Presentación de Psyché y Techné: Sospechas sobre una Relación Intrincada
Sobre la temática del presente dossier y las colaboraciones
— I —
Hasta bien avanzado el siglo XXI era común enfocar las investigaciones filosófico-políticas hacia una exploración de las potencias latentes que los seres humanos podrían activar para liberarse de aquello que ya no querrían ser y, así, devenir otros. Esto sucedía en parte como resultado de los análisis desarrollados por las líneas críticas, arqueológicas, genealógicas, deconstructivistas y otras, las cuales señalaban los aspectos culturales que constituyen pero también limitan a los seres humanos.
Hace unos pocos años, también se focalizó en otra cuestión, temáticamente cercana a la anterior, aunque muy distinta en cuanto a sus implicancias. Nos referimos a la problemática subyacente a la hipótesis del fin ‒o no‒ de la humanidad debido a su inminente y radical transformación, ya sea procedente del desmantelamiento de la cultura que la hizo nacer y la sostuvo hasta el presente, de los avances de la tecno-ciencia, o bien de ambos.
Con una temporalidad relativamente reciente se incrementaron los discursos sobre la posibilidad de que las características tecnocientíficas del mundo contemporáneo puedan modificar a la humanidad al punto tal de llevarla a alcanzar otra condición, otro estatuto, otra entidad, otra estructura, otro modo de existir, sino directamente de ser.
Con todo, aún no se puede terminar de localizar con precisión la específica región en donde esas mutaciones estarían aconteciendo. Es por eso que, para analizar el estado de situación de la problemática, resulta prudente seleccionar algunas nociones de capital importancia para la historia, el presente y el futuro humano. En este sentido, en el 2021 llevamos adelante un dossier que trabajó sobre las nociones de “psyché y cosmos; la armonía de la humanidad en crisis” ( Psyché y Cosmos | Bitácora de la BFV (germyd.wixsite.com ).
Sin embargo, esa fue tan solo una de las aproximaciones que resulta necesario realizar. Es posible seguir buscando otras respuestas, ampliando el conocimiento y enriqueciendo el campo reflexivo acercándonos a otros ámbitos conceptuales lindantes.
— II —
Así, una vez más, la hospitalidad de la Bitácora de la Biblioteca de la Filosofía Venidera, dirigida por el filósofo Fabián Ludueña Romandini, vuelve a alojar el tratamiento de una región invaluable para el acervo cultural humano. En esta oportunidad, exploraremos las relaciones que podrían tener las nociones de psyché y techné, tratando de desmontar, pero también reconstruir aquello que las constituye; de ahí el subtítulo de este dossier: “Psyché y Techné: sospechas de una relación intrincada”.
Esas nociones, así como sus peculiares relaciones, se encuentran atravesando una crisis profunda. La dificultad para tratarla está agravada debido a que sus respectivas historias y sus complejos estatutos no siempre han sido abordados adecuadamente. La relación entre psyché y techné está cargada de fábulas, malentendidos y mixturas procedentes de las más diversas regiones disciplinares. Por ende, la comprensión de esas nociones todavía está pendiente.
Aquí seguiremos explorando la premisa de trabajo según la cual resulta ineludible estudiar las nociones que, por distintas razones, se podrían considerar piezas fundantes de la humanidad. En ese sentido, sería viable considerar que una de las bases constitutivas de lo que ella llegó a ser fue la aparición (separada o conjunta) de la psyché y la techné (u otras terminologías, referentes a las mismas entidades, pero que varían dependiendo de la civilización y la época de la que se trate), así como sus mutuas relaciones.
Aquí coincidimos con la afirmación, según la cual, existirían crisis actuales que hacen peligrar los cimientos de las psyché y de las techné (al menos tal y como se la supo entender por milenios). Habría crisis de índole similar que embisten, amenazan y alteran sustancialmente las históricas articulaciones de ambas entidades. También se vislumbran incipientes potencialidades para ambas, así como renovadas relaciones.
Como podrá observa el lector, en este dossier se abordan explícita o implícitamente estas cuestiones tomando todos los elementos en juego o tan sólo uno de ellos. Así, los puntos de inflexión alcanzados por los análisis de las personas que colaboraron en este dossier, consideramos, bien podrían irradiar hacia numerosas investigaciones que enriquezcan el campo de acción filosófico en los años venideros.
Es por eso que cabe agradecer muy especialmente a quienes, en tiempos para nada sencillos en términos civilizatorios y en muchos casos también personales, tuvieron el gesto de amistad, pero también la sensibilidad y el coraje para escribir sobre estas temáticas. Allí van, entonces, hacia distintas partes del planeta Tierra, los reconocimientos para Eva Illouz, Dan Kotliar, Mónica Cragnolini, Montserrat Crespín Morales, Fabián Ludueña Romandini, Angelika Bönker-Vallon, Shinji Kajitani, William Mattioli, Carla Francalanci e Isabel Millar.
Los trabajos de estas/os autoras/es (sean historias críticas de la psyché y la techné, de sus articulaciones, o bien especulaciones sobre sus posibles desarrollos futuros) funcionan como prismas para continuar sopesando la permanente referencia a la inestabilidad y a los peligros que atraviesa aquello que le habría permitido al ser humano ser lo que quizá todavía sea. Pero también permiten explorar regiones potenciales que pongan en ejercicio eso que hemos enjaulado bajo el término libertad.
Sobre las funciones psíquicas como objeto de disputa tecnológico
— III —
Es sabido que Michel Foucault insistía en la idea de que la figura de lo humano, que en el siglo XX nos resultaba sumamente familiar, estaba pronta a disolverse. Pero también señaló que ella era un proyecto reciente; más precisamente, una invención moderna.
Los estudios del filósofo francés sobre la modernidad demostraron que el humano moderno también era el producto del encierro y una disciplina que, mediante el ejercicio del poder-saber, gestionaba detalladamente cuerpos dóciles, aumentando sus fuerzas en términos productivos y disminuyéndolas políticamente. El mundo moderno trabajaba sobre los gestos, movimientos y actitudes de los cuerpos; buscaba la economía, eficacia y organización de los mismos; y todo esto mediante una vigilancia continua de los procesos. Fabricando hábitos y costumbres pragmático-productivos, esos cuerpos eran concebidos como máquinas.
Ahora bien, si quisiéramos contraponer aquel modelo moderno al que se estaría imponiendo en la actualidad, podríamos hacerlo sirviéndonos de tres de sus elementos estructurantes: el objeto de disputa, la herramienta para disputar ese objeto y, finalmente, el medio para efectivizar el uso de esa herramienta sobre el objeto en cuestión. Tomando en consideración esos tres elementos podemos caracterizar el modelo moderno al que refería Foucault del siguiente modo: el cuerpo físico como objeto de disputa; el “saber-poder hacer” productivista como herramienta de la operación; el encierro, la vigilancia y la disciplina constante como medio. Sin embargo, el modelo incipiente del siglo XXI ofrecerá cambios determinantes: las funciones psíquicas superiores (aquellas propias de lo humano) serán el objeto de ataque (y ya no sola ni principalmente los cuerpos dóciles); el “saber-poder operar” tecnocrático será la herramienta operativa (y ya no sola ni principalmente el saber-poder hacer productivista); y el uso de dispositivos tecnológicos será lo que mediatizará el estar en el mundo (y ya no sólo ni principalmente el encierro, la vigilancia y la disciplina).
No es la ideología o el cuerpo, sino la cognición el nuevo campo de batalla donde se libra todo un nuevo saber-poder que ya no nos interpela o dirige obviamente a pensar, pero tampoco a un hacer, sino directamente a un operar. Operamos dispositivos ya programados para tal o cual cosa (y, por ende, ya nada se piensa o hace por fuera de aquello para lo cual esos dispositivos están programados). La fábrica del mundo devino “el mundo”; y parece estar alcanzando grados sumamente altos de perfección en su programación y funcionando casi en automático, siendo los seres humanos sus más rudimentarios operarios.
Por esta vía, el poder-saber tecnológico localiza un nuevo objeto donde depositar toda su potencia: ya no sola o principalmente la esfera pública, los cuerpos, el campo discursivo, sino la cognición y, más precisamente, las funciones psíquicas superiores. A través del uso de la tecnología se mediatiza la relación que establecemos con el mundo y la forma de estar en él. Pero dada la potencia que tiene y el rol de omni-mediador que se adjudica (y logra), ella termina por convertirse en la única forma de estar en el mundo y de relacionarse con él. Así, dado que la estructura tecnológica tiende a la programación automática, los seres humanos que en ella transitan recorren un camino unidireccional que desarrolla en ellos tan sólo un saber-poder operar dispositivos programados para tales o cuales fines específicos. Este modo de operar refuerza el uso de tan sólo algunas de las funciones psíquicas superiores, abandonando sino directamente rechazando otras; además, aquellas que emplea, las utiliza dentro de espectros de acción hiper reducidos y con fines específicos que diseñan el paso a paso de su andar para mantener la unidireccionalidad, ya previamente establecida, hiper delimitada.
— IV —
Si Lev Vygotski tenía razón cuando afirmaba que las funciones psíquicas superiores emergen de la internalización que realizamos de las relaciones interpersonales externas que establecemos a través de signos y herramientas específicos, pues entonces no pareciera descabellado afirmar que la modificación de los signos y herramientas que los seres humanos están utilizando en sus relaciones externas actuales irán modificando (a partir de la internalización) las funciones psíquicas superiores con las que contaban los seres humanos desde hace milenios, y en donde se apoyaba la posibilidad de la civilización.
Vygotski insistió en que, más allá de la subjetividad, también las funciones psíquicas superiores (memoria lógica, dominio de la atención, voluntad, creación conceptual, entre otras) son el producto de construcciones histórico-culturales. La psiquis (que requiere como condición necesaria pero no suficiente un específico sustrato biológico), se modelizaría internalizando relaciones que primero suceden externamente y que están determinadas por los signos y las herramientas que utilizamos allí, en la sociabilidad de la cultura.
Es decir que actualmente podríamos estar conformando una eliminación y/o modificación de algunas de las funciones psíquicas superiores a partir de la internalización de relaciones tejidas sobre signos y herramientas lógico-matemáticos totalmente ajenos a la tradición de la historia de la humanidad (en gran parte, porque se basan en la capacidad, ya no de pensar o hacer, sino de operar objetos técnicos ya programados para hacer acciones u objetos específicos).
Aun cuando estas posibles modelizaciones de la psiquis puedan ser incluso mejores o peores que las anteriores (no estamos discutiendo eso ahora), debemos advertir que la cultura se tejió y se apoyó, de principio a lo que podría ser su fin, sobre funciones psíquicas que, según parece, estarían comenzando a mutar o desaparecer por primera vez, luego de haberse mantenido relativamente constantes durante varios milenios dentro de cada cultura.
Estas podrían ser algunas de las razones de la actual crisis de la política, el derecho, la economía, el arte, la filosofía, entre otras disciplinas. Pero, más importante aún, si así fuera, podríamos advertir que nos encontramos frente a una serie de crisis de naturalezas radicalmente distintas a las que la humanidad supo enfrentarse en el pasado y a la que algunos todavía creen tener enfrente.
Si es cierta, como parece serlo, la hipótesis de una disminución o desaparición de las funciones psíquicas en los seres humanos, cabe preguntar: ¿Cómo podrá la humanidad interpelarse a sí misma si ya no se reconoce? ¿Cómo podrá intentar salvarse si ya no sabe qué o quién es? ¿Cómo podrá dialogar consigo si ya no parece siquiera encontrar las herramientas mínimas de comunicación? ¿Cómo podrá la humanidad sin aquello en lo cual siempre se apoyó para llegar a ser lo que fue y también lo que no llegó a ser?
En definitiva: en el caso de que, como estiman algunos, la humanidad esté deviniendo, reconociéndose y legitimándose como un elemento operativo más de un mundo programado, ¿qué otra posibilidad le quedará que devenir en un software de aplicación y programador de la conducta sino de la cognición humana?
Sobre la posibilidad de una mutación ya acontecida
— V —
No son pocos los que afirman que la mutación de los seres humanos ya sucedió. Otros intentan negar esta afirmación señalando que, más allá de algunos indicios, no se perciben ni evidencian modificaciones sustanciales de la escala sostenida por los primeros. Sin embargo, es sabido que algunos acontecimientos, aun cuando ya sucedieron, requieren tiempo para llegar a ser no sólo asimilados, sino también en muchos casos incluso percibidos; y esta especie de “miopía” o “resistencia”, también vale para quienes llevaron adelante las acciones que desencadenaron el acontecimiento y para aquellos en quienes se encarnan sus efectos.
Siguiendo esta última idea, y apoyándonos en lo ya explicitado, podríamos sugerir que lo que a grandes rasgos solíamos denominar psiquis ya comenzó a dejar de ser lo que era. Más precisamente, sería una prudente advertencia señalar que las funciones psíquicas superiores parecen encontrarse lentamente redefiniéndose sino incluso, en algunos casos, directamente desapareciendo. Por su parte, también conviene reconocer que la corporalidad no detuvo su contundente proceso de transformaciones. Día tras días ella continúa siendo reducida a una máquina biológica productiva. Los seres humanos parecen ya haber mutado y, sin embargo, no parecen poder percibirlo.
No es que aquí consideremos que la psiquis y la corporalidad tengan un estatuto puro que estaría siendo desnaturalizado. Sólo que ellas parecen estar siendo dirigidas en una sola dirección que extirpa cualquier otra variable y reduce el campo de lo posible. Y toda esa maquinaria tecnológica se lleva adelante con tanta fuerza, velocidad y precisión que las potencialidades que la psiquis y la corporalidad podrían tener en sí o llegar a tener se ven no sólo desvitalizadas, sino eliminadas.
Es decir, aquí no se presupone un tipo de psiquis y de cuerpo “humanos”, los cuales estarían siendo modificados. Como se dijo anteriormente, siguiendo a Foucault, la figura de lo humano fue un proyecto inacabado cuya invención relativamente reciente ya se encontraba llegando a su fin sobre finales del siglo XX. El problema que se advierte es que lo que sea que fuera ‒o que podría llegar a ser‒ una psiquis o un cuerpo se encuentra reducido, imposibilitado o extirpado por el tipo de relación que el mundo tecnológico está tejiendo con las funciones psíquicas superiores y con la corporalidad.
Las psiquis y los cuerpos que antaño se daban a la tarea de alojar aquello que estaba más allá de la comprensión de los seres humanos, y que en la modernidad se fueron transformando en entes productivos, ahora se ven reducidos a operar y amortiguar los golpes que la actual vida tecnológica cotidiana dispone por doquier y a cada segundo.
Y, como si esto fuera poco, tampoco parece haber un hogar, siquiera una cueva, que se convierta en refugio de otro tipo de estancias. Ya no hay entidad que abrace los frágiles y bellos restos de aquél maravilloso gesto que consiste en amar ‒lo cual siempre es amar al saber‒. Sólo hay dispositivos que registran información.
Para percibir la mutación dada probablemente falte volver a despertar la sensibilidad; y para afrontarla, quizá sea necesario retomar el desarrollo de las artes del coraje. Tareas ambas de difícil realización en una sociedad cada vez más tendiente a la sensiblería, a una versión triste de lo políticamente correcto y día tras días más desprovista de las herramientas que la humanidad había alcanzado para lidiar con lo que siempre se le presentificó insistiendo y persistiendo como problemático. Falta un hábitat que aloje lo terrible. Falta el gesto que genera la belleza y lo bueno.
Algunos tienen la esperanza de que algún estruendoso acontecimiento ofrezca la notificación final de la mutación y que el impacto de semejante noticia tardía surta su imprevisible efecto. Quienes así lo consideran no parecen notar que semejante creencia es un síntoma más de una época inocente (al menos en algunos sectores), la cual tiene la firme creencia de que la mera circulación de información tendría el poder de generar alguna otra reacción que la indignación momentánea y la banal espectacularización del drama humano.
Otros, en cambio, escépticos y desconsolados, tragan las lágrimas de tinta que ya ninguna mirada recoge ni, quizá, podría recoger. Alimentan esas lagunas de tristeza con palabras que ya perdieron todo su sentido para un exterior vacío que nada refleja y todo silencia.
Pero también podría ser que estos últimos no estén tan desesperanzados… Quizá el gesto de retener las lágrimas y ahogar las palabras constituya una forma de refugio para el sentido y el poder que ellas conllevan. Quizá, procedente de legados ancestrales, allí se esté llevando adelante un conjuro anímico que trascienda las fronteras de la historia ‒demasiado‒ humana. Quizá, sin saberlo plenamente, semejantes acciones estén poniendo en práctica una especie de receta alquímica que podría gestar la voz, sino el grito para que, bajo un error, pueda acontecer lo necesario y aflorar una alienígena lengua nueva.
Esperemos que en la oscuridad de la noche los vientos vuelvan a soplar…
Fernando Beresñak es Investigador del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) en la Universidad de Buenos Aires (UBA/FSOC/IIGG) de la República Argentina. Es Profesor Titular de Filosofía en la Facultad de Humanidades de la Universidad de Belgrano. Se doctoró por la Universidad de Buenos Aires en ciencias sociales, especializándose en filosofía política. Realizó la maestría en ciencias políticas por el IDAES (UNSAM), es graduado del posgrado “psicoanálisis y ciencias sociales” por la FLACSO y abogado, también por la UBA. Luego de haberse dedicado a los problemas de la temporalidad, la espacialidad y la subjetividad (haciendo especial hincapié en las implicancias jurídico-políticas de la revolución científica), actualmente se encuentra analizando, con una periodicidad de largo alcance, el problema político del espacio de la psyché y sus relaciones con la tecno-ciencia. Entre otras publicaciones, es autor del libro El imperio científico. Investigaciones político-espaciales (Miño y Dávila editores, 2017).
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