17.
Puesta al día: 4 de junio de 2020
Para los parceros de Colombia,
que custodian la esperanza.
¿Fases de salida o fases de ingreso?
La encrucijada actual resulta oportuna para un breve pero instructivo ejercicio de ultra-historia epidemiológico-ética. El 6 de octubre de 1348, la Facultad de Medicina de la Universidad de París emitió una opinión autorizada sobre las causas de la peste negra a pedido del rey de Francia, Felipe VI. La prognosis no era en lo más mínimo alentadora pues establecía que “aquellos que enfermen de ella no podrán escapar” (Alberth, 2005: 44). En efecto, la gran plaga que arrasó, en el siglo XIV, la vasta geografía euroasiática resultó incomparablemente más mortífera y desoladora que el actual COVID-19 y puede ser considerada también uno de los primeros ejemplos de guerra biotecnológica pues resultó expandida hacia Europa cuando los tártaros arrojaron, mediante catapultas, cadáveres infectados por encima de los muros de la ciudad de Kaffa. Giovanni Boccaccio, en su Decamerón, nos proporciona uno de los testimonios más acuciantes de aquella pestilencia así como una de las reflexiones más lúcidas sobre las respuestas sociales a una desgracia bio-nomo-ecosistémica sin precedentes.
Su relato se ciñe a la ciudad de Florencia que resultó una de las más afectadas por su tasa de mortalidad. Resulta evidente que Boccaccio, a pesar de sus retóricas alusiones a las causas ultraterrenas de la peste, no desconoce que la misma es también el efecto de una combinación de causas en las que el comercio internacional (la primera etapa moderna de la actual globalización) no deja de estar involucrado como medialidad técnica coadyuvante. Ni las cuarentenas, ni la medicina, ni la religión, ni las medidas políticas resultaron entonces propicias. La devastación fue inmisericorde y, por supuesto, el distanciamiento social fue la marca suprema de todo el proceso:
Y eso que no nos detenemos demasiado en señalar que un ciudadano no se preocupaba del otro, y que casi ningún vecino cuidaba de su vecino, y que los familiares del mismo linaje, muy pocas veces, o ninguna, se visitaban y si lo hacían era manteniendo la distancia (di lontano); tan grande sería el espanto que esta gran tribulación (tribulazione) puso en las entrañas de los hombres y las mujeres, que el hermano abandonaba al hermano, y el tío al sobrino, y la hermana a su hermano, y muchas veces la mujer al marido; y (lo que era más grave y resulta casi increíble) que el padre y la madre evitaban visitar y asistir a sus hijos como si no fuesen suyos. (Boccaccio, Decamerón, I, 1956: 9).
Su inigualada acuidad le permitió a Boccaccio comprender inmediatamente el drama desatado por el número inusitado de muertos que condujo a la práctica de las grandísimas fosas comunes donde los cadáveres se enterraban “apretándolos, al modo como las mercancías (mercatantie) son metidas en la nave” (Boccaccio, Decamerón, I, 1956: 12). La analogía no es casual: en el imperio del comercio internacional global, los cadáveres son un equivalente desacralizado de las cosas y el paradigma de toda “cosa” lo determina la Cosa del mercado, vale decir, la mercancía. La mercancía transportaba la peste y los cadáveres de quienes habían sido sus víctimas no eran sino tratados como mercancías descartables, indignas o imposibilitadas de todo rito sacro o profano.
No todos en la ciudad, sin embargo, estaban dispuestos a ceder al impulso o a la corriente irrefrenable de la destrucción. De allí que, en el relato que pone en escena Boccaccio, diez jóvenes, siete mujeres y tres varones, deciden retirarse hacia las colinas de las afueras de Florencia para instalarse durante unos días en un espacio biodiverso con la intención de llevar adelante una respuesta a las tribulaciones inauditas de la peste pues “con su juventud no habían podido ni la perversidad del tiempo, ni la pérdida de amigos o de parientes, ni el temor” (Boccaccio, Decamerón, I, 1956: 18). ¿A qué se dedicaron, entonces, aquellos amigos que la circunstancia había congregado en una especie de “comunidad desobrada”? Su misión no consistió en otra actividad que en el rescate de algunas de las grandes potencias del espíritu humano: el Lenguaje (a través de la narración y la poesía), el Arte (con la música, la danza, la pintura), y el Amor (bajo la forma del modelo cortesano). Ante el pico de la adversidad, estimaron, la Humanidad sólo podía sobrevivir en las formas más diversas de su cultura. No pensaban, ciertamente, que el objetivo último de toda acción política contra la peste debiese, únicamente, concentrarse en la preservación de la vida. Sin embargo, no sólo no negaban ese noble propósito sino que, aun más sabiamente que hoy, se propusieron desconfiar de la forma urbana para la preservación de la vida y apostaron, ya entonces, por una descentralización y una salida hacia las zonas poco tocadas por los atestados burgos.
A diferencia de lo que ocurre en nuestro tiempo, se podría decir que aquellos jóvenes estimaron que la salvación de las obras del espíritu humano y los placeres no sólo no era una acción superflua sino que era una tarea urgente y necesaria para la preservación de la vida. La decisión etopoiética que tomaron en el acmé de la desgracia fue apostar por una “estética de la existencia” anclada sobre el buen vivir. No cabe duda de que aquel accionar sería hoy calificado de irresponsable, atroz y hasta digno de la máxima reprobación social y hasta pasible de penalización criminal. ¿Quién se atrevería hoy, por ejemplo, a intentar el equivalente de aquella canción que entonó Fiammetta, desafiando a la muerte? La misma comenzaba así:
S’amor venisse senza gelosia,
io non so donna nata
lieta com’io sarei, e qual vuol sia.
[Si Amor viniese sin provocar celos,
no sabría de Dama alguna
que gozosa como yo estuviere, quienquiera fuese].
(Boccaccio, Decameron, X, 9; 1956: 881).
Nadie (o muy pocos), hoy en día, se atrevería a rescatar al Amor como un epicentro gravitacional para la sustentación del ecosistema vivencial de los seres hablantes. Ocurre que, entretanto, la Era de Homo ha llegado a su fin y el COVID-19 es la primera Gran Peste Global de la Era de los Póstumos. Y, por tanto, las nuevas reglas son las de los nuevos Amos del Mundo. De esta manera, el Lenguaje se desagrega en información digitalizada viral, el Arte se reconfigura en infotainment y el Amor se difumina en el desgarramiento de los cuerpos separados en la incredulidad absoluta de sus propias potencias.
En consecuencia, quizá convenga aclarar los equívocos puesto que, cuando los Poderes nos indican que estamos en “fases de salida” de la cuarentena, en realidad, se quiere significar que estamos “ingresando”, sin beneficio de inventario, a un Nuevo Mundo, el de los Póstumos cuyas reglas se están definiendo, en todo caso, como contrarias a todo cuanto los seres hablantes habían estimado, hasta hace poco, como indispensable para la vida. Algunos conatos de resistencia por estas horas hacen pensar que, afortunadamente, las cosas no serán tan sencillas para los Póstumos. También es cierto que estos últimos han señalado, en sus palabras y acciones, estar dispuestos a llegar hasta las últimas consecuencias para defender la Gran Mutación. Con todo, la lección de Boccaccio permanece: la respuesta a la pandemia, en última instancia, no será médica (aunque no se puede prescindir de la medicina), no será política (aunque no se puede prescindir de la política), no será económica (aunque no se puede prescindir de la economía). El destino de la salida de la pandemia se juega, ante todo y primariamente, en el plano de la ética en el sentido originario de tan alto vocablo que condensa todo cuanto los seres hablantes han construido para que la vida sea no sólo preservada sino que, además, pueda erigirse en vida vivible.
18.
Puesta al día: 10 de junio de 2020
Para Emanuele Coccia,
por los trabajos y los días.
Con-tacto
Boccaccio habría reconocido que, en un contexto de pandemia, el contacto puede ser letal. Aun así apostó, como los Florentinos de la época de la peste negra, por una terapéutica de los sentidos recobrados: el arte, en este punto, fue la cumbre de los sentidos como tactificación del mundo. Tan intensa la huella resultó, que el gesto marcó una semántica histórica: se lo denominó el período del Renacimiento el cual sólo puede ser auténticamente comprendido, en su espíritu de fondo, como una reacción a la susodicha plaga. En ese sentido, el mundo de Homo, cruel como fue, descansaba en el conocimiento, por aquel entonces todavía fulgente, del tacto como operador antropotecnológico de primer orden. Muy distinta de la situación presente, pues, bajo el dominio de los Póstumos, se quiere prohibir el tacto según la regla (ahora declinada de acuerdo con la virología) del tiempo indeterminado. En política, cabe no olvidarlo, la indeterminación en el tiempo puede perfectamente equivaler a un “para siempre” que no osa decir su nombre.
De hecho, al día de hoy, la vacuna no existe. Pero el proyecto de una normalidad anatáctil ya ha sido anunciado como el único camino posible para los seres hablantes de Gaia. El único posible puesto que no será elegido sino obligatorio y redoblado con todo el peso de la “fuerza de ley”. Como presumiblemente la pandemia no terminará nunca o, si se halla una vacuna para el COVID-19, sobrevendrán otras olas pandémicas, realmente hay que entender que los Amos del Mundo hablan en serio: lo que antes podía parecer excepcional se tornará la norma, pues, como todo nuevo orden, el de los Póstumos reclamará su propia normalidad que no puede ser aquella de los extintos representantes de la era de Homo. Conviene, entonces, detenernos un momento en las consecuencias del nuevo estado de situación.
Corresponde a Aristóteles el haber elevado el tacto a la máxima jerarquía entre los sentidos del animal humano por la razón según la cual “sin el tacto (haphês), resulta imposible tener ningún otro sentido (aísthesin)”. Del mismo modo, “todo cuerpo viviente (sóma émpsychon) es capaz de percepción táctil (haptikón)” (Aristóteles, De anima, III, 13, 435a 14-15). La psique en cuanto tal, inescindible del cuerpo, se torna ella misma afectada por el contacto y es inconcebible sin él. No debe, habida cuenta de la lección aristotélica, sorprendernos el hecho de que en una obra imprescindible (aunque hoy injustamente olvidada) del siglo XX se haya sostenido la tesis según la cual toda la actividad humana del pensar descansa en el contacto (Friedmann, 1930). Vale decir, toda la gnoseología, en este sentido, no es sino una subregión propia de la háptica. Antes que consciente, antes que noético, antes que neuronal, antes que informacional, el pensamiento es táctil. La conclusión se impone: si la vida misma en tanto vida psíquica (animal) requiere del contacto, lo mismo vale para la vida vivible que nos posibilitan la ética y la política, la vida erótica que nos torna plausible el amor o la vida social que nos hace disfrutable la amistad.
¿Qué significa, por tanto, una sociedad desprovista de hapticidad? ¿Se puede afirmar, con propiedad, que un ser hablante permanece animal humano si es desprovisto de contacto? Si el tacto, desde el ángulo específico (y por esa razón no completo) de la antropotecnia, es el motor que posibilita la vida psíquica sobre Gaia es lícito preguntarse sobre el alcance de las medidas que los Amos del Mundo parecen querer instalar como permanentes. Si el contacto social es erradicado de modo sostenido de la faz de la Tierra, entonces hay que admitir que estamos en presencia no ya de un problema epidemiológico, jurídico o social sino, al contrario, que asistimos al experimento de transformación civilizacional a escala global más radical de toda la historia natural de Gaia. De esta manera, si se modifica el contacto, se buscará metamorfosear, de modo deliberado, el sistema mismo del pensar humano. La falta de tacto de parte de los Poderes en la transmisión de sus intenciones sólo puede ser atemperada por la esperanza de que, aún Póstumos, quienes pretendan todavía permanecer dentro de la bioesfera de los seres hablantes reclamen para sí una nueva háptica política que haga posible retomar el contacto.
Y si las pandemias que supuestamente lo impiden son la razón argumentada por los Amos del Mundo para instalar la sociedad desprovista de tacto, entonces habrá que plantearse una vez más repensar, de cabo a rabo, las bases de los modos de producción que hicieron posible las pandemias contemporáneas. En pocas palabras, habrá que cuestionar la lógica del mundo de los Amos para arriesgar un ecosistema socio-económico completamente diverso al que propugnan los Póstumos en su afán de anihilar el contacto.
19.
Puesta al día: 17 de junio de 2020
Pandemio-filología
Los vocablos con los que se designa la plaga actual derivan del griego y, el hecho es relevante, en su origen no tienen un significado médico sino político. Se puede pensar que el saber antiguo medicaliza algunos conceptos políticos o, con mayor probabilidad, que no deja de tener conciencia del espesor político de ciertos términos médicos. Lo cierto es que, en su acepción política (y, por tanto, pre-médica), “epidemia” designa a aquello que permanece en el démos, en la misma tierra y la “pandemia” se refiere a lo que afecta al pueblo en su totalidad. En ese sentido, podríamos decir que junto con la pandemia médica actual, enfrentamos también un virus semántico que es una pandemia del Lenguaje (el campo semántico alrededor del COVID-19 que se replica a nivel global). Este hecho nos recuerda que no existe acción médica que no implique, sobre todo, en ciertos casos como los que estamos atravesando, también una decisión política (esta última, por supuesto, suele estar encubierta por la falsa neutralidad del discurso científico elevado a un nuevo Absoluto).
Así, el significado político y el significado médico del término “pandemia” pueden parecer heterosemánticos. Sin embargo, la presente crisis global demuestra precisamente lo contrario: que la política actual se resuelve, prima facie, con argumentaciones médicas. Dicho en otros términos, no es que la medicina sea foránea a la política sino que, hoy en día, la única política admisible para los seres hablantes es la que dictan los médicos. No podría registrarse una mayor alteración de todo cuanto hemos conocido hasta ahora como esfera pública de la política. Con estas nuevas reglas de juego que, es evidente, no están llamadas a retirarse con el final (hasta ahora completamente incierto) del COVID-19, entramos en una nueva edad civilizacional donde todo nuestro vocabulario político se ha tornado completamente obsoleto. Los seres hablantes, en su abrumadora mayoría, parecen dispuestos a aceptar dicha metamorfosis sin el menor cuestionamiento.
Los filólogos y los historiadores saben que toda gran transformación civilizacional es acompañada por un Novus Ordo Linguarum. Ya existe, por tanto, una Lingua Pestilentiae en constante expansión por las redes telmáticas del infotainment. Nos ocuparemos solamente de un ejemplo. Una nueva expresión se deja oír y leer en las lenguas de los poderosos de Occidente: new normal (inglés, especialmente desde la OMS), nouvelle normalité (francés), neue normalität (espacio germanoparlante), nuova normalità (italiano). Por supuesto, “nueva normalidad” en nuestra lengua y la lista sigue. Estas coincidencias lingüísticas merecen un mínimo de análisis.
Quienes puedan ser proclives a pesquisar conspiraciones se inclinarán por la hipótesis de la existencia de un Protocolo Global (que incluye sus códigos lingüísticos) digitado por alguna amalgama corporativa. Los partidarios de la filología, en cambio, quizá podrían tomar la expresión como una suerte de hápax, luego difuminado por imitación selectiva, que debe atribuirse al canciller austríaco Sebastian Kurz en su discurso del 14 de abril del 2020. En todo caso, la “nueva normalidad” no se caracteriza tanto por dar lugar a la excepcionalidad como regla. Esta interpretación, propuesta por filósofos insignes como Giorgio Agamben (en forma parcial), gravitan sobre el sustantivo y no hay que suponer desmedro alguno en ese análisis. No obstante, nosotros creemos que, más bien, el acento debe colocarse sobre el adjetivo. Se subraya que hay algo “nuevo”. La “normalidad” de la que se habla no es la excepción devenida universal sino la instauración de un mundo enteramente nuevo. No es extraño que, para su implementación, se recurra no pocas veces a la ilegalidad o al carácter inconsulto de las decisiones tomadas en nombre de los ciudadanos para privarlos de su libertad de manera indeterminada.
Sin embargo, no debemos confundir los medios con los fines. Los medios pueden ser de excepción. Está por verse si los fines lo serán en igual medida desde el punto de vista legal puesto que, no cabe duda, se habrá de constituir en el futuro un nuevo marco jurídico que, probablemente, redefinirá de cabo a rabo, la noción misma de libertad transformando en algo legítimo aquello que, en tiempos previos a la pandemia, hubiese sido considerado inaceptable. Un nuevo ius publicum global está siendo en estos momentos pergeñado. Se trata, en suma, de la normalidad de un mundo enteramente nuevo y, como hemos dicho, los políticos deben ser tomados al pié de la letra cuando lo declaran abiertamente pues lo que está en juego es la completa rearticulación de los tres grandes cuasi-transcendentales de la Edad Moderna: Trabajo, Vida y Lenguaje. Que a casi nadie, por estas horas, parezca importarle todo esto es la prueba definitiva del éxito de los Amos del mundo.
En los años setenta del siglo pasado, Hannah Arendt ya señalaba que los gobiernos de entonces habían reemplazado la política para entregarla a los “solucionadores de problemas (problem solvers)” cuyo objetivo no está guiado tanto por los hechos como por la creación de un “estado mental (state of mind)” (Arendt, 1972: 38-39). Se podría decir que, desde entonces, las cosas se han agudizado. Por un lado, los Estados ya no son, en muchos casos, más que árbitros de políticas decididas en centros de poder más o menos opacos que reticulan sus alcances (con objetivos no siempre convergentes) a nivel planetario. Por otro lado, resulta más que nunca profundizada la lógica de los solucionadores de problemas que, en efecto, no buscan solucionar tales problemas sino crear condiciones psico-políticas para transformaciones a escala global para los fines más diversos con independencia de los hechos y sus consecuencias. Se suele argumentar, como un evento loable, que hay una auténtica intención de curar el COVID-19 puesto que existen alrededor de 100 proyectos de vacunas en curso de experimentación. Una especie de competencia abierta entre científicos. No es la primera vez que ocurre en la historia reciente. No será la última en la que se intente impresionar de este modo a la opinión pública mundial.
Frente a la limitación casi sin precedentes de todas las libertades civiles, si la vacuna fuera la única solución (aunque por ahora incierta) debería concitar toda y la máxima atención mundial en manos de los mejores equipos médicos independientes de forma mancomunada y no en abierta y hasta preocupante competencia entre sí. Por otra parte, que la vacuna sea provista gratuitamente (como algunos desean, sugieren o proponen con mayor o menor verosimilitud) no la hace exenta de intereses político-farmacéuticos de todo tipo. En otros términos, ni siquiera puede afirmarse que la bioquímica o la virología estén seriamente siendo puestas al servicio de los pueblos en tanto saberes. Desde luego, no nos referimos a sus practicantes sino a quienes dictan los protocolos a los cuales estos deben adaptarse sin beneficio de contestación. Sin la medicina será imposible salir de la pandemia pero sin la política la medicina corre el albur de devenir una ciencia sin rumbo y, consecuentemente, a la merced de quienes deseen encauzarla para los más diversos fines poco enaltecedores.
Tampoco constituye una política de biopreservación razonable focalizar únicamente los esfuerzos en la erradicación de un solo virus sin tomar en consideración todo el sistema viral que en este momento afecta al ecosistema terrestre y que, a todas luces, amenaza con futuras olas de pandemias de este mismo u otros peores virus. En consecuencia, en el caso del COVID-19, para muchos Amos del Mundo la intención primaria no pasa tanto por encontrar la cura a la enfermedad como por aprovechar la ocasión de una irrupción biosistémica para dar forma a una nueva civilización desde sus cimientos.
Aun un mundo sin COVID-19 dejará la marca de las transformaciones perennes operadas en nombre del COVID-19. Por eso, los seres vivientes de Gaia no enfrentan únicamente un problema médico sino también eminentemente político. Por esa razón es que las acciones de la política se requieren precisamente ahora mismo. Entendámonos bien: del mundo de Homo ya no queda nada desde mucho antes del COVID-19 salvo algunos restos arqueológicos. Pero esos restos cuentan sobre todo si la “nueva normalidad” tiene la morfología del mundo de los Póstumos. En efecto, todo indica que ninguna de las tecnologías de vigilancia y remodelación social puestas al servicio del tratamiento de la pandemia cesará con esta última.
Al contrario, están llamadas a permanecer, como no se cansan de repetirlo los poderosos, en el mundo del futuro. También es ampliamente revelador el hecho de que ningún poderoso haya pretendido siquiera un retorno al mundo anterior al COVID-19 sino que, al contrario, reconocen el explícito propósito de no retornar a dicho mundo sino de tomar a la pandemia como un punto histórico de inflexión y de no retorno. Ahora bien, ninguno de los signos provenientes de los Poderes parece ir en dirección de un nuevo mundo más libre sino, al contrario, de un mundo más opresivo. Por tanto, si los seres hablantes realmente están a favor de la vida como dicen estarlo, deberán ir más allá del miedo como pasión dominante para atreverse a crear una comovisión completamente distinta a todo lo conocido hasta ahora en la historia natural y política de Gaia que sea capaz de rescatar al mundo de su postumidad.
20.
Puesta al día: 24 de junio de 2020
Triunfo
Filóstrato de Atenas señaló alguna vez que solamente los dioses pueden prever los hechos futuros. Los filósofos, en cambio, sólo pueden entrever los que meramente se aproximan. En atención a esta precaución, nuestra intención ha sido modesta aunque convencida a lo largo de esta bitácora. Pero lo que hemos escrito no es más que eso: una bitácora que busca dejar registro de la memoria en clave filosófica. En cambio, las devastaciones de mañana, otros tendrán la capacidad de relatarlas con la necesaria habilidad. Al momento de escribir esta última entrada sobre la pandemia, la situación es de lo más variada en un planeta estancando y abatido: algunos países aún están en lo más álgido de su cuarentena; otros ya han comenzado las etapas del infierno social llamado, eufemísticamente, “fases de salida”.
Muy pocos países no entraron nunca en cuarentena absoluta (implementando, eso sí, medidas parciales de distanciamiento social) y, finalmente, hay países que advierten sobre la posibilidad de volver a entrar en futuras cuarentenas por las subsiguientes olas virales que se vaticinan. La vacuna, por ahora, genera más interrogantes que respuestas: los expertos insisten en que no saben casi nada sobre el virus pero que, no obstante, saben lo suficiente para producir una vacuna en pocos meses. La inconsistencia lógica de sostener las dos proposiciones al mismo tiempo no inquieta a nadie pero, probablemente, la ciencia de este tiempo puede soportar esas contradicciones pues es insensible a toda epistemología y no parece necesitar de esta última para funcionar.
Lo cierto es que lo esencial ya se produjo. Aun si la pandemia de COVID-19 resulta derrotada por completo, la omni-digitalización del orbe ya está en curso donde importa que lo esté. Todo lo que aquí hemos escrito es un desprendimiento de nuestro políptico de La comunidad de los espectros en cuyos volúmenes el curioso lector hallará la filosofía que subyace a nuestra terminología y sus presupuestos. Ese trabajo, aún en curso, es también un epitafio para el extinto mundo humano. Las tesis de filosofía de la historia allí expresadas se han visto confirmadas en no pocos aspectos, lamentablemente, más rápido de lo que hubiéramos creído.
Se han tomado incontables medidas para detener la pandemia denominada COVID-19. La mayoría de ellas permanecerá una vez que esta pandemia sea superada (si es que efectivamente lo será). La vigilancia global incrementada, el distanciamiento social, la virtualización universal de la vida política, amorosa, educativa, sanitaria, laboral y social in toto llegaron para quedarse. A modo de ejemplo, una prestigiosa institución de salud, sita en la ciudad de Buenos Aires, anuncia que “la adaptación a la crisis, aun siendo imperativa, fue un catalizador de innovaciones en nuestro proceso de atención”. En otras palabras la atención telemática reemplazará, en todos los casos posibles, la relación médico-paciente conocida hasta el presente.
Cabe hacerse una pregunta inocente: ¿qué tornó “imperativa” la adaptación? Ciertamente no el SARS-CoV-2 pues ningún virus inventa nomotecnologías que sólo los seres hablantes pueden instaurar. La respuesta a la irrupción del virus ha sido obra de la cosmovisión propia de los Póstumos. No cabe la excusa de la extorsión viral para esquivar las responsabilidades de los vivientes póstumos. Otra pregunta seguramente ingenua: ¿en qué previenen una pandemia futura la digitalización educativa y laboral, la virtualización de la vida social o la incrementada vigilancia global que restringe las otrora figuras conocidas como libertades civiles de los individuos a niveles nunca antes alcanzados? Por supuesto que en nada. Entonces, permítasenos insistir, ¿por qué permanecen y permanecerán luego de que la pandemia de COVID-19 haya eventualmente pasado en todas sus olas sucesivas?
La respuesta es, en parte, bien conocida por los historiadores. Todas las pandemias de la historia, pero particularmente la concerniente a la peste negra, han servido para fundar cambios civilizacionales de amplia escala. Las pandemias, los Poderes son los primeros en admitirlo abiertamente, sirven para los fisicalismos positivistas. Por esta razón es que nunca volveremos al “punto cero” anterior a la pandemia de COVID-19. Esa posibilidad se ha perdido para siempre (y no es que, particularmente, ese mundo haya sido feliz). De hecho, el programa de mutación de nuestra civilización, hemos querido mostrarlo, precede con mucho a esta pandemia. Salvo que esta última no ha hecho más que convertirse en el más eficaz acelerador del cambio social concebido luego de la tecnología. Los Protocolos ya existían pero sólo ahora se pueden aplicar “imperativamente” como reconocen, con fingida candidez, los médicos. La nueva civilización ya está aquí. El triunfo sobre el COVID-19 será también el triunfo de los Póstumos puesto que los seres hablantes han aceptado, salvo contadas excepciones, las reglas que estos últimos han instituido para la remodelación del mundo según los principios de su rigurosa física social.
El orbe terrestre cambiará para siempre no con el fin de brindar una mayor libertad a los seres hablantes sino con el objetivo de sojuzgarlos todavía más en nombre de la teología del Algoritmo. Quizá estas líneas, en pocos meses, alguien las encuentre por azar como recuerdo de un mundo que ya habrá sido. Hasta las comunidades mejor preparadas han tambaleado. Me refiero a las que estaban, precisamente, llamadas a brindar un refugio para el malestar en la cultura. El 3 de febrero de 1969 debería haberse publicado, en la rúbrica Libres Opinions del periódico Le Monde un artículo de Jacques Lacan sobre los eventos del Mayo francés. Titulado “De une réforme dans son trou”, el texto jamás fue publicado. Según la versión dactilográfica del texto dada a conocer por Patrick Valas, la argumentación concluía con la siguiente frase, lapidaria: “el vencedor desconocido de mañana, imparte órdenes desde hoy (le vainqueur inconnu de demain, c’est dès aujourd’hui qu’il commande)”. Jacques-Alain Miller, con agudo criterio, ignoramos si filológico o hermenéutico, enmienda o corrige: “el amo de mañana, imparte órdenes desde hoy (le maître de demain, c’est dès aujourd’hui qu’il commande)”. La tesis lacaniana figura como exergo de una importante publicación de la École de la cause freudienne. Nadie mejor que los psicoanalistas lacanianos para saber que, siempre, toda escritura está destinada al olvido o a la incomprensión.
Tal vez por eso el psicoanálisis de la orientación lacaniana ha reaccionado ante la crisis pandémica con un pavoroso silencio político a pesar de que la pandemia del COVID-19 puso en entredicho los principios mismos del análisis como contacto mediado por la transferencia. Como respuesta al COVID-19, el ejercicio del psicoanálisis fue interrumpido o transformado durante la cuarentena y las fases de salida. No puede fingirse que el hecho no ha ocurrido o que la falta de respuesta ha sido más estruendosa que el mutismo que efectivamente ocupó su lugar. Esto prueba, de manera triste, que los Póstumos han logrado colocar al borde del abismo, de un solo golpe, tanto a los filósofos como a los anti-filósofos. Una lección para quienes subestiman las posibilidades de la postumidad y la eficacia de sus estrategias. ¿Qué pasará, entonces, con el refugio ante el malestar de la “nueva normalidad”? Creo que nadie podría hoy osar una respuesta mínimamente verosímil.
Iván Torres Apablaza, con admirable valentía, nos comunica que los seres hablantes deberíamos reapropiarnos de la “errancia vital” con vistas a una nueva “política de la existencia”. Si semejante herejía se produce en las filas de los Póstumos, volveremos a escribir en esta bitácora sobre la pandemia. De lo contrario, nos remitimos a lo dicho.
Nota: este Diario de la Pandemia ha sido escrito en Vicente López, provincia de Buenos Aires, República Argentina, durante la cuarentena obligatoria por el COVID-19 en pleno proceso de expansión.
L.f.h.s.d.
Obras citadas
Alberth, John. The Black Death: The Great Mortality of 1348-1350: A Brief History with Documents. New York: Bedford/ St. Martin’s, 2005.
Arendt, Hannah. “Lying in Politics. Reflections on the Pentagon Papers”. In: Id. Crisis of the Republic. San Diego – New York – London: Harcourt Brace & Company, 1972.
Aristóteles. De Anima. Edición de William David Ross. Oxonii: E Typographeo Clarendoniano, 1956.
Boccaccio, Giovanni. Decameron. Edición al cuidado de Vittore Branca. Torino: Utet, 1956.
Friedmann, Adolph Hermann. Die Welt der Formen. System eines morphologischen Idealismus. München: C. H. Beck, 1930.