La misma matemática
puede ser tratada filosóficamente
como instrumento.
(Ciudad de Königsberg;
fecha estimada: febrero de 1803)
Estado de situación
0000.
El virus no impone ninguna espacialidad ni ninguna temporalidad. Este virus bien podría haber sido un caso excepcional en una región dada y con una velocidad de contagio sumamente reducida.Pero la espacio-temporalidaddel mundo tecno-científico le posibilitó una velocidad de contagio y una expansión geográfica contaminante que, en cualquier otra época, hubiese sido notoriamente menor y con una amenaza de la cual probablemente nadie se habría percatado. El espacio-tiempo que el virus utiliza no es otro que el generado por mundo tecno-científico.
Claro está que este mismo mundo permite solucionar muchos otros problemas, y mantener con vida una cantidad de personas que de otro modo estarían en condiciones graves. Pero la cuestión nunca fue entre el mundo del medioevo o el del presente. La pregunta es si acaso no resultara posible maniobrar políticamente en el actual de un modo distinto al que burocrática y técnicamente se lo hace; lo cual implicaría erradicar el mandato de la axiomática tecno-científica que se ejerce como religión. Es que actualmente nadie parece poder pensar un problema, ni tampoco su posible solución, por fuera del marco propuesto por la axiomática tecno-científica.
Uno de los padres de la sociología moderna dijo que las características del modelo de la ciencia occidental moderna (universalización, legalización, matematización, racionalización, control) son vinculables al hecho de que sólo en Occidente se haya conocido un Estado con “una administración de funcionarios especializados guiada por reglas racionales positivas: las “leyes”.” y, también vale decir, con pretensión universal. En ese mismo sentido, y radicalizando la posición luego de más de un siglo de esos enunciados, es posible sospechar que casi todo el conjunto de políticos actuales, salvo las excepciones del caso, constituye una enorme cantidad de técnicos y burócratas que siguen los lineamientos de las estadísticas, sin ningún tipo de creatividad para elaborar nuevas posiciones y menos aún para afrontar situaciones como las que hoy se presentan con suma urgencia (y esto, a nivel global, incluyendo los países de mayor envergadura). Son operadores de la axiomática (tecno-)científica; son los sacerdotes de la liturgia de la nueva religión.
0001.
El proyecto de un mundo global políticamente constituido a partir de una axiomática científica, más precisamente lógico-matemática, es algo que no podría escapar a los lectores de los autores más importantes de los albores de la modernidad. Con todo, sigue sin ser comprendida, y ni siquiera atendida, la política del imperio científico durante la modernidad, la cual adoptara una forma específica a partir de los sedimentos lógico-matemáticos que fueron cuidadosamente seleccionados de los ejercicios filosóficos realizados en el marco de las investigaciones suscitadas durante ese período denominado revolución científica. Tampoco podría escabullirse a una atenta lectura que esa científica axiomática lógico-matemática tenía todas las pretensiones de ocupar el lugar de una doctrina religiosa -tanto para sus operadores como para sus observadores-, puesto que así fue constituida.
La política del imperio (tecno-)científico, con su origen, su sentido, su forma de operar y sus proyectos, desde su conformación en los albores de la modernidad permaneció en funciones más allá de las formas de gobierno, ideologías al mando y grupos de poder con capacidad de penetrar a los estratos con influencia política y actuar desde allí. Esto no implica desconocer las diferencias y distintos impactos que podría generar que en ejercicio haya uno u otro entre esta multiplicidad de actores, pero sí implica reconocer y atender un proceso político que resulta más grande, más ajeno y silencioso.
Quizá por esta enormidad que se tiene enfrente, para muchos pueda implicar un sinsentido discutirlo; pero también quizá por eso mismo es que en el intento de comprender dinámicas mayores hay tan pocos animados. No son pocos los que prefieren acudir a otros problemas, fundamentales y determinantes, y quizá también de paso más colectivos y más eficaces en su capacidad de respuestas. Es que frente al imperio (tecno-)científico no hay plazas a dónde acudir, ni cacerolas que golpear, ni información mediática que rebatir o repetir, tampoco hay discursos que discutir; o al menos todas ellas ya no parecen ser acciones tan importantes que acometer, puesto que el foco de la tormenta estaría en otro lado.
Con todo, no hay palabras de gobernante, directivo religioso o manifestación que pueda frenar la acción de una entidad que ya hace tiempo no sólo no tiene cuerpo sino tampoco palabra.
0010.
Más allá de ciertas notas menores sobre el futuro, que podrían dar lugar a una sensación de incertidumbre respecto del mismo, lo cierto es que pocas veces hemos tenido tantos indicios de cómo será el futuro como en este momento. Nunca hemos tenido tantos adelantos delo que se avecina como en esta época. Con tan sólo leer y/o escuchar a los mensajeros de ese diversificado pero no por ellos menos unido grupo que se encuentra aglutinado bajo el plan general de un futuro cada vez más tecno-científico, el pronóstico se hace patente. No fueron pocos los que vaticinaron que entre el 2020 y el 2060 habría un cambio civilizacional a una escala nunca antes vista.
Dejando a un lado las hipótesis conspirativas (las cuales, por otro lado, deberían ser más respetadas si se atiende a la historia de la humanidad que se encuentra más allá de los pedagógicos manuales de historia), las memorias de la humanidad señalan que los grupos de poder se van a mover como siempre lo han hecho, como cualquier relación de poder. No hace falta montar una gran elucubración ni desarrollar una teoría conspirativa alienígena para deducir cuál pudo haber sido y cuál será el proceder de esos grandes grupos de poder más determinantes en los tiempos de crisis. Si el pasado tiene mucho para enseñarnos, el pasado más cercano todavía dice más de nosotros que el lejano; y en este sentido, las conclusiones son imponentes.
Demás está decir que si todavía no se avanzó lo suficiente es porque aún no está totalmente acabada la estrategia de domesticación de este animal humano burgués, ni así tampoco desarrollado el suficiente armamento militar tecnológico como para detener manifestaciones de formas tan efectivas como nunca antes había sucedido.
Los feroces grupos de poder que nunca dejaron de bañar con atrocidades peores a la sangre a aquellos que se consideraban de su misma especie más allá de cómo habitasen el mundo (y esto a diario, mientras el tránsito de todo cuanto existe sigue fluyendo a velocidades que, se cree, estarían cada vez más cercanas a las de la luz), se encontrarán tan activos mañana, como hoy y ayer. Esto es, cuando a diario mueren en las esquinas de todos los barrios, sin excepción en todo el mundo, incluyendo las ciudades más representativas de este modelo geopolítico mundial, de una enfermedad social mucho más fácil de solucionar que el COVID-19 como es la falta de dinero; pero también –y para quitar los tonos que tanto rechazo causan hoy–, cuando las personas del “sector productivo” mueren en los centros de salud por una enorme cantidad de enfermedades perfectamente curables debido, no a la “falta de recursos”, sino a la decisión de no colocarlos allí (lo cual, como se notará, es muy distinto).
La enfermedad y la muerte están hace tiempo con nosotros. Estamos tan acostumbrados que ni siquiera podemos visualizarlas en nuestras mismas esquinas. Es necesario un contador informático para presentar, aunque también esconder, la enfermedad y la muerte en tiempos como los nuestros. La percepción sensible muestra así que su carácter no es tan “sensiblemente humano” como una parte de la historia de la filosofía así la ha considerado en desmedro de la supuesta inhumana frialdad de la razón.
Con todo, lo que tiene principalmente de novedosa la situación actual es el grupo de personas que ahora son amenazadas así como los efectos que algunos grupos de poder generarán para todos a partir de aquí. Pero si nos atenemos a los dilemas que circulan, y más allá de la simplificación que pudiera acometerse en este caso, el momento que debemos afrontar tiene una peculiaridad. No se trata solamente de los millones de enfermos ni de las decenas de miles que mueren. Tampoco se trata de que los que quedan vivos son llamados a mantener a salvo lo que sea que fuera de este nuevo orden del mundo –que supo dejar atrás al capitalismo–, para así darles de comer a quienes tienen a cargo o a sí mismos, poniendo en riesgo a otros. Todo esto ya lo vivimos a diario, desde hace tiempo, más o menos conscientemente. Lo distintivo aquí es que, a diferencia de lo que dictamina nuestra tradición, ahora se estaría dando un paso más y se invitaría a arriesgar la vida de los adultos mayores y toda otra persona de riesgo que conozcamos y que bien podrían ser hijos/as, hermanas/os, madres, padres, amigas/os, amores, amistades, etc.
Quizá sea momento de asumir el riesgo al fracaso y depositar todas nuestras fuerzas, no en la máquina del mundo para hacerla funcionar, sino en generar lo que sea que nos ofrezca otra opción y nos permita entonces, sino salvar vidas (en definitiva, no se trata aquí tan sólo de eso), al menos sí el gesto mínimo de cambiar aquellas que muchos afirman necesariamente se irán por un mundo distinto que no obligue a pasar por esta situación de esta manera.
0011.
Hubo otras épocas en donde otros seres humanos no hubieran dudado de que el modelo a seguir en circunstancias como estas debiera ser, en vez del que se ejerce, cualquier otro (sacrificio, heroísmo, aventura, gloria conocimiento, honor, búsqueda de la verdad, entre otros tantos posibles). Más bien, lo determinante es que había otras posibilidades. Hubo otras épocas; hubo otros seres humanos.
Hoy, en cambio, se asiste a un nuevo modelo regido por nueva axiomática tecno-científica que reina y que postula la búsqueda de lo simple, lo pragmático, lo eficaz y redituable, lo solucionable y lo programático. En realidad, no lo busca. Afirma ya haberlo encontrado todo, e incluso saber cómo ponerlo en funcionamiento, augurando nuevos y mejores tiempos.
Como contrapartida, esta cosmovisión abandona lo complejo, lo teórico, lo inútil y aquello que no lo es del todo, el ocio, lo problemático y la imprevisibilidad del deseo. Y lo hace de forma celebratoria afirmando haber logrado, finalmente, ocultado todo este universo -justamente complejo, meramente teórico o demasiado abstracto, inútil, ocioso, problemático y azaroso- en el mundo de todo aquello que ya se encontraría muerto (quizá incluso para los muertos, pero seguro para esa parte de la vida que ya no se considera vital, es decir, para ese “tiempo muerto”).
La axiomática tecno-científica no ha dejado a nadie fuera. Todos han sido más o menos sutilmente atravesados por ella y adentrados en su cosmovisión. Y es tan insistente y penetrante con su accionar que sobre toda forma de resistencia ejerce una presión tal que la obliga a sostenerse a través de gestos tercos, auto-confianza ciega y una ausencia radical de auto-crítica (todo lo cual no hace sino destruir cualquier gesto de resistencia). Con todo, lo cierto es que hasta el más radical de los revolucionarios no puede evitar sino sentirse atraído en algún rincón por los lineamientos que poderosa y disciplinariamente impone la hegemónica cosmovisión.
Por ende, todo parece indicar que la evasión puede constituir la única forma de resistencia legítima. No obstante esto, es posible un camino más preciso. Esta no es la única época en la que se hizo más patente todavía la necesidad de abstraerse del mundo para poder mantenerse en él. Abstraerse, separarse y moverse, sino arrastrarse; alejarse lo suficiente, pero no abandonar el compromiso con el mundo. La elaboración de la distancia es la única forma de comprometerse con aquello que es amado.
En filosofía es posible reconocer ese gesto en un sinfín de oportunidades. Pero uno de los más determinantes para su historia, y quizá más representativo para comprender su práctica, lo constituye el sintagma “aprender a morir”. La atención prestada al Hades, el estudio de las lógicas y los entes que están ocultos y que allí –y quizá desde allí– imperan, no es otra cosa que el proceso de elaboración de aquella distancia. Sólo que en este caso, la cuestión es más determinante, más grave, puesto que la magnitud del objeto de deseo, esto es, el mundo o más precisamente el saber del mundo, es inmenso.
Ahora bien, ese recurso al mundo oculto e invisible, al mundo de los muertos, constituye un magnífico espacio para hacerse de todo aquello que hoy se encuentra ocultado e invisibilizado; pero sobre todo para elaborar la distancia que nos permita comprometernos con el mundo, más allá de éste –tecno-científico–.
El mundo que es necesario construir (salvo que no se quiera aprovechar el momento para hacer las modificaciones que desde todo punto de vista parecen imprescindibles y que obligan a elegir la muerte directa o la muerte indirecta) no puede sino salir de lo oculto. Una vez más, el materialismo de lo incorporal…
Ahora bien, si nos atenemos a las sutilezas de nuestra existencia, si atendemos con ductilidad dónde nos encontramos en nuestro proceder cotidiano, diurno y nocturno, en el mundo de la vigilia y en el onírico, ¿acaso no es allí donde mayoritariamente habitamos, en lo oculto, en lo invisibilizado?
Pero también (permítaseme decirlo), ¿no es allí donde se estaría la –mayor parte de la– eternidad, siendo los momentos manifiestos, expresados, visibles y sensibles tan sólo un error, maravilloso error, pero error al fin de la lógica del universo? La vida como error, puesto que el universo ha fracasado (lo cual también puede constatarse con el estruendoso estallido que habría tenido hace aproximadamente 13.800 millones de años).
Entonces, ¿de qué tipo de lógica mortífera se sirven aquellos que, sin poder asumir la vida, la falta, arrojan al mundo entero a un sistema en donde cualquier tipo de error y fracaso esté clausurado?
0100.
Amenazas de muerte, muertes efectivas y, sobre todo, un sistema mortífero y herido que a medida que los muertos se apilan en fosas y las economías menos resistentes –sean familiares, pequeñas, medianas, grandes o nacionales– se destruyen, ya está renaciendo, como el ave fénix, para ejercer su gloria bajo su renovada versión ꝏ.0. Con su luminoso fuego, tal y como era tan pretendido últimamente, purificará los errores vitales del universo y generará la inmortalidad en el mundo de silicio que promete sin titubear y que todos observan, como si se tratase de un espectáculo de ciencia ficción, maravillados por su poder, tal y como hace no mucho se observaba y se admiraba la idea del juicio final, el castigo, el apocalipsis; y todo esto en miras de la purificación para la instauración de un reino nuevo.
En tiempos como estos, en donde tan proclamada está la muerte de la filosofía, en dónde aun con todos los cimientos civilizacionales en crisis nadie recurre a ella como punto de apoyo (ni siquiera para escucharla y hacer oídos sordos –e incluso quizá castigarla– como alguna vez se lo hizo en Siracusa), es necesario preguntarse por su tono y por sus posibles vías de acceso al poder (no las del filósofo, sino las de la filosofía, claro está). Pero ¿tendrá algún sentido dedicar una palabras a pensar el tono de la filosofía en una época como esta?
Por todo lo dicho, la respuesta a la pregunta no sólo debiera ser afirmativa, sino que más precisamente debiera proclamarse así: “¡justamente por todo eso!”.
Pero la filosofía debiera tener todavía un lugar más determinantes es que compartimos la percepción de que la amenaza real que emerge de la presencia del virus no proviene de la posibilidad de la muerte ni de la destrucción de la economía (ambas dimensiones problemáticas, pero que no se encuentran agravadas en mayor medida que antes, al menos si no hacemos la distinción de los grupos poblacionales que estarían afectados). Es que lo que se encuentra verdaderamente amenazado es toda una dimensión del sistema del orden mundo, el cual está en crisis, mostrando sus facetas más espeluznantes, las tensiones problemáticas, las contradicciones no resueltas, la falta de claridad, la imposibilidad sistémica de atender la cuestión, el caos burocrático incluso para hacer frente a las mismas medidas adoptadas por el propio sistema para resolver situaciones relativamente simples, todo el universo de la técnica estallando por el aire, los medios de comunicación totalmente sobrepasados y alineadamente informando datos que ni siquiera sus mismas fuentes podrían conocer, la ausencia de planes por doquier, el mundo tecno-científico inmerso en el delirio de pedir se le entregue todo el poder de la decisión prometiendo un mundo mejor (pidiendo que abandonemos la pregunta por su sentido, por si queremos o no vivir de acuerdo a sus promesas y hasta qué punto), cuando están a la vista todas sus incapacidades; en definitiva, la siempre presente oscuridad que el mundo tanto se niega a habitar. El retorno de lo reprimido.
De allí que sea absolutamente necesario un tratamiento filosófico de la cuestión.
Ven…
Tratamiento filosófico
0101.
La presencia de la finitud, sino del límite, en la filosofía es constitutiva de su práctica. Teórica y existencialmente el filósofo no hace otra cosa que lidiar a diario (fantasmagóricamente claro está) con el límite, con la muerte, sino de él o de la especie o de la vida misma, con el universo en todo su ser.
Algunos se han atrevido a afirmar que existe una condición trascendental apocalíptica a todo discurso, experiencia, marca y rastro. Otros insisten, como ya es harto denunciado hoy día (aunque no tan reflexionado como aquí intentaremos), que además de significar que el fin comienza ese tono discursivo tiene también sus otros fines. Cabe preguntarle, entonces, a todo discurso filosófico –de la modernidad o de cualquier época– con qué fines significa.
Parece ser cierto que todo filósofo “Naturalmente quiere atraer, hacer venir, hacer llegar a él, seducir para conducir hasta él, bien sea en el lugar donde se escucha la primera vibración del tono, llamémosle como se quiera, sujeto, persona, sexo, deseo”; todo filósofo afirma el fin (quizá como preparación para la muerte) y dice: “Yo lo veo, yo lo sé, yo te lo digo, ahora ya lo sabes, ven. Todos vamos a morir, vamos a desaparecer, y esta sentencia de muerte no puede sino juzgarnos, vamos a morir, tu y yo, también los otros […] y todos los demás, todos aquellos que no comparten con nosotros ese secreto, que no lo saben. Es como si ya estuvieran muertos. Estamos solos en el mundo, yo soy el único que te puede revelar la verdad o el destino, yo te la digo, yo te la doy, ven, seamos un instante, nosotros que no sabemos aún que somos, un instante antes del fin los únicos sobrevivientes, los únicos que velan, eso será mucho más fuerte. Seremos una secta, formaremos una especie, un sexo o un género, una raza para nosotros solos, nos daremos un nombre. […] Ellos duermen, nosotros velamos”, pero lo hacemos en la oscuridad –algunos para iluminarla y otros para estudiarla y habitarla–.
Justamente por todo lo enunciado es que constituye un acto de prudencia intentar desmitificar los tonos apocalípticos. Con todo, y aunque sea prudente arrojarse a dicha tarea, debe saberse que ningún discurso puede escaparse a su objeto.
Esta es una lección que la ciencia, a pesar de haberse visto obligada a afrontarla en numerables ocasiones (pero quizá más famosamente con el experimento mental del gato de Erwin Schrödinger), igualmente parece forzarse a olvidar. Y esto a pesar de todo lo bien que podría resultarle si superara los para nada sencillos problemas que semejante paradoja le impondría (y que muy pocos se animan a darse la tarea de afrontar).
Volviendo al hilo argumental, ningún discurso anti-apocalíptico logrará evadir el tono apocalíptico. Todo intento por romper el encanto del género es también en cierta medida, y aunque plegado, de su misma especie. Este plegado discurso (anti-)apocalíptico será uno que, a través del gesto, del pliegue, intente mostrarse, presentar su estructura, visualizar su tono, pero así y todo no podrá evitar proclamar más o menos explícitamente el fin y el “ven” concomitante.
Ningún discurso puede escaparse a su objeto. Cuanto mucho, puede intentarlo a través de centenares de recursos y gestos que serán lo que en definitiva conforme el discurso. Todo lo demás será el objeto hablando a través del discurso, a través de la relación entablada con el sujeto. Por ende, cabría entender que no nos subjetivamos sino en la tensión del gesto, en el intento de liberarnos del objeto, en los rodeos, en el error vital, en el fracaso discursivo.
Es cierto que la filosofía no puede evitar dudar si es ruido o es verdad lo que escucha cuando se arroja al pensamiento para ir hacia las cosas mismas (incluso, algunos han identificado el ruido a la verdad). Es esta la cercanía de la filosofía con el límite y con la locura. De allí la importancia de atender el tono, y más aún hoy que hay tanto ruido y tanto velo caído. El delirio puede acaecer.
Es que los que dicen estar fuera del género apocalíptico, además de permanecer inconscientes frente a su propio estado, los acompañará “un deseo de luz, de vigilancia lúcida, de vigilia elucidadora o de verdad” y se transformarán en los vigilantes que, irradiando –sin saberlo– la ineludible oscuridad por doquier, sin cuidado alguno sobre el poder de lo que ponen a circular, pondrán a los apocalípticos bajo la luz de los acusados continuando con la inquisición que desde hace tiempo gobierna este oscuro imperio de la claridad. Es este el mayor engaño y frente a él debe tenerse el mayor de los recaudos.
De allí lo peligroso de no atender el tono apocalíptico, pero también la temeridad de quienes hoy proclaman la supuesta neutralidad de su desmitificación: Ven, yo te lo digo, ese discurso apocalíptico tiene otros fines además de significar el fin, contiene fines espurios e intencionalidades ocultas; ven, nadie lo sabe, yo lo sé, yo te lo cuento, ahora lo sabemos, por fin; separémonos, formemos un mundo finalmente sin tonos apocalípticos; instalemos aquí y ahora, en este instante, ya, el final de esos discursos, construyamos un mundo sin límite, sin fin; edifiquemos definitivamente un mundo sin tonos, sin límites, sin finitud; pongámosle fin a todo aquello, construyamos un mundo tecno-científico de silicio, sin errores y sin finitud, purificado e inmortal.
El delirio del espíritu ya acaecido.
Ahora sí, ven…
0110.
Podría decirse que resulta importante identificar la procedencia y la destinación de la llamada “ven”. Pero para atender esto en profundidad, resulta esencial no confundir procedencia y destinación con emisario y receptor del sonido que vehiculiza las palabras. Aquí, la cuestión central es, sobre todo, comprender el espacio desde el que emerge y hacia el cual pretende dirigir la llamada “ven”.
Atendamos la estructura. En todo enunciado se distingue alguien que enuncia y alguien a quien es dirigido ese enunciado, pero lo más interesante de todo esto, más allá de esas ficciones polares (del emisario y del receptor), es el verdadero agente de toda la cuestión. Y si procedemos con delicadeza encontraremos que aquél no es otro que la espacio-temporalidad diferencial que ineludiblemente emerge entre esos dos simulacros polares (emisario y receptor; tú y yo); y cuyas coordenadas y características van a estar determinadas por lo enunciado.
Es esta la importancia del encuentro, del diálogo, de continuar buscando lo común (y no quedarse en ese peculiar respeto -que en realidad no es sino respeto por nuestra individualidad- que sugiere mantener tantas distancias y opiniones como cuerpos existan, constituyendo un universo absolutamente fragmentado). Es esta la vigente importancia del logos, ese espacio para el encuentro de lo común, que antes estaba a disposición y que ahora hemos abandonado y alejado quizá incluso más allá del horizonte.
Es preciso atender el tono de la espacio-temporalidad diferencial que emerge en todo discurso puesto que ninguna presentación, ningún destino, ni ningún interlocutor que allí aparezca se encuentra confirmado. En definitiva, “no está garantizado que el hombre sea la central de esas líneas telefónicas o la terminal de ese ordenador sin fin. No se sabe muy bien quien presta su voz y su tono en el Apocalipsis, no se sabe muy bien quien dirige el qué a quién”.
Algunos afirmaron por esto que el apocalipsis sería universal, puesto que pierde todo polo (los simulacros del tú y el yo). Pero lo cierto es que el apocalipsis, al perder sus polos, pierde todo simulacro, pierde todo sujeto, se desubjetiviza (tanto como pueda) y revela su verdadero carácter extrínseco a todo ser humano, deviniendo así pura espacio-temporalidad, en donde la potencia del pensamiento puede estar en su lugar más propio, es decir en ningún lugar, y así desplegarse hacia el infinito.
Por eso quizá el apocalipsis, aunque con formas muy variadas, también sea la estructura misma de la filosofía. Se han servido de ella como una estructura discursiva vital desde el primero de los filósofos hasta uno de los más importantes de nuestro tiempo (aunque la lista es larga, sino entera, tenemos la suerte de tener a uno de ellos cerca).
En definitiva, con este pliegue apocalíptico no deja de hacerse una llamada, no se deja de susurrar que hay aquí un saber, en el espacio pre-filosófico, en ese ningún lugar en donde se está cuando se piensa y que en determinados momentos da lugar a la filosofía (según lo que se haga a partir de él, claro está; puesto que también podría de allí emerger la ciencia o el arte venidero, tal y como de tanto en tanto acontece). La llamada procede de esa espacio-temporalidad y la invitación es a ella misma: el espacio nos rodea constituyéndonos.
Hacer una llamada, invitar, hacer venir, aunque advirtiendo tonalmente, pero no tanto porque haya allí una especie de trama, engaño, artificio, técnica, estrategia, con fines menos o más espurios de los que a diario se maniobran; sino más bien como prudente y advertido refugio de lo peligroso, inestable, tensionado y tembloroso que resulta ser la espacio-temporalidad y la cósmica “vibración diferencial pura, sin sostén, insostenible” en la que ineludiblemente se habitaría cuando se acoge la llamada.
Ven…
0111.
Hacer filosofía es acoger el tono, esa vibración diferencial pura, sin sostén, insostenible, el siseo -de la poderosa serpiente-, las vibraciones auditivas que indican el mareo por la vertiginosidad del cambio, el rugido del hálito vital en el viento, el sonido del cosmos, el silbido de las inspiradoras hijas del sol, el chillido de puertas girando que permiten la entrada al otro mundo… Hacer filosofía es acoger el tono.
Se sugiere una serenidad imperturbable, cercana al silencio, que acompañe la relación con lo verdadero, lo necesario y lo universal; se sugiere un cuidadoso tratamiento de las pasiones cuando se es atravesado por lo aparente, lo contingente o lo particular; en definitiva, se insiste en la neutralidad del tono, en la búsqueda de la armonía –de las esferas-.
Es que hacer filosofía es crear música para la matemática por otros medios, a través de otro lenguaje, para que pueda enunciarse lo que ella no puede decir. Alguien decía: “Una lengua nueva para un pueblo nuevo”. Lo sabe la filosofía, lo sabe el arte y lo sabe la ciencia. Cuáles son las variadas formas a través de las cuales se presentifica en cada quién dicho saber es una tarea que nos permitiremos evadir aquí. Pero lo importante es que hacer hablar esa vibración insostenible emergente del Uno es la tarea primera.
Esta búsqueda del grado cero, lejos de remitir a la frialdad o a la falta de vitalidad con la que lamentablemente se suele caracterizar ese proceder, pretende esbozar con su voz la bella armonía que rige el cosmos, la cual intenta presentar la rica, compleja y diversa trama del escenario universal todo como el Uno que tembloroso y tensionado es.
En este sentido, la neutralidad del tono es algo bien distinto a la eliminación de los elementos que necesariamente deben formar parte del juego filosófico que intenta describir y comprender el mundo; también lo es respecto de la extirpación o matización sobre declaraciones y/o llamadas a transformar el mundo o el modo de habitarlo. Todo aquello puede estar en la escena siempre y cuando esté armonizado, siempre y cuando los entes matemáticos estén musicalizados. Por eso, más bien se trata de articular las voces en juego (el susurro de los démones, de los espectros, de los entes espacio-temporales) para elaborar una música que pueda inducir a lo que finalmente quizá nunca pueda ser dicho.
No por nada incluso aquél filósofo que es acusado de haberlo endurecido y esquematizarlo todo, ese que es como un trueno, cuando abrazaba su muerte (como gran filósofo que fue), sin poder enunciar lo que él sabía nunca hubiese podido, además de vaticinar la muerte de la filosofía entre “comunicaciones sobrenaturales”, “iluminaciones místicas”, “visiones exaltadas” y “poses de visionario”, también dijo –y estas serían sus últimas palabras escritas- “La misma matemática puede ser tratada filosóficamente como instrumento. Piano, piano de cola, órgano positivo, órgano”.
Este gesto bien puede representar la búsqueda desesperada para que sea dicho lo divino, lo pensable, el tono, aunque más no sea en un instrumento modesto (como el de los pequeños órganos portátiles –armonium-); sobre todo en ese momento que moría y reconocía ya no tener voz, ni el lenguaje bueno, claro y distinto que él querría, para hacerle llegar su trueno (el sonido del cosmos modelizado por el idealismo trascendental) a esos seres humanos que hacía no mucho tiempo atrás les había dicho el fin se acerca, “ven”, es momento de adoptar la mayoría de edad.
La música, hace tiempo, es la portadora de la armonía del universo. No por nada fue y es un refugio del mundo. El arte debe ser considerado hoy uno de los recursos más importantes de nuestra civilización (y utilizo este término tan sólo para que entiendan los que es imperioso que así lo hagan). También los artistas deben comprenderlo y justamente por esto es necesario realicen una profunda revisión de lo que implica o bien podría implicar esa tarea de vida que llevan adelante a diario. Más allá de las sensaciones y las historias personales, allí está en juego la voz que, aunque nunca pueda ser dicha, anima a conformar un hábito productivo que se realiza con razón verdadera.
Con todo, además de sugerir el tratamiento musical de la matemática, el trueno (es decir el tono de ese rayo a través del cual se gobierna todas las cosas) también afirmaba que “la misma matemática puede ser tratada filosóficamente como instrumento.”. Y si lo recordamos es porque esta última observación debe ser el lema de toda filosofía para el siglo XXI. La matemática debe volver a ser el instrumento con el que la filosofía se anime a tocar la armonía del mundo.
Mucho más aún en este momento es importante reconocer y acentuar la circulación de ese ánimo divino, incomprensible pero cargado de la más profunda tensión afectiva hacia la imperfecta sabiduría que supo constituir el frágil y fracasado mundo humano; sobre todo es importante dar ese ánimo ahora que algunos lograron hacer que la matemática, más que instrumento, sea el que dictamina el orden mismo del mundo.
El mundo humano se ha tapado los oídos para escucharse a sí mismo, enceguecido, proclamando el progreso tecno-científico montado sobre una matemática parcialmente comprendida, para así construir el edificio sobre el cual devenir un puro pararrayos que tan sólo recibe la descarga eléctrica (una única dimensión del Uno). Así lo destruye todo.
Por esto, “la misma matemática puede ser tratada filosóficamente como instrumento”. Quizá en este enunciado, roído por el acaecer de la finitud, proclamado en el lecho de muerte del filósofo y quizá también de la filosofía, se pueda reencontrar la armonía que fue quebrada por la rebelión informática en la desgastada y corrupta granja mundana en dónde se re-producen (o -¿más precisamente?- reproducían) los seres humanos.
Un nuevo mundo se avecina y necesariamente la matemática será la pieza clave del mismo. Pero nada indica que la tecno-ciencia actual sepa tratarla como instrumento. Es necesario ir más allá. Pero o bien no está el ánimo o bien no se sabe cómo. La acusación (que me permito simplificar aquí) de que la matemática es fría, rígida y que no tiene lugar para lo humano se ha trasformado en una realidad. Pero esto sólo fue posible por dos razones: la primera es porque muchos de los que intuían y se sentían atraídos por el poder de la matemática no quisieron o no pudieron ir más allá de lo que escasamente se enseña al respecto; y la segunda razón es porque los mismos que se dedicaron a acusarla de aquél modo, sin percibir que esa era tan sólo una de las caras, no hicieron otra cosa que usarla en todo tiempo y lugar a sabiendas que detrás de cada botón, de cada carita feliz, de cada dato, estaba ese mundo frío, rígido y sin lugar para lo humano. En casi ningún caso se intentó ir más allá y estudiarla en sus dimensiones más profundas.
Pero alguna vez se dijo que existe una disciplina que sabe cómo tratar a la matemática, como hacerla hablar, como mostrar su plasticidad, sus múltiples dimensiones, y como hacer con ella, como antaño, un mundo humano.
Ahora sí, ven…
1000.
Puesto que para sea posible el tratamiento filosófico de la matemática se requiere de la palabra y del diálogo, tanto como del silencioso aquietamiento de la meditación (o al menos así lo era en los albores de algunas de las prácticas filosóficas), es necesario referir algunas consideraciones sobre ellas.
Así entonces, en tiempos donde la palabra del diálogo y la quietud silenciosa de la meditación todavía eran formas de reunión con lo divino, con aquello que estaba más allá de la comprensión de los hombres, puesto que aún no habían sido radicalmente quebradas y reducidas al punto tal de desaparecerlas y servirse de sus valoradas nomenclaturas para transformarlas en armas de conquista de objetivos -llamados- humanos, en ese entonces, pues, se decía que “inhalando, mediante la respiración esta divina razón (logos), nos hacemos inteligentes”.
En algún momento también se consideraba que tanto el fuego como el logos se alcanzan inhalando aquella voz divina que es el aire. En el primer caso, sirviéndose del oxígeno, se decía, se generan las revoluciones del fuego según medida; en el segundo caso, luego de ingresado y reverberando el aire en la materia de las cuerdas vocales, se afirmaba que se devolvía el mismo al mundo bajo la forma de la palabra, esto es, el hálito divino encriptado en la voz humana que refiere al mundo.
La difícil pregunta que debemos afrontar en el presente, entonces, dadas las condiciones actuales en las que el ser humano clausuró con su imperio (tecno-)científico toda forma de lazo con lo divino, es si acaso el virus que atraemos con el aliento no trae consigo, además de enfermedad, muerte y crisis de la más variada índole, algo de esa divina razón; en definitiva: ¿qué puede tener para susurrarnos este virus que inhalamos entre cuerpos enfermos, cadáveres y crisis de la más variada índole?
Esta pregunta no debiera alamar a nadie que ya haya aceptado que la relación con la divino –la búsqueda de la verdad u otros conceptos aledaños- nunca fue garantía de que, una vez abiertos los cofres de la verdad, estos arrojen respuestas que satisfagan o tengan en consideración a este pedazo de materia inerte devenido organismo unicelular, luego formas de vida diversas, animales distintos y que ahora se arroja el derecho de ponerse un nombre, como el de seres humanos, quizá como forma de olvidar que esta forma suya es tan sólo una estancia más de su recorrido hacia la destrucción que le propone el oscuro imperio de la claridad.
Podría decirse que el virus parece esconder una lección respecto de la posición del hombre en el mundo. Es que, dado que este virus no es tan mortífero como las leyes de la naturaleza permitirían que lo sea, y que esta posibilidad está absolutamente presente, este acontecimiento remarca y obliga a encarnar la idea de que la vida no tienen ningún tipo de privilegio en el universo, puesto que un virus (que no llega estrictamente a ser vida) podría amenazar una civilización como la nuestra que se autoconcibe como de la más avanzada vitalidad. La pregunta por quiénes serían los verdaderos dominantes del planeta sigue vigente de respuesta.
Y por si las dudas hubiera algún lector defensor de la importancia de la capacidad de llevar adelante una intención, vale preguntarse, ¿por qué importaría aquí la intencionalidad? Si un virus, sin intención, sin movilidad propia, podría destruir toda la vida existente. ¿Por qué pondríamos como una condición de la superioridad a la intencionalidad? Pero más precisamente, ¿qué sentido tiene esa cuestión?
Ahora bien, atendiendo a la actual modalidad del virus, debe decirse que de la misma forma en que el oxígeno que hoy nos salva en algún momento supo ser una toxina capaz de aniquilar la cuasi totalidad de la formas de vida existentes, el virus que hoy amenaza esta forma civilizacional bien podría ser mañana el eje sobre el cual montar el mito de una civilización de silicio que se avecina (si es que el término civilización podría aplicársele y si ha de haber, en ese entonces, historia).
Si la memoria la determinan los vencedores, pues quizá se le otorgue al virus el pedestal de haber acelerado un proceso que ya estaba en los planes de muchos, aunque sin una estrategia capaz de llevarla adelante anónimamente (una vez más, dios ha escuchado las plegarias de algunos y ha operado de forma misteriosa). El cinismo sobre la muerte no es propiedad de tan sólo unos pocos. Es importante el tono.
¿Qué es lo que entonces susurra el virus si no el fracaso de todo este sistema tecno-científico y el advenimiento de un mundo nuevo (sobre el cual quizá no se pronuncie, no tanto porque no se perciba ese mundo de silicio, sino porque también se percibe la potencia de lo imprevisible)? Es que siempre existieron secretos pasadizos para que el logos, presentándose, sucumba el ordenamiento que imponen los seres humanos e incluso conmueva su existencia misma.
Ven…
1001.
La amistad filosófica insiste a diario que hay que fracasar. A pesar de la resistencia a las sentencias que igualmente deben ser escuchadas porque allí se encuentra oculta mucha sabiduría –escondida tanto para el que las escucha como para el que las enuncia-, es posible decir que allí donde ya no es posible la revolución (como también insiste otro campo de amistad filosófico), el único gran sintagma político que quede sea arrojarse al fracaso.
¿Qué otra forma de vida filosófica es posible hoy si no la de aprender a vivir fracasando? ¿Alguna vez hubo otra acaso? ¿Qué puede significar que aprendiendo a morir se aprende a vivir? Seguramente en un marco como este sea necesario precisar la cuestión. Aprender a vivir o morir fracasando es quizá la única forma de comprender y transformar en un mismo gesto.
Asumir la sutil fragilidad de una estancia es la tarea -venidera-: cuidadosa de los afectos, prudente, insistente y persistente respecto de lo que es necesario. Llevar la práctica en el marco de lo que señala la etimología del término fracaso que la amistad filosófica tanto sugiere, esto es, la de situarse en el medio y sacudir, agitar, dañar, batir, golpear, fragmentar, fracturar, romper y producir estruendos tan grandes como el ruido que viene habitando en la sangre oscura de nuestro universo desde aquél momento en que, se sospecha, todo explotó –quizá no por única vez-.
Como lo susurra el virus, como lo enuncia el logos, seguir la lógica del big bang y fracasar, pero fracasar a lo grande, como lo hace el universo, tratando tonalmente como instrumento a la misma matemática que otros tratan con entendimiento parcial y sin inteligencia.
Ahora sí, ven…
1010.
Dado que es éste es el final del texto, a continuación el lector podría encontrarse con una lista de filósofos que constituiría un reconocimiento a sus desarrollos teóricos, conceptuales y reflexivos, los cuales fueron aportes fundamentales para construir el presente. Pero por el formato que decidí adoptar, dichas referencias no serán explicitadas. Sin embargo, la dedicatoria a lo largo del texto constituye, sobre todo, una señal de afecto para con ellos y al mismo tiempo un señalamiento de la importancia de la amistad filosófica, hoy despreciada o sometida a formalidades zonzas. Para el lector atento, ellos están presentes.
La amistad -filosófica-, aun con todas sus disputas, continúa haciendo cosas que no resultan del todo inútiles y así se sobrepone a todos sus errores y fracasos teóricos, conceptuales y existenciales. Ella sigue reuniéndose para aventurarse en la búsqueda de ese espacio sin ningún lugar que es el logos.
En tiempos como estos, allí va una señal de afecto.
A muchos de ellos los considero mis maestros, porque supieron cambiarme todo el espacio-tiempo sin dejar huella de su paso, dando lugar al inicio: ellos son como el viento en la noche.
Puesta al día: 17 de mayo de 2020
Estado de situación II
1011.
Según las últimas intervenciones de los expertos en vacunas (quienes por cierto es la primera vez que toman la palabra en nombre propio), el sueño de una vacuna que afronte esta pandemia dentro de doce o dieciocho meses parece ser tan sólo eso: un sueño. Casi no existen casos en la historia humana en los que se haya construido una vacuna en tan poco tiempo. Y a pesar del entusiasmo que existe en algunos especialistas debido a la escasa mutación comparativa de este virus con otros, lo cierto es que en la mayoría de los casos las vacunas virales tardaron décadas en realizarse y en muchos de los casos todavía no han sido logradas. Por cierto, para los siete coronavirus hasta ahora conocidos aún no se conoce vacuna alguna.
Los relatos con carga teo--teleo-lógica, poblados de esperanzas vacuas, si bien permiten la autoprotección de la invididualizada nuda vida que se encuentra expandida por doquier, bien podrían lastimar zonas sumamente delicadas que la humanidad custodió durante siglos. La misma especie que reclama cada vez más sus derechos a discutir y decidir el curso del mundo, manifiesta como nunca antes su ausencia de adultez evitando cualquier daño no sólo a su vida cotidiana sino también a su cristalizada imagen del mundo. La nuda vida individualizada no sólo está expandida, sino que paradójicamente parece autoconcerbirse como sagrada.
Si la vacuna llega habrá que celebrar una hazaña semejante. Mientras tanto, la prudencia debe reinar y quizá no sea ocioso preguntarse por lo que habría que afrontar.
Ahora sí, ven…
1100.
Es momento de atenerse a la proyección que nos permite la historia y a ciertas especulaciones prudenciales. Por esto, atendiendo la razonable hipótesis de que no se contará con la vacuna por algunos años, resulta plausible atender los planes alternativos que se están tomando en consideración para combatir la pandemia en el porvenir, así como evaluar sus posibles implicancias. Y en ese sentido, hay dos caminos que no son contrapuestos y que parecen tener el mayor consenso: inmunización a través de una administración extendida de la cuarentena y la ingesta de antivirales.
El proceso de inmunización humana respecto de los virus tiene distintas aristas y ciclos. No es igual en todos los casos. Y si nos atenemos a los siete coronavirus que hasta ahora se conocen, sabemos que frente a cuatro de ellos se requirió de un período de tiempo de entre uno y dos años para lograr la inmunización. Los períodos y los ciclos de los otros tres resultan todavía desconocidos. Y el problema más grave es que en este último grupo se encuentra el responsable de la pandemia actual.
En el medio de este enigma, tenemos un dato que no favorece en nada al humano. El cuasi-perfecto equilibro de este virus entre letalidad y contagio parece un diseño procedente de algún genio maligno. No mata lo suficiente como para extinguirse rápidamente y sus vías de circulación constituyen los puntos más expuestos de los seres humanos en la vida cotidiana al interior de la civilización actual. Es por esto que el proceso de inmunización podría requerir de varios años, según indica la información disponible sobre virus para los que todavía no se encontró vacuna. Otros conciben la posibilidad de que haya que convivir definitivamente con el coronavirus actual. Pero lo determinante es que ambos casos implicarían una especie de aislamiento social preventivo extendido en el tiempo que modelizará la vida de una o, más probablemente, varias generaciones de la especie homo sapiens.
Asimismo, en cualquiera de las potenciales situaciones que posibilitaría la inmunización, el uso de antivirales para evitar la muerte y reducir sino evadir los altísimos niveles de sufrimiento parece constituir una de las mejores opciones de defensa frontal a la enfermedad hasta el momento. Y si bien esta vía todavía es incierta en cuanto a su efectividad y aún sigue buscándose una solución adecuada, lo cierto es que se trata de la respuesta más factible de lograr en el corto plazo. Así, el coronavirus se convertiría en una enfermedad con la cual un altísimo porcentaje de la población mundial debería lidiar diariamente con fármacos.
Las alternativas en un mundo sin vacuna, entonces, se reducen a un aislamiento social preventivo mundial quizá más flexibizado, aunque en realidad será más logrado, esto es, más refinado; acompañado con una batería de fármacos antivirales cuyos valores todavía se desconocen, pero que no sería descabellado sospechar que serán de difícil acceso. Todo esto arroja al orden jurídico-político a un problema de supervivencia, al menos tal y como se lo venía concibiendo, puesto que aquél escudo farmacológico será indispensable para acceder nada más y nada menos que a la libertad (además, claro está, del requisito de estar exento de haber sido -acusado o- condenado por algún delito).
Ven…
1101.
Sobre este contexto, es necesario atender otra cuestión fundamental. Ya es relativamente sabido que el SARS-CoV-2 y el COVID-19 son el producto de un virus que necesita replicarse en otros organismos vivos para sobrevivir. Pero una de las peculiaridades más determinantes de este virus, al menos para pensar el futuro del hábitat de la humanidad, es que se trata de uno de tipo zoonótico. Esta denominación del virus, como el de la pandemia de la gripe A (H1N1) de 2019-2010, implica que el mismo tiene una procedencia animal. Y este dato, como veremos, no es menor para el destino del planeta y de la civilización humana que hasta ahora tuvo allí su lugar.
Los organismos e instituciones internacionales de mayor relevancia coinciden en que al interior de la naturaleza se encuentran escondidos entre uno y dos millones de virus que podrían resultar de menor, igual o mayor contagio y/o letalidad que el SARS-CoV-2. Y si nos atenemos a que la humanidad elimina progresivamente la mayoría de los seres vivos y que el virus necesita de los mismos para replicarse, puede deducirse que su despliegue hacia los seres humanos no es azaroso o casual. Por ende, arrasar con el sistema jurídico-gubernamental así como con todas las condiciones de existencia por las que la humanidad lucha hace tiempo (piénsese tan sólo en la libertad), bien podría ser tan sólo un detalle presente del potencial proceder de los virus zoonóticos.
Y esto tampoco constituye una mera especulación. Desde mediados del siglo XX la cantidad de brotes por virus zoonóticos ha ido progresivamente en aumento. En algunos sectores se sostiene que el mencionado aspecto creciente proviene del uso no higiénico de la ingesta de animales; pero este problema no emerge tan sólo de los pequeños mercados de China tan mentados desde la gripe aviar; sino que también implicaría a las aglomeraciones de animales en la industria alimenticia de todas las naciones. Pero en otros sectores, quizá mayoritarios, se sospecha que el aumento de aquél tipo de brotes en el último siglo se debe al contacto de animales silvestres con seres humanos a raíz de la migración de aquellos a zonas fronterizas con la civilización; y si bien se sabe que este movimiento, al menos en parte, podría ser el producto de la desforestación y otras intervenciones humanas en la vida silvestre e incluso en la estratosfera, no debe dejarse de tomar en consideración lo que afirma la paleoclimatología y así entonces también colocar al cambio climático -más allá de las intervenciones humanas- como una responsable más de estos fenómenos virales.
De todas maneras, en todos los casos, y a los efectos que en este texto nos concierne, la amenaza no deja de situarse en la naturaleza y en el contacto de ésta con la humanidad.
Ahora sí, ven…
Tratamiento filosófico II
1110.
En el marco de una reflexión que retoma las discusiones más relevantes sobre el futuro inminente, la dimensión metafísico-política de la espectrología proporcionada por uno de los más relevantes filósofos argentinos de la actualidad sostiene que existe una cosmovisión según la cual se concibe a los algoritmos como organismos y también entonces al Homo sapiens como un conjunto de algoritmos orgánicos, lo cual obviamente cobra todo su sentido dentro del nuevo hábitat dataísta en el que se encuentra desarrollando eso que se conocía como civilización humana.
Pero también se sostiene que este conjunto de algoritmos orgánicos que fuera conocido como humanidad alcanzó un límite de su desarrollo dentro del carbono, esto es, la base de la vida. Así entonces, enriqueciendo sus reflexiones con una breve historia del mañana y una metafísica de la matemática que respeta su dimensión enigmática, ambas procedentes de las especulaciones filosóficas más audaces del presente, aquél filósofo sospecha que nada detendrá el camino del orgánico algoritmo del carbono hacia el silicio, es decir, de la vida hacia la cibernética y la inteligencia artificial.
Los hechos más relevantes de los gobiernos en los últimos tiempos también dan clara muestra de aquella limitación de la humanidad en el carbono y de esta posibilidad hacia un mundo cibernética e inteligente-artificialmente construido. La carrera espacial y las exploraciones interplanetarias en búsqueda de otro hogar se recordarán en un futuro probable del mismo modo como hoy se lo hace con esos primeros homínidos bajando de los árboles y elevando la mirada erguidos sobre sus patas traseras (esto, siempre y cuando algo así como la memoria siga existiendo, y no se la confunda con el registro). Pero también constituye un hecho contundente el reconocimiento por parte de todo el planeta de la incapacidad de neutralizar las amenazas a la dimensión viviente de la humanidad. Con todo, la cuestión se centra en otro lugar.
La verdadera demostración del límite del carbono como sustento del orgánico algoritmo se encuentra precisamente en la cosmovisión que empieza a reinar en las instituciones mundiales más relevantes, las cuales afirman que la amenaza para el ser humano proviene de su convivencia con otros carbónico-vivientes que resultan de la mayor e invisible peligrosidad para su condición carbónico-viviente.
Es decir que la progresiva aniquilación del carbono, y así de la vida, que se viene detectando en parte con espíritu ecológico, no procede solamente de la expansión geográfica del capital, sino de su expansión a otro nivel espacial, y que no tiene prurito alguno en afirmar la incapacidad de la carbónica humanidad para detener la máxima amenaza que ella sufre, la cual podría resumirse en su incapacidad de sostenerse en su carácter carbónico-natural en el seno de la carbónica-naturaleza.
Frente a este drama, los acontecimientos y movimientos de los últimos tiempos nos permiten entender que se estaría barajando las siguientes dos opciones. La primera parece sugerir la posibilidad de destruir la naturaleza y entonces tener que transformar la condición carbónica-natural de la humanidad fusionándola en grados extremos con robótica inteligente. La segunda pretendería suplir a la naturaleza con robótica inteligente que imite sus funciones vitales y permita a la carbónica-naturalidad de la humanidad mutar en grados que algunos podrían considerar mínimos pero que, así y todo, por todo lo que implicaría, abriría una vez más la pregunta sobre su carácter ontológico (esto, en el caso de que todavía sea viable ejercer esta práctica interrogativa que algunos han afirmado nos constituiría en humanos).
Ven…
1111.
En la década de 1990 la imaginación especulativa de algunos filósofos advertían de una sociedad de control sobre los seres humanos que hoy, treinta años después, forma parte de nuestro naturalizado o resignado paisaje. Por ende, debido a la concepción amenazante que adquirió la naturaleza a partir de los millones de virus zoonóticos que en ella habitarían y que podrían poner en peligro de extinción a la especie humana, no sería descabellado pensar que las sociedades de control venideras no sólo controlarán la vida humana sino también toda forma de organismo.
Hoy ya es posible especular con que en un futuro inminente la proclamada amenaza de la naturaleza implicará el control sobre los distintos organismos en todas sus vertientes, lo cual muy probablemente implique una disminución de la circulación de todo aquello que esté vivo. Las posibilidades sobre este devenir cubren un amplio espectro.
Quizá la menos radical de todas sea erradicar la presencia del mundo vegetal y animal de las ciudades y encerrar los organismos bajo el control de ciertas instituciones u organismos en zonas específicas, con el único fin de utilizarlos como instrumento de generación de ciertos elementos indispensables para la supervivencia humana (como oxígeno, alimentos y otros). Es decir que el mundo vegetal y animal desaparecería de los hogares y las calles sin más, salvo que se continúe permitiendo su presencia pero tan sólo bajo especies muy específicas de ambos mundos, previamente habilitadas -sino modeladas genéticamente- y bajo control sanitario estatal.
La era de la robótica que se avecina no podrá evadir su relación con la naturaleza, puesto que en el mundo deberá insertarse. Pero seguramente devenga el medio que, como un filtro, nos separe y proteja de sus -supuestas- amenazas. ¿Se podrá seguir considerando a la especie homo sapiens como humanos bajo estas condiciones?
Pero si nos atenemos a que la tecno-ciencia contemporánea y futura está orientada, entre otros proyectos, a radicalizar y llevar al extremo la idea antigua de técnica como imitación de la naturaleza (cuyos biorobots logrados recientemente han sido tan sólo una estancia media), es posible deducir las pretensiones de construir una vía tecno-científica directamente alterna a la naturaleza, sobre todo ahora que ésta es concebida como la mayor amenaza contra la humanidad. Con todo, gran parte de estas ideas ya estaban contenidas en -y por- los albores del imperio científico que se desplegó durante la modernidad.
Es así que el camino hacia el horizonte de un mundo de silicio ya estaría trazado. Nada impedirá que, a medida que la tecno-ciencia avance y en defensa de la salubridad sino de la supervivencia de la especie, sea viable “expropiar” a la humanidad el suelo del planeta, exterminando todo tipo de naturaleza y supliéndola por robótica inteligente que pueda producir las funciones esenciales y necesarias para los seres humanos que otrora aquella realizaba (y hasta incluso siendo más efectivas, ya que se sueña con que se podrían direccionar sus efectos).
Mientras que el mundo de carbono, sobre todo bajo el fallido gobierno de la modernidad humana, se daba a la tarea de realizar un control progresivo de las variables en curso, el mundo de silicio prometido se propone tener el control absoluto de todo cuanto exista. De las sociedades humanas de control tan sólo quedaría el control.
10000.
Sin embargo, el trabajo de uno de los investigadores argentinos más constantes sobre los vínculos entre sociología y metafísica desde un punto de vista político, podría renovar el escenario que debe analizarse y ofrecer otra lectura de la situación. Allí se explora la hipótesis de que lo social no sería pasible de padecer destrucción y que la sociedad estaría más allá del dominio de los hombres, ideas que que hoy resultan de lo más fecundas para repensar aquél porvenir de silicio. Por ende, ¿no será momento de retomar las elucubraciones de estas investigaciones y así darnos a la tarea de comenzar a pensar en la posibilidad de concebir la idea de sociedad para ese futuro de robots artificialmente inteligentes? Muy probablemente la pregunta por la posibilidad o imposibilidad de la destrucción de la sociedad y las implicancias de semejante investigación se reconozcan en el futuro cercano como una de esas cuestiones que se tornan ineludibles para una época.
Sea como fuere, como alguna vez lo hicieron los filósofos del siglo XX, es posible visualizar el mundo cibernético, robótico e inteligente y artificialmente construido en el horizonte de la humanidad. Pero esto ya no sólo a raíz de los intereses que podrían tener ciertos grupos de poder que trascienden las fronteras generando alianzas que quebrarían los códigos nacionales. Ese horizonte de un mundo de silicio también es la consecuencia -todavía no del todo pensada- de la cosmovisión (tecno-)científica que impera en cada uno de los seres humanos como trasfondo ideológico de supervivencia.
Ahora sí, ven…
10001.
De este modo, la naturaleza será considerada la nueva, aunque más amenazante y letal, bioterrorista. Pero al releer la historia bajo la nueva cosmovisión imperante, descubriremos que ella fue, es y será el enemigo común de la humanidad. Se considerará que nunca ha sido otro. Incluso, como veremos, no faltarán antecedentes para que una idea semejante sea aceptada como aquello que pueda finalmente constituir una hipotética escena geopolítica mundial reunida bajo el propósito del deseo de paz universal intra-humana.
Con todo, resulta curioso que el último enemigo de la humanidad sea su archienemigo íntimo, la naturaleza, quizá el primero que tuvo (y el primero que tiene cualquiera que atraviese el nacimiento). Se podría argumentar que la historia de la humanidad no es sino la historia de la lucha contra su propia naturaleza.
Sobre rasgos muy generales que tendremos oportunidad de precisar en otra oportunidad, podría decirse que en la antigüedad algunos afirmaban que la meditación y la vida contemplativa permitirían salirse del carácter natural de la humanidad y realzar una dimensión más allá de su comprensión cabal que habitaría en los seres humanos; las diversas religiones pretendieron establecer mutaciones en la humanidad de la más diversa índole, las cuales negaban directamente su carácter esencialmente natural; y la modernidad quiso colocar a los seres humanos en virtud de una razón trascendental y la autorrealización de un espíritu que, en ambos casos, se encontraban más allá de su dimensión fenoménica natural.
En este sentido, es legítimo afirmar que el despliegue de la tecno-ciencia es la última declaración de guerra de la humanidad contra su propia dimensión natural. Auto-concibiéndose como la heredera legítima tanto de la técnica como de la ciencia procedente del designio universal, la tecno-ciencia propone una batalla final que pretende culminar con el enemigo íntimo del ser humano, es decir, con su propia naturaleza, instalando un nuevo reino divino (esto es incomprensible para el ser humano) pero esta vez de silicio.
Ven…
10010.
Los veintipico de caractercitos que con garabatos variados permiten formar este texto ya no sólo habilitan a hablar con quienes no están aquí presentes e incluso con los que no han nacido ni nacerán hasta dentro de un tiempo, como supo decir uno de los más grandes filósofos y científicos del Renacimiento. Atendiendo a las promesas de la tecno-ciencia, podría decirse que ese maravilloso invento de la escritura, que no deja de asombrar con sus efectos a quienes lo ponen en ejercicio, también permitiría hablarle a la robótica inteligencia artificial futura que podría estar vigente durante milenios. Es importante el tono.
Por todo esto, ven, que no es el emisor del mensaje quien llama; ven, que no es su receptor quien es llamado; es el espacio que hay entre ellos. Es el espacio que, más que producirse, se actualiza entre el emisor y el receptor, todavía invisible e intangible, (in)quietamente silenciado. Es la oscura supervivencia procedente de un espacio que precede a la marca de la existencia y por ende al pulso del tiempo. Ahora que no habrá tiempo, ven.
Es este espacio el que convoca a su versión diferente, para acogerse, como tratamiento filosófico de su propia hendidura que, desde antaño, la humanidad que meditaba y contemplaba supo -bajo las formas que estas cuestiones pueden saberse- que la misma no podría cerrarse, abriéndose así entonces a la tremenda dimensión que habitamos por miles de años y que en los tiempos presentes está a punto de ser aniquilada.
Ese error espacial que fue el cosmos, que fue la vida y que más cercanamente fue la humanidad, no es sino el tratamiento que dispone el espacio sobre su oscura hendidura constitutiva. Por eso, disuelto el cosmos, la humanidad no parece tener sentido. Los caminos para que los homo sapiens encuentren un rumbo parecen así cercenados.
Será necesario volver sobre los primerísimos principios.
Es esta la importancia tonal del fracaso universal.
Ahora sí, ven…
10011.
Bis: 1010.
Fernando Beresñak
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