en la que interactúan. Ya no hay nombre –siquiera fallido– para la realidad. Las implicancias ontológicas –y ontológico-políticas– que para los humanos tiene la imposibilidad de nombrar están desplegándose por todo el espectro sintomatológico que puede atravesarlos.
Del otro lado, la nueva realidad se presenta absolutamente impasible para con los seres vivos. Su indiferencia, obviamente, también alcanza al quehacer del animal humano, quien tan sólo interactúa con una realidad duplicada que se le presenta enfrente, de forma sencilla y entretenida, perdiendo la capacidad de intervenir el mundo. Por cierto, cabe dejar constancia del impacto que genera el hecho de que aquella operación de intervención en el mundo que hace no mucho tiempo atrás era, aunque compleja y difícil de realizar, familiar, hoy se percibe directamente imposible.
Esa sensación de lejanía respecto a la real posibilidad de transformar el mundo que tiene cada uno de los individuos del siglo XXI, quizá permita evidenciar que no es la humanidad la que está “construyendo el mundo por venir”, la que estaría “progresando”, “descubriendo”, “inventando”, y menos aun la que debería estar orgullosa de lo que se ha logrado tecno-científicamente. No es la humanidad quien lleva adelante esas acciones. No se trata de ese supuesto “nosotros, la humanidad”. Quizá sea más realista decir que se trata de un grupo de poder que ha logrado convencer a la mayoría de las personas del globo terráqueo (vale decir, sin mucha argumentación) para que se unan en su cruzada para transformar el mundo, según sus designios. A cambio, ofrecen toda una serie de “supuestos” que habrá que analizar en otra oportunidad para juzgarlos debidamente (ej. simpleza, eficacia, seguridad, entretenimiento y tantos otros).
El mundo ya no es el que era, ni tampoco lo son sus habitantes. La existencia mundana se juega en otra estructura lógica de sentido. Una que, poco a poco, y con mucho dolor, angustia y resistencia, los seres humanos apenas están comenzando a descubrir (primero a través de sensaciones extrañas en sus cuerpos, luego en lo que era la psyché y finalmente en lo que antaño se denominaba cosmos).
Así es que las categorías de las cuales usualmente el ser humano se servía para pensar el mundo, hoy, parecen desvanecerse cuando se las implementa sobre esta realidad absolutamente novedosa, plasmada en virtud de un nuevo ordenamiento global, cuya temporalidad, sustrato y dinámica parecen responder a lógicas todavía impensadas.
Una de esas ideas que se utilizaban y que actualmente se manifiestan ineficaces es la de la armonía (sea en el marco de los astros, de la música, de la política y/o de las almas del mundo). Durante siglos ella funcionó para pensar el mundo, tanto teológica como políticamente. Entre otras, la armonía, con todos sus vaivenes, constituyó una pieza fundamental para entrelazar el modo de concebir las lógicas ocultas que animan a la dimensión material del universo y a los cuerpos de los seres humanos. En esa historia se comenzó a pensar el cosmos y la psyché, así como sus históricas articulaciones.
Como ya se dijo, en la actualidad, la armonía no sólo está en crisis, sino que aparece como directamente olvidada en sus elementos fundamentales. El tan variado uso que se hace del término no es más que la constatación de su ya consumada extinción. Ya no hay significado, ni doctrina a la que el ser humano se remita cuando aquella es nombrada. Su mención es tan sólo estética y, como ya es usual en estos tiempos, a los meros fines del entretenimiento (quizá no esté de más advertir que, aun cuando aquí se hayan hecho todos los esfuerzos para evitar ir en la misma dirección, puede que no se haya podido evitarlo).
Pero ese no es el único problema que se visualiza actualmente con la armonía. También existen, desde hace tiempo, toda una serie de movimientos teóricos y experimentales (en la cosmología, música, política y psicología) que apuntan a verificar cuál es la plasticidad de la armonía para pensar sus respectivos objetos de referencia. Es decir, desafían las tradicionales vías para alcanzar la armonía (ej. la música atonal o politonal), con el fin de poder desplegar al interior de sus áreas un multiverso de posibilidades. Pero la reutilización de algunas de esas indagaciones en el marco de las lógicas hegemónicas invita a preguntar si acaso estas últimas están pretendiendo amplificar el mundo armónico o ya directamente posicionarse por fuera del mismo.
El claroscuro epocal así generado tiñe el universo anímico de los seres humanos y muy especialmente el de aquellos que han pretendido dejar de serlo para devenir otros de los que eran (haya sido por amor, por amor al saber o por fe). Si aquellas categorías de las que se servían los seres humanos para pensar el mundo ya no pueden cumplir su función, si en su lugar se implementan otras que responden a algoritmos y si es cierto que las facultades superiores de los seres humanos se constituyen a través de los signos que ellos implementan, no resulta difícil imaginarse el desgarrador estado de la psyché en la actualidad (para constatar lo mismo respecto del planeta Tierra no hace falta la imaginación).
Golpe Mundial
Con la prudencia debida, es preciso decir que se está asistiendo a un caso bastante extraño de lo que se solía denominar golpe de Estado, pero a escala mundial. Dada la delicadeza del asunto, es necesario aclarar esto.
El golpe es más bien un movimiento que, al ser tan agresivo como aquél, se confunde con el mismo. En su proceder, vale enunciarlo, las dinámicas sobre las personas no son las tradicionales de un golpe de estado. Tampoco se realiza en una serie de horas, días o semanas, sino en un período compuesto por algunos años. No es un golpe estruendoso, sino más bien un movimiento sutil aunque penetrante y constante. Finalmente, no consiste en una acción frente a un Estado, sino de múltiples acciones a lo largo y ancho de una importante porción del mundo.
Se trata de un movimiento agresivo y permanente realizado durante el lapso de algunos años, con períodos más combativos que otros, pero siempre presente, llevado adelante en una cantidad de países lo suficientemente representativa en términos de capacidad de mando en el mundo, para apropiarse de lo que distintos sectores de la humanidad han tenido en sus manos y que hace un tiempo parecía, al menos, estar en la de los sistemas democráticos; nos referimos a la política, es decir, a la capacidad de ofrecer una respuesta a la pregunta de cómo se quiere vivir, cuál es el sentido u horizonte de la civilización, así como de qué manera se pretende guiar a la misma en aquellas direcciones.
Esta serie de preguntas que hacen a la dimensión central de la política y que por algunos momentos históricos (a veces muy prolongados) estuvo en manos de grupos de poder religiosos y en otros militares y que desde hace un tiempo se pretendía que estuviera en manos de la población o de sus representantes democráticos, hoy, y desde hace una década por lo menos, están siendo extirpadas de todos esos sitios para discutirse, responderse y actuar en consecuencia en el seno de otro grupo de poder. Uno que no fue votado en ningún lado y que está determinando cómo vivir, cuál es el sentido u horizonte de la civilización, así como las vías para perseguirlos (cambiando la faz de la Tierra; comenzando a hacer lo propio en otros astros; construyendo nuevos modos de estar/ser/existir; generando un mundo virtual paralelo al físico, en el cual se están concentrando todas las interacciones humanas, desde la más íntima a la más distante, de las más privadas a las más públicas).
Que el poder tecnológico esté usurpando la dimensión de lo político más determinante se vuelve cada vez más patente. E incluso ya está en vías de quitarle a los Estados y a los funcionarios lo único que les quedaba (o aquello a lo cual se habían reducido), es decir, la administración de la vida biológica y técnica de la población humana. La intención ya está explicitada y puede constatarla cualquier que se anime a buscarla (por cierto, es comprensible la resistencia a hacerlo).
Para poder demostrar el punto en estos tiempos, creemos conveniente no quedarnos solamente con las palabras de aquellos que lo enuncian (sean llamados profetas, empresarios o políticos); sino también explicitar algún hecho. En ese sentido, importante es señalar que desde hace más de una década que la tecnología IA ya ha salido a disputarle directamente, y en elecciones reales y concretas, esos roles de políticos y administradores a las personas que desde hace tiempo vienen cumpliendo esas funciones. El caso de Tama, un distrito de la ciudad de Tokio, fue paradigmático. Allí, Michihito Matsuda, un robot de IA, salió tercero en las elecciones del 2018 para cumplir la función de alcalde. Pero claramente este constituye tan sólo uno de los primeros intentos. Año tras año, en los diversos congresos y exposiciones tecnológicas (no en los congresos de ciencia política), se exponen numerosos avances en esa dirección, dejando entrever que nada se interpondrá en el cumplimiento de sus objetivos.
Existe la posibilidad (la cual algunos ya pronostican como ineludible) de que el día de mañana la robótica IA gane las elecciones frente a las personas para asumir el rol de determinar la mejor forma de vida posible, el sentido u horizonte de la civilización, así como la mejor forma de alcanzarlos.
Si esto sucediese, es importante ya advertir que no habrá sido posible solamente por un avance de la IA, sino también, y quizá sobre todo, por una reducción suscitada en los últimos tiempos de las amplias capacidades del ser humano a las dimensiones que podría compartir con un robot IA. Mientras el mundo humano se viene preguntando si alguna vez un robot IA podrá hacer todo aquello que pudo/puede el ser humano, lo cierto es que, en la práctica, lo que realmente está sucediendo es el proceso inverso: el ser humano, cada vez, se está acercando más y más al robot IA. A mediados del siglo XX se decía que el nuevo imperativo categórico kantiano para el porvenir, es decir, para nuestra época, pareciera ser “Actúa de manera tal que la máxima de tu acción pueda ser programada”.
Por todo lo referido es posible decir que el grupo de poder tecno-científico se encuentra realizando un golpe o un asalto al grupo de poder que tradicionalmente venía –o se pretendía que viniese– tomando las decisiones relativas al campo de lo político.
Pero esto no debe sorprender. Los autores de la denominada “revolución científica” tenían una idea similar y, de hecho, lo explicitaron cada vez que pudieron. Pero abrigados por la cómoda idea que se divulgó y que afirmaba que aquellos eran tan sólo científicos, la mayoría de los que se dedican a la política no los leyeron.
Otros, en cambio, los leyeron demasiado bien y captaron el potencial político que aquellos explicitaban. Poco a poco, se fueron construyendo pequeños grupos de poder que hacían política tecno-científicamente. El devenir de esos grupos puede rastrearse, entre otras regiones, hasta Silicon Valley y sus alrededores.
Sea como fuera, la politicidad de la ciencia moderna pasó desapercibida, deliberadamente ocultada, hasta que fue demasiado tarde; es decir, hasta que el poder que habita en la ciencia pudo plasmarse en el planeta técnicamente y comenzar a conformar un mundo tecnológico.
Luego de mucho trabajo y diálogos en soledad (ya que para muchos, hace un par de años, los problemas cosmológicos, espaciales y científicos todavía no formaban parte de los problemas políticos que “había que tratar”), en el libro El imperio científico. Investigaciones político-espaciales del 2017 rastreamos parte de esa historia sucedida en los albores de la ciencia moderna, relativa a las intenciones políticas que, con plena consciencia, manifestaban los autores de la “revolución científica”. Allí se hizo evidente que existía, desde sus inicios, un intento por tomar el poder político y que el devenir de la alianza con la técnica sería de capital importancia para ese objetivo.
Si bien no es el único, el caso más paradigmático es el de Isaac Newton (sobre todo por la cercanía que actualmente hay respecto de ciertas fechas por él vaticinadas). Luego de afirmar que, después de Copérnico, Kepler, Galileo y obviamente él, ya se habían alcanzado las leyes divinas y que ya no era posible para un mortal tocar más de cerca a los dioses, señaló que todo su desarrollo filosófico-científico tenía el propósito teológico-político de preparar la elaboración de un Reino para el advenimiento del fin de una era y el comienzo de otra; todo lo cual se daría aproximadamente en el año 2060. Más allá de la posible coincidencia de las fechas, no deja de ser llamativo que él mismo expresara, sumamente preocupado, que la cosmovisión hacia la que parecían derivar sus conclusiones teóricas, si no se tenía en consideración la cuestión de la armonía, podrían llevar a que en el futuro ya no hubiera lugar para las mentes, sino tan sólo para la Mente (una idea sugerente que exploraremos próximamente).
El devenir de la modernidad, sumado a la crisis epistemológica de la ciencia a finales del siglo XIX e inicios del siglo XX, hizo patente que la toma de poder no se iba a realizar exactamente conforme a las ideas políticas (filosóficas y científicas) de aquellos autores. Las teorías vinculadas a la armonía, el alma, la psyché y el cosmos irían perdiendo su lugar. Pero no cabe duda que en los textos de esos autores existía una importante base teórica que constituyó los esbozos nucleares de los orígenes del actual movimiento tecno-científico para tomar el poder, decidir lo político y administrar el mundo.
La idea de una armonía que entrelace ordenada y bellamente al cosmos y a la psyché, cada vez, parece menos posible. Pero de lo que ya no parece haber dudas es que fue abandonada por quienes hoy se han puesto a cargo de las grandes preguntas de la política.
La parte nuclear del proyecto ahora en curso ya estaba explicitada en la revolución científica disponible para todos. Al igual que hoy, en aquél entonces también faltó el ánimo para leer.
Esperemos que en la oscuridad de la noche los vientos vuelvan a soplar…
Fernando Beresñak es Investigador del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) en la Universidad de Buenos Aires (UBA/FSOC/IIGG) de la República Argentina. Es Profesor Titular de Filosofía en la Facultad de Humanidades de la Universidad de Belgrano. Se doctoró por la Universidad de Buenos Aires en ciencias sociales, especializándose en filosofía política. Realizó la maestría en ciencias políticas por el IDAES (UNSAM), es graduado del posgrado “psicoanálisis y ciencias sociales” por la FLACSO y abogado, también por la UBA. Luego de haberse dedicado a los problemas de la temporalidad, la espacialidad y la subjetividad (haciendo especial hincapié en las implicancias jurídico-políticas de la revolución científica), actualmente se encuentra analizando, con una periodicidad de largo alcance, el problema político de la psyché y sus relaciones con la cosmología y la tecnociencia. Es autor del libro El imperio científico. Investigaciones político-espaciales (Miño y Dávila editores, 2017).
Como se trata de lograr alcanzar una trama invisible común al universo y a los seres humanos si hoy cada individuo construye para si y con su propio lenguaje esta trama invisible que le sirve de guía para navegar por su propio mundo que el mismo creo
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