#HabitarInocente Recuperar el concepto de habitar inocente asociado a una compaginación de pliegues existenciales, modos de vida que se sostienen en el ejercicio acompasado de un gesto, el cual despliega un ritmo singular sostenido. (=>Investigación sobre el ethos desarrollado por Foucault, Deleuze en los cursos sobre MF, Hadot) Ritmo que con el paso de los días y las noches acumula un espesor, memoria de la materia replicante (cadenas de nucleótidos) en su ir tomando forma, con-formando individuaciones. Habitar es en definitiva incorporar, incardinar hábitos. Leyendo las cartas desde el Gulag redactadas por el espectro paciente Pavel Florenskij, arropado por las interminables estepas y las luces boreales, notamos cómo el Cosmos se condensa en la mirada absorta del cuerpo vibrante, la experiencia se vuelve umbral donde las sensibilidades van componiendo un cuadro articulado en un Caos vivo, el efecto del choque que fulgura en el instante y alumbra la creación de algo (una obra) estética. Hacer y contemplar reunidos, indisolubles, indistinguibles. Goce estético: energía liberada y pérdida. Devenir imperceptible: “Lo que no está bien es que el móvil, en lugar del interés por la obra, sean la vanidad y el amor propio, que sustituyen la realidad por la propia persona. De eso es lo que quiero prevenirte. Entierra la planta, riégala, cuídala y el resto confiíalo a una fuerza organizadora para que produzca lo que pueda producir. No la obstaculices ni la importunes, déjala tranquila. Nada se pierde en el mundo y el trabajo siempre da sus frutos, aunque a menudo sean bastante distintos a los que se esperaban” (Florenskij, Carta a su hija Olia del 8 de abril de 1934. Noche Skovorodinó. Cartas de la prisión y de los campos: p. 100) [1]
#SueñosAnantrópicos Veo// hombres pues/ veo seres/ como árboles/ sólo que aquellos/ van y vienen. (W.G. Sebald) Los seres vegetales (los hongos también cumplieron su labor en la Gran Oxidación –ver al respecto el caso actual del hongo mutante en Chernobil que absorbe radiación y la transforma en energía–) y su existencia dadora de mundo -somos, como dice Coccia, parte del sueño imaginado por las plantas–. En ese caso, como intuyó Alberto Caeiro, la enfermedad del pensar, la patología de la metafísica humanista (lo fechable aquí, en cuanto a la aparición de esa figura epistémica del Hombre, sigue siendo un problema que enloquece no sólo las líneas temporales creadas por la práctica historiográfica, sino nuestra posible interpretación de cuándo existe y cómo vive/piensa ese concepto encarnado) está no en el pensamiento en sí, sino en el despliegue de un modo particular de esa respiración común (sinpoietica). La metafísica humanista reduce esa respiración y la ancla a un centro motor (el hombre) de la que parte el movimiento hacia un afuera que se “piensa y produce” como resultado de ese centro. La imaginación y el pensamiento, así, se desprenden del espacio soñado de las plantas y los seres vegetales (si seguimos a Coccia en su fabulación especulativa), y los seres vegetales no solo dejan de ser, sino que los humanos pierden las capacidades de existencia que la conexión con el pensamiento vegetal les da. Esa existencia es la que intenta rescatar, por ejemplo, la poética-experiencia de Caeiro. En este sentido toda una tradición que piensa la aparición de la polis como espacio de emergencia del hombre y las reglas políticas, jurídicas y sociales que lo constituyen, se remite a la técnica de la tala de árboles, la apertura de claros en la espesura del bosque, para la fabricación de refugios y móviles marítimos por ejemplo. Heidegger (revisar la reflexión de Deleuze en torno a esto en el tercer curso sobre Foucault) y Norbert Elias pueden ser convocados como representantes de esta tradición que intenta dar cuenta de la antropogénesis en los bosques (el evolucionismo biológico y las teorías darwinistas por supuesto que son un referente ineludible). La tala de árboles y la disposición de los claros para la siembra despejan el espacio para el pensamiento; su exacerbación aniquila esos seres en tanto seres y habilita el espacio para el pensamiento metafísico, lo desprende de las raíces terrestres y eleva hacia un espacio más allá de todo (el topos uranos). El pensamiento desarraigado paradójicamente viaja pero ahora a partir de un cuerpo y una sociedad sedentaria. El sedentarismo sin embargo produce un efecto extraño: se crea la polis, pero luego el tedio, quizás, promueve un deseo de ampliar los límites de ese emplazamiento hacia otros confines. (verla psico-geohistoria de las urbes desplegada por Sloterdijk en Esferas II Globos). El Hombre, entonces, viaja, con el pensamiento primero, y, luego, emprende el recorrido en el espacio, proyectado antes en la imaginación –¿inicio del homo conqueror?–. Un pequeño ensayo sobre la Teoría del viaje del olvidado George Santayana ilustra esta idea antropocentrada del movimiento del pensar, sentir y actuar en tanto operadores de transformación terrestre y cosmológica. (ver cómo se introduce allí la comparación entre animales y plantas, tomando como centro del argumento el tema de la movilidad y la capacidad de pensar). Aquí es donde irrumpe, produce un corte, el tándem Haraway-LeGuin-Korol-Tsing y la idea del viaje guiado por las esporas, el aroma vegetal y las huellas del viaje aéreo de las semillas luego caídas en un terreno fértil. Entonces, viaje vegetal, y no animal-humano que, una vez asentadas las semillas diseminadas, comienzan a florecer y crear en conexión, el espacio imaginado y soñado por las plantas (el oxígeno que respiramos) –Coccia puesto a imaginar junto con Eduardo Khon–. “¿Por qué las flores despiden su perfume? ¿Por qué las plantas tienen flores tan grandes que son capaces de engullir ‘todo el cuerpo de un insecto’? La respuesta a esta última pregunta es obvia: el tamaño de las flores es tal precisamente para que los insectos puedan adentrarse en ellas de cuerpo entero. Dicho lo cual, se comprende que ‘las plantas son capaces de escuchar y pensar’ (eso leemos en las leyendas de la Antigüedad) y, sobre todo, se comprende que ¡¡¡poseen alma!!! ¡Y qué alma!...Pero hay aún otro aspecto de interés en esto: el ‘jardín’ y en general cualquier jardín, ‘es nuestro y terrenal’, a la vez que ‘no es tan nuestro ni tan terrenal’, pues es también un jardín ‘futuro’, ‘de ultratumba’. Entonces se comprende también el porqué de ‘el invierno y el verano’, pues es desde el invierno y por medio del verano que la simiente ‘sale de su tumba’, después de haber pasado todo el invierno ‘bajo tierra’. (Vasili Rózanov, El apocalipsis de nuestro tiempo, p. 123).
#MultiversosMundosPosibles La terraformación intractiva y la práctica de la siembra de mundos: La especulación supone un trabajo de poesis denso, un mecanismo sumamente complejo, una praxis donde la ficción se despega de los regímenes de veridicción y verificación binarios, perezosos. En algún punto, la disputa por las ficciones especulativas requiere retomar las discusiones sobre las potencias de la imaginación y el estatuto y rol que desempeña en la sensibilización (percepción/conocimiento) de lo real; en nuestro caso particular, exhumar las discusiones en torno a las ficciones literarias será central, pero no para revivir pretensiones de realismo reducidos a una racionalidad científica estrecha, sino para elevarlas a una interrogación sobre lo que hay y los modos de existencia de esos existentes. Lo especulativo no equivale al despliegue de las capacidades cognitivas ponderadas por las neurociencias, ancladas en un reduccionismo de la tradición racionalista moderna de Occidente. Lo especulativo supone un ámbito abigarrado de “capacidades” emergentes, un espaciamiento similar a la potencia averroísta de la imaginación común. La especulación, entonces, como la producción simpoiética de los holoentes harawayanos, en este caso “poseyendo” un cuerpo material reconocido dentro de la especie homínida, aunque no coincida con la figura Humana que la categoría de especie sustentada por cierto discurso biologicista decimonónico supone. Ese es un problema que la antropología ha puesto en primer plano. Si ficcionar, en un sentido metafísico general, es abrir un cosmos, en sentido local un earthworlding de los existentes de Tierra, que, para retomar algo dicho anteriormente, sueñan la materialidad del mundo que habitan, hay por ello ficciones (literarias-jurídicas-sociales, etc) que entrarían dentro de este movimiento especulativo mayor enriqueciéndolo, proliferando sus capas. O lo que es lo mismo, hay determinadas espacio-temporalizciónes que toman forma a partir del pensamiento (afección) de esos entes “por fuera” de la mente humana y buscan entablar una coexistencia a partir de la pregunta por la carta de ciudadanía ontológica, jurídica, etc. de esos seres. Por ello importa qué ficciones sostienen la ilusión, el sueño, de qué mundo (la espesura, y ya no sólo la dimensionalidad ni tampoco la sola extensión de los mundos, es crucial). “El sistema budista dice que nuestro universo, junto con 1.000 millones de universos similares, flota dentro de un solo grano de polen en el interior de una antera de una flor de loto que crece en un platillo sujetado por un buda llamado Inmenso Océano Vairochana” (Morton, El pensamiento ecológico). Habría, por otra parte, ficciones raquíticas, ateridas, que cercenan la densidad, la adelgazan, cortando las torsiones en un movimiento que produce una línea (de nuevo, el pensamiento desenraizado). La especulación, propia del ejercicio literario, retomando a Alexandre Nodari, ejercita, desde una posición de sujeto (posición {posesión) la oblicuación de esa posición, una transición hasta un espacio abierto, no en-si-mismado, más vasto, intensivamente hablando, una torsión cuántica, no cuantitativa, apertura del yo (instancia fastamática) no solo hacia el otro, sino hacia otro (gracias Zé Miguel Visnik por estas revelaciones). En este punto, en este bucle, es donde la especulación se entrelaza y enmaraña con el espacio del sueño, no solo nocturno, sino el sueño diurno destendido (junto con las sábanas que lo arropaban en el perímetro íntimo de la cama) por el surrealismo, por ejemplo, y antes por los utópicos de fines del XVIII y todo el XIX. Sueño destendido en esos tiempos de utopías donde esas mismas sábanas reservadas en la intimidad, se utilizaban para tender un mantel comunitario sobre una mesa, alrededor de la cual la imaginación común se abría como una flor, que servía como un portal, meticulosamente diseñado/fabricado, hacia otros mundos, uotopos. Mantel, lienzo, o la Gran Hoja del livre de Mallarmé, ahí estaba ese espacio soñante que crecía merced a las potencias comunes que entrelazadas, torsionadas emergían, intractivamente, y no solo interactivamente. La tesis de Jamaeson popularizada por Zizek y diseminada en los intersticios de la blogosfera por Mark Fisher, según la cual “es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo” detecta como centro del problema el empobrecimiento de la imaginación. Podríamos, para seguir con nuestras imágenes, decir que ese sueño destendido fue privatizado, pero no para retornar a la reclusión de las cuatro paredes de una habitación, ni al centro motor de una psique individual. La privatización del sueño capitalista operó una privación de los sueños distendidos, y en un movimiento inescindible, esa privación se fue volviendo incapacidad por obra de la acumulación de imágenes oníricas plagadas de deseos y esperanzas en apariencia comunes, pero que sin embargo, a medida que el tiempo ha transcurrido (siglo XX y XXI) algunos vemos que se trata de pesadillas diagramadas por la maquinaria recursiva y recursivizante (todo pasa a ser recurso) del Capital –extracción > explotación > consumición >desecho-. Ya lo sabía Benjamin, y el Libro de los Pasajes no quiso ser sino un inmenso atrapasueños de esas pesadillas que, una vez despejadas como telaraña, nos permitiría reactivar el sueño diurno, después del despertar. Sueño, de nuevo, donde las potencias soñantes se reencontrarán con el espacio abierto, común de los colectivos jugando el difícil juego de la existencia. El sueño del capitalismo con sus centros de producción (siempre debe haber algo que sueña, recordemos la imagen de nuestros mundos terrestres como materia del sueño en común destendido por las plantas) y sus espacios de elucubración (un concepto que se distancia de los manteles, lienzos y hojas en espacios abiertos) incapacita los sueños e imaginaciones destendidas. En su lugar las imágenes del capital se proyectan sobre el cuerpo del individuo, suturando sus bordes y creando una ilusión de habitar un espacio de experiencias y deseos compartido. El lienzo, el mantel se han partido y repartido en trozos, desactivando la “magia” de ese artefacto imaginativo, El General Dreamer (algo así como un avatar postantropocéntrico y postcognitivista del General Intellect) desaparece y en su lugar aparece la conexión de deseos privados, aislados, que coinciden en un nuevo espacio, el mercado de consumo donde todxs compiten movidos por el ansia de alcanzar y engullir mercancías (el orbe entero coincide con esta categoría), las cuales sin embargo no hacen sino cavar un hondo pozo interno insaciable, el cual hace las veces del combustible de ese huida infinita hacia adelante. “En el antiguo texto mongol conocido como Yüan Ch’ao pi-shih (Historia secreta de los mongoles) se narra uno de los más audaces mitos originarios de Homo al revelar que su linaje se remonta a la unión de una cierva y un lobo en el río Omon, a los pies de la montaña sagrada de Burkan-Kaldun, bajo la protección de Köko-Tengri, el dios de los Cielos. Así, el primer humano entre los mongoles fue Dobun el Sabio quien encontró el amor en Alan-Ko’a y tuvo una descendencia de dos hijos. Una vez fallecido Dobun, Alan-Ko’a dio a luz otros tres hijos por efecto de la milagrosa intervención del dios Tengri (HAENSCH, 1948; CLEAVES, 1982). En estos relatos la antropotecnia se muestra como mitopoiesis originaria y se establecen las genealogías sagradas: el secreto de Homo es su doble genealogía animal y divina, vástago cósmico de la naturaleza y los dioses. En contraste los Póstumos desprecian lo Invisible, rechazan las potencias que encarnaban los dioses confiándolas a la locura y se proponen reconstruir la genealogía de lo viviente para superar la animalidad de Homo hacia una nueva configuración más allá de la vida de carbono. La teología algorítmica prepara su Nuevo Génesis donde animales y dioses seansustituidos por ciberinteligencias y entidades de silicio como el Ordenador Cuántico Universal. La Singularidad designa el evento que marcará el final de un recorrido de millones de años de vida sobre Gaia para abrirse, en un futuro impredecible, hacia una cosmogonía neotérica donde el nombre de vida será completamente inadecuado para designarlos nuevos entes que aspirarán a la ‘supremacía cuántica’ en la taxonomía post-humana” (Ludueña Romandini, Summa Cosmologiae. Breve tratado (político) de inmortalidad. La comunidad de los espectros IV, pp.135-136). El desafío, entonces, radica en desenchufar esa conexión Póstuma, y diseñar otras. Pero esta vez, otra vez pero única vez, el sueño diurno, el mantel, el lienzo, y por qué no las pantallas (smartphones, Smart-tvs, notebooks, etc.) deben convocar ya no solo a hombres que imaginan y sueñan en común sociedades humanas autónomas, emancipadas y más justas, sino que ese mantel debe ser co-tejido, esa hoja co-escrita por una multiplicidad de actores no-humanxs. Incluso los existentes técnicos han de participar, pues sabemos que son agentes terraformadores activos, potencias ontológicas que ordenan el espacio común de una polis siempre monstruosa, tentacular. ¿Existen indicios de esos manteles simbióticos, inter-transespecies? Creemos que sí, se encuentran, como pequeñas luciérnagas resistiendo la luminosidad omnímoda del Capital, son hoy el material sobre y con el cual se construye el sueño transhumanista de los Póstumos (silicio, litio, oro, plata, metales diversos; tierras para el monocultivo, vegetales y hongos sintetizados en los laboratorios farmacéuticos; animales de granjas industriales; y por supuesto las millones de vidas consideradas proto-humanas, salvajes, incivilizadas, primitivas, etc.), materiales que en otras epistemologías sueñan, sienten, piensan, dibujan cartografías alternativas, son constelaciones oscuras, que subtienden otras cosmologías, otras conexiones, otras ontologías y otras leyes, en definitiva otros juegos y múltiples sueños, que requieren una mirada atenta, una escucha, una pericia para poder salir a lo que parece un imposible Afuera.
#Imaginar “«… no se llama imaginario porque se trate de una ficción mental sino porque el intelecto no puede conocerlo directamente» (SERBELLONUS, volumen I, 1657: 801, col 2). Un mundo imaginario es perfectamente concebible como plenamente objetivo a condición de admitir que la imaginación posee una agencia, como facultad supra-humana, de sostener universos allende el Ser que se despliegan en la pluralidad de una realidad que supera los límites del Ser.” (Ludueña Romandini, Summa Cosmologiae. Breve tratado (político) de inmortalidad. La comunidad de los espectros IV, pp. 140-141).
Nota
[1] Ver p. 85 –Carta a Kirill-; p. 126 y 127 Carta a Olechka 8 de febrero de 1935 sobre la distinción de la figura del Caos como ley de la naturaleza o ley moral antrópica en Tiutchev y Dostoievski respectivamente).
Belisario Zalazar
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