Habitar, aprender a vivir pero sobre todo aprender a morir. Porque desde que los primeros homínidos –siguiendo un patrón que no pertenece a la excepcionalidad de la especie humana, sino a la variedad pletórica de lo viviente– se reunieron en grupos, de lo que se trata es de crear, en conexión con las redes que ya actúan en el Afuera –la intemperie– un espacio habitable. Esa co-producción requiere pericia, una salida arriesgada cuyo contacto con esas redes implica la posibilidad del peligro y la muerte. Sin embargo, la pericia se nutre de una escucha, un reconocimiento de la potencia agencial de los materiales bióticos y abióticos –en una dimensión existencial sin jerarquías–. En el reconocimiento de un cierto orden previo, frágil, vulnerable y precario radica in nuce la factibilidad de una sociedad humana, cuyo despliegue necesita, para ensamblarse a él o entrar en con-tacto, y eventualmente modificar las redes y conexiones previas, mantener un oído y una mirada atentas.
Mal habitamos, en nuestro tiempo desolado, desértico y plano, un planeta herido. La irrupción global del virus Covid-19 ha puesto en escena los habitos de destrucción acarreados durante siglos sobre las redes de con-vivencia tejidas con esmero por los agentes de Gaia en la geohistoria, por lo menos desde la Era del Holoceno. La pregunta inmediata, la más urgente quizás sea: ¿qué sería convivir en un espacio tiempo acechado por los virus y microbios mutantes y/o despertados por el colapso ambiental?
La muerte, negada por los aparatos y dispositivos humanistas, ha retornado con el furor y la violencia de lo reprimido. Este hecho produce un shock en el aparato psíquico del individuo neoliberal, genera una herida, una hendidura en el cuerpo tecnodigital del socius Cyborg transhumanista. El tiempo plano, simétrico y deshistorizado que servía de cápsula insistencial se quiebra, y acechado por su propio fantasma genera pánico y ansiedad. La máquina que mantiene funcionando la fantasía del sujeto reducido a un bit capaz de viajar por el espacio sin fronteras del Capital sin sufrir alteraciones o extravíos en el Afuera, falla. Sin embargo, en los momentos posteriores al colapso el sensorium queda preso de las imágenes de ese mundo previo a la catástrofe en una especie de loop regresivo, un mecanismo de defensa que impide el encuentro con lo Real. Romper el hechizo implica dejarse acechar por los espectros conjurados por el modo de vida hipermoderno. Espectros de un futuro perdido invaden el imaginario y toman posesión de la red sináptica, promoviendo movimientos epilépticos de la imaginación en dirección hacia un Posible abierto por el virus. El discurso biomédico del cuerpo sano siempre mejorable, y perfectible para el disfrute (confort) y el máximo rendimientos (trabajo), es puesto en jaque por la miseria del abandono neoliberal, visibilizado por las muertes de a miles.
La inmovilización y el aislamiento deben ser un proceso, un camino hacia otro mundo, no la regla, un momento para hacer de esto una experiencia, para escuchar los espectros de la muerte cercana, de la pobreza acumulada, de una red que debe comenzar a tejerse por fuera de la web (www) diseñada por Google, y quizás, sobre todo, a través de esos no-humanos (virus, animales, indígenas) negados por el discurso antropocentrico sobre el que se construyó la cápsula que habitamos los individuos 2.0 o 3.0 – según la distribución y acceso a recursos y espacios virtuales-digitales–. La tarea es colectiva, el shock, como pensaba Benjamin a la luz de las vanguardias, debe ser capaz de crear las condiciones políticas para que otro mundo sea posible. Para habitar de otros modos se necesita hacer lugar a la acción sympoietica de especies en compañía, volver a atender a esas redes tendidas en el Afuera, y que en determinado instante de ¿nuestra? Historia decidimos aniquilar para imponer un Orden sin lazos con las historias de esas redes frágiles, precariamente ordenadas y contingentes. Necesitamos rediseñar nuestros hábitos, comenzando por el respirar, para salir de la ansiedad y el loop maníaco.
Lucha por los (h)usos del tiempo.
Sueño: estabas en forma de mensaje de texto y la eliminación me daba tristeza.
Sensación: me siento como un celular al que se le va acabando la batería a medida q pasan las horas, y me doy cuenta del paso cronometrado d tiempo por el reloj del SmartPhone o de la TV.
Sueño: estar en las horas previas a una fiesta grande, pero los encuentros esporádicos se suceden y demoran la llegada a la Fiesta. Resignificar esos espaciamientos, esas transiciones para extenderlos en encuentros intensivos, para desacelerar la escalera mecánica de la promesa siempre postergada del "ahora sí vas a tener lo que buscabas, lo que te habíamos dicho q necesitabas y deseabas".
Intercambiando mensajes y estableciendo conversaciones con amigues extra-muros pude constatar que se produjo una destitución subjetiva generalizada, visible sobre todo en el plano del deseo: las altas dosis de entretenimiento y tiempo muerto (sensibilidad neoliberal) causaron hastío y un entumecimiento de la conciencia del goce inmediato. El no-saber-qué despertó la inquietud, la pregunta por la alternativa de otros modos de anclar el deseo en hasta ahora (para muches) inexperimentados objetos, en otras máquinas de producción energética no consumistas. El placer asoma quizás con el despliegue de narrativas apenas sentidas, un horizonte abierto por una molestia y un hastío.
Tiempo, muerte, virus, espectros, sueño(s) del siglo XIX continúan activos. Debemos despertar en este siglo XXI, y en ese deslizamiento, intentar, tal vez, comenzar a habitar de un modo inocente (ignoscente -no saber) la materialidad del cosmos, aprender por fin a vivir, aprender por fin, en el Fin, a morir y re-vivir en un mundo zombie, al borde de la vida, como el virus que es como algunos lo llaman “una existencia al límite de lo vivo”.
Convivir no implica una relación de cercanía, de hecho los habitares requieren una distancia y entrar en contacto (las películas de alienígenas nos lo han enseñado mediante la disciplina del terror) con fuerzas extrañas, ancestrales y desconocidas requiere cuidado extremo. Hay fuerzas y formas que es mejor no tocar, no invadir, su sola imagen en contacto con nuestras fuerzas cognitivas ya sea mediante el recurso de la imaginación o bien de los artefactos técnicos deben bastar para saciar la voluntad de saber. De nuevo el no-saber como límite proliferante. O bien nos invitan a un devenir-con que sugieren una relectura de los habituales modos de tocar o entrar en contacto con los vivientes y seres inanimados, relectura que supone un rediseño. Haraway propone una posibilidad alternativa al tocar-asir-perforar-dañar-explotar para un mundo simpoietico de recuperación y bucles multiespecies en una relación basada en la intimidad sin proximidad, por ejemplo, para tocar de manera real, material y afectiva los arrecifes corales, fabulada por las gemelas (nunca somos individuos) Wertheim. En esta ecología de cuidados situada se inventa una nueva y vibrante aventura de descubrimientos que se teje por fuera del relato filo-sófico ingeniado por las técnicas y conocimientos del Hombre.
Inconsciente técnico: ya no soñamos con paisajes preurbanizados (montañas, bosques, ríos, océanos), nuestros espacios se han ido reduciendo adoptando la forma de celulares, automóviles, edificios con ambientes pequeños. Ya no hablamos con las plantas y los animales como lo hacían Gilgamesh, o lo hacen los pueblos amerindios. Ya no hablamos ni soñamos con las estrellas. Hemos perdido la capacidad de comunicarnos con lo otro de lo humano, un modo estrecho de ser humanos. Esa comunicación pide una escucha y nosotros no paramos de hablar una lengua monovalente y semánticamente pobre, pragmática, unidimensional, económicamente instrumental.
No solo la subjetividad y la sensibilidad neoliberales están siendo heridas y desmembradas, es el cuerpo, la representación de un cuerpo individual, autosuficiente, sustancial y con límites precisos trazables por los límites de la especie, la raza, la clase, etc. se rompe. Los individual boundaries ceden ante una vieja idea que tomó fuerza con los trabajos de Lynn Margulis (relevada por pensadoras como Donna Haraway): los organismos son sistemas abiertos, complejos, compuestos (compost) por un millar de microorganismos que habitan (y nos habitan) desde el origen de la vida en la Tierra. Bacterías, arqueas y virus (organismos a-celulares) cooperan sin un plan determinado en la evolución (transmutación no lineal) de las formas de vida que aparecen y subtienden las distintas esferas que con-forman este planeta que orbita una estrella marginada en el extremo de una galaxia más entre millones.
Virus: expuso una verdad ya “revelada” por el sistema de medios técnicos digitales distribuidos en el sistema social y político a partir de la década del 90 del siglo pasado: el hecho de que nuestros cuerpos son ensamblajes materiales que transmiten y receptan información, una máquina abierta que metaboliza energía en un proceso continuo de mutación cósmica, cuyo destino, por lo menos en el modelo de un uni-verso, es la muerte térmica. La muerte, sin embargo, no acaece como efecto de un programa teleológico; la muerte es el espectro siempre-ahí de los ensamblajes; su temporalidad es extraña, espectral no solo como un pasado que retorna, o de un doble que acecha la presencia, sino como un expectro (una expectativa que viene desde el porvenir). Como telegrama mutilado, ruido de fondo intraducible por la máquina semiótica del lenguaje articulado, y hasta el momento no codificado por ninguna máquina biomédica o computacional, la entropía (otro nombre de la muerte) se retira para que los tiempos tracen las imágenes, sustratos materiales de toda comunicación inscripta en todo sistema organizado (vivo y no-vivo). El reverso de esta red digital que modeliza nuestra experiencia del mundo electrónico: la narrativa inercial de los signos viajando en un espacio virtual donde el tiempo puede ser reducido a cero de acuerdo a la velocidad de los canales fabricados por la tecnociencia, borra el es-x-pectro, lo reprime. Y ya sabemos, psicoanálisis mediante, lo que sucede cuando lo Real re-aparece ante el aparato cuando el apagón general [1] interrumpe el flujo de datos que simulan (Baudrillard, Kittler) la fantasía.
¿Qué significaría “morir bien”, en un mundo de cuidados y solidaridad (Morton) y colaboración (Berardi)? En Héroes. Asesinato y suicidio masivo Bifo Berardi lee los indicios dispersos en la trama sociocultural del semiocapitalismo con el propósito de elaborar un diagnóstico de las psicopatologías del cuerpo social que movilizan los asesinatos públicos masivos y los suicidios perpetrados por individuos aislados, desesperados, fragmentados por una maquinaria productiva cuyas descargas incesantes provocan un aturdimiento en la atención, impidiendo la elaboración emocional. La aceleración y multiplicación de estímulos empujan el trabajo de atención requerido por la red neuronal hacia límites poshumanos produciendo un colapso senso-afectivo cuyas respuestas son la ira, la desesperación, la alexitimia, materializados en esos espasmódicos actos de homicidios-suicidio colectivo(s). El extenso ensayo es un encefalograma de lo que el autor llama el capitalismo absoluto, un mapeo cognitivo de una psicosfera occidental donde no sólo se vive mal, sino que se muere de manera truculenta, solitaria (como lo advirtiera Norbert Elias en La soledad de los moribundos) y en muchos casos alcanzados por la irrupción violenta de una descarga maníaca generada por la axiomática indiferente de los signos flotantes de las finanzas. Sucede que en esta ontología política, la producción del individuo operada por dispositivos de inmaterizalización y desmembramiento (mundo digital; biología genética, economía financiera) borran significantes como muerte, sufrimiento y angustia bajo el imperativo de la felicidad, el éxito individual, la inmortalidad, etc. En un paisaje hiperestimulado, multitasking, acosado por la temporalidad productiva 24/7 se fabrican infelicidad, desesperación, estrés, ansiedad y depresión, que, sin embargo, tienen que ser ocultados y arrancados del cuerpo para sostener el funcionamiento inercial de la máquina.
“El efecto tanatopolítico del semiocapitalismo consiste en la captura de actividad cognitiva y la sujeción de la facultad expresiva del animal lingüístico a las dinámicas insomnes y agresivas del mercado laboral” (Berardi, Cap XI).
Los escenarios de muerte espectacular ejecutados por héroes solitarios retratados por Bifo ponen en primer plano los inframundos de “la vida contemporánea”. Los asesinatos seguidos de suicidios, suicidios por la policía, así como los suicidios comunitarios de comunidades no occidentalizadas grupos o reticentes a la modernización, suponen una destrucción autopoíética del sistema; una suerte de agentes portadores de una enfermedad autoinmune aislados, pero no excepcionales, que carcomen el organismo imaginariamente aséptico del capital ponen en evidencia que lo que no ha(bía) dejado de producirse allí es desesperación, depresión y muerte. Significantes silenciados que retornan en una implosión súbita. El suicidio, como exclama un escrito recuperado por Bifo de un trabajador coreano antes de matarse, es un índice de una vida empobrecida, precarizada, desechable: “Morir es una manera de decir que ya estábamos muertos”. Una economía suicida provoca catástrofes autoinducidas, la época de la gestión de la vida, sostenida en el último piso de un rascacielos -flotación e inseparabilidad de los flujos terrenales y la finitud- disemina y desparrama cadáveres y restos materiales que solo ingresan como energía-información explotable en los programas recursivos de valorización que alimentan la acumulación infinita. 24/7: los mercados financieros no descansan, prohibido detenerse… a pensar o no, parar es un obstáculo, un lujo improductivo, inútil. El agotamiento (de los mal concebidos recursos naturales, de los cuerpos individuales) la fatiga de las redes neuronales son lo impensable e inexperimentable en el mundo 24/7 del semiocapitalismo. La destrucción de las condiciones que posibilitan la supervivencia biológica en todos los estratos y niveles de la biosfera y más allá/acá necesita, para no cortar los canales del espacio-tiempo por donde circulan los bits de información que sostienen la expansión de la esfera económica, de la creación inflacionaria de una narrativa transhumanista. De nuevo el desarrollo, el progreso y la promesa de un Futuro mejor tiñen los hilos emocionales de una subjetividad cuyo horizonte de expectativas inflacionario aniquila y deflaciona los espacios comunes de experiencia. Desconexión, cortocircuito e interrupción fatal de los flujos (figuras del colapso y los espasmos desesperados) pueden ser leídos como la respuesta del cuerpo sensorial y sensitivo –resistencia a ser mera interfaz de esos flujos- a la incapacidad, planificada, para establecer lazos significantes con la condición de existencias interdependientes, frágiles y mortales sostenidos por redes y ensamblajes sympoiéticos semiótico-materiales. De nuevo la pregunta, y ahora dejamos a Bifo Berardi para seguir las historias, las figuras, los pensamientos de Donna Haraway: ¿Qué sentido adquiere el “morir bien”, y por supuesto que ello lleva –creemos/queremos– a un “buen vivir”, si lo conectamos con una narrativa de una vida en común, solidaria, de contactos y sostenimientos multiespecies? ¿Qué nuevos sentidos y sentires de los tiempos, ya no del tiempo en cuanto continente objetivo o forma pura del sujeto transcendental, comienzan a tejerse en esta narrativa de proliferación en el que la muerte es parte integral de los procesos “naturales” y los paisajes “artificiales”?
Quizás un modo de situarnos en un espacio de escucha para hacer una experiencia y abandonar el esquema subjetivo de la vivencia donde nosotros, en tanto humanos e individuos, seguimos ocupando el centro de la escena, sea pensar-con el virus. Es decir, sensibilizar el cuerpo y el pensamiento a la incontrastable evidencia de su agencia. El covid-19, como todo virus, es un organismo al límite de lo vivo cuya lógica de ex-sistencia supone un hecho constitutivo de toda forma de vida: la interdependencia simbiótica semiótico-material entre seres que hacen mundos. El Acontecimiento-agente coronavirus arruina nuestras narrativas demasiado humanas, de ahí la centralidad de la categoría del Fin, y nos arrastra hacia la tarea de la escucha de ese efecto-afecto: hacer foco en lo que ya está haciendo con nosotres (y con ese al parecer antiguo mundo antrópico Tierra, hogar, cobijo) cómo su narrativa in progress-mutación con su temporalidad y sus ritmos, está-ya sincronizando otra experiencia del tiempo y el espacio. En última instancia, el agente-Covid19 reconfigura, en lo inmediato, nuestro habitar. Pensar ahí, puede significar un hacer-experiencia-con, abrirse a un pensar qué sería vivir-con el virus entre-nosotres, y más allá. No quedarnos simplemente con este panorama, y estas respuestas esbozadas desde el Estado, sino imaginar y trazar otras cartografías.
En tono irónico escribí el 11 de abril en un grupo de wapp: “podemos imaginar un reencuentro en las calles, abrazo colectivo y una fiesta masiva, un Carnaval extendido en el tiempo (¿qué tiempo sería?), del que participen también agentes de la salud, en todos los niveles y de todos los estratos,. Imaginarlo con la muerte y el contagio al lado de la vida y el contacto, con el sufrimiento y la alegría embriagados sin fronteras estabilizables. Sería un lindo cuadro, agónico, extático, intensivo, súbito.” La secuencia Apocalíptica instaba una provocación claro, un impasse en la legislación administrada multiescalarmente, para poner el pensamiento en movimiento, acelerar el desorden para evitar la estática de un Orden que imita el sin-tiempo del Purgatorio medieval, el zaguán kafkiano. Como sentencia Fabián Ludueña Romandini en Bitácora de la BFV:
“Los seres hablantes tendremos que aceptar que, o bien establecemos por nuestra propia cuenta (tanto colectiva como individualmente) cómo querremos vivir la tragedia humana de la muerte (o, por caso, de la vida) o bien otros lo harán por nosotros. En los términos de Kant, o bien los seres hablantes abandonan su infancia histórica perpetua (donde no anida ninguna inocencia originaria) o bien la esclavitud en vida aguarda a la vuelta de la esquina. Salvo que la infancia no se abandona sino como desgarro y tragedia”
La tragedia, el peligro, la muerte de nuevo surcando cada trazo luminiscente que dibujamos en la oscuridad plena.
¿El plan de colonización de Marte, o de panspermia dirigida a lo Interestellar hacia exoplanetas como el recién descubierto Kepler-1649c (luego de revisar los datos recopilados por el ya retirado telescopio espacial Kepler), están siendo acelerados en los reductos del Imperio Tecnocientífico? Mientras, el reloj climático supeditado a la cronofagia del virus sobre los cuerpos de la humanidad rendida ante el pánico
“avanza y la galaxia sigue siendo un espacio frío e inaccesible, imposible para la vida terrestre. De momento y tal vez para siempre, el cosmos es técnicamente un horizonte cerrado. Sin embargo, nos dice Hache, y ese es el cambio, la Tierra, aunque pequeña y en apariencia poco heroica, puede ser un lugar cosmológicamente inmenso, habitado por una multitud. Un mundo caótico hecho de superposiciones de mundos, abundantes y polimórficos, con tiempos, escalas, sentidos y lenguajes diversos. Un espacio de vida infinita, agitándose en la materialidad y la multiplicidad de la Tierra, cuyo nombre no se agota en las taxonomías de la ciencia natural.” (Ptqk, “La vida infinita”en Especies del Chthuluceno, 2019: 63).
Notas:
[1] A mediados de junio de 2019 se produjo un Apagón General en el territorio Argentino que se extendió por varias horas y suscitó el despliegue de narrativas del Fin, puestas a circular de nuevo con el acontecimiento Covid-19. En mi muro Facebook, el 18 de junio de 2019, escribí lo siguiente: A partir de fines del siglo XIX, las ciudades modernas, a través del cableado público, arrancaron de las sombras una porción de vida antes habitada en la tierra de los sueños. Es en los sueños donde la conciencia suspende su tensión diurna dejando el terreno libre para que las pasiones dibujen el cuadro o dirijan la escena. Miedos y temores arcaicos llegan desde lo desconocido, desde la oscuridad que impone un límite a los ojos en su intento por delinear figuras y crear el sentimiento de lo familiar. La vista suele ser el sentido más fiable a la hora de sostener las coordenadas y los ritmos de la realidad cotidiana. Con cientos de soles vicarios encendidos en la noche el cuerpo social cree mantenerse a resguardo de los peligros que asolaban a las hordas nómadas primero (de noche cazar es casi un suicidio), y a los emplazamientos urbanos después (mantener los muros protegidos de los extranjeros es necesario sobre todo de noche, cuando los puntos ciegos de los centinelas se multiplican). El pasado domingo el megaapagón significó la pérdida de conciencia del superorganismo urbano, el cuadro oscuro estaba listo para ser pintado por los artistas relegados al margen por la luz eléctrica. La razón produce monstruos se dice, quizás la razón de nuestro tiempo esté afuera de nosotros, en las paredes, el subsuelo, colgando de los techos de las habitaciones, sobre los escritorios, ocupando cada rincón que transitamos, viajando entre cables y microchips. Un fallo en el funcionamiento de ese cerebro artificial puede provocar, como de hecho sucedió, la tumultuosa estampida de pesadillas y arcanos encandilados por la intensidad de los ojos electromagnéticos, hechos de mil formas y colores.”
Belisario Zalazar
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