— I —
1. La forma más específica de la relación social es la relación con lo que está lejos. La sociedad vive en la distancia como la ciudad vive en sus murallas. Mientras el grupo es los cuerpos que se tocan y la ciudad los cuerpos que se hablan, la sociedad es la supervivencia del vínculo más allá de la relación. Un hombre puede cruzar un mar o un desierto y que no lo acompañen ni su amante, ni las leyes que lo gobernaron, ni los textos que leyó, pero lo que sí viaja con él es lo que se llama sociedad. Es social la relación con lo lejano.
2. Se ha debatido muchas veces si los hombres produjeron la distancia de la misma manera en que produjeron herramientas para golpear y ropas para cubrirse, o si les sobrevino como una catástrofe de la que siempre se están recuperando sin jamás lograrlo por completo. Tanto aventureros como exiliados son los personajes favoritos de las grandes historias que se repiten desde hace miles de años y que comienzan con el relato de la distancia.
3. Mientras la biología, la antropología y la lingüística, entre otras disciplinas, se preguntan si acaso habrá solución al origen de lo social, la política debe responder todos los días, definiendo si para su mejor vida son necesarias mayores distancias o mayores acercamientos. La sociedad no conoce esa alternativa política porque es a la vez reunión y distancia; la sociología, en el siglo XIX, fue justamente la constatación asombrada de que los hombres, a la vez, nunca habían estado tan separados unos de otros y nunca habían estado tan relacionados entre todos. La respuesta social a lo social siempre es más. En cambio, la respuesta política habla de demasiado o demasiado poco, como un labrador que mira el río y teme tanto la inundación como la sequía.
4. Las ciudades no pueden dar la espalda a la sociedad como la sociedad sí puede con las ciudades. La sociedad con lo lejano contempla que la relación se mantiene a pesar del cambio: con la ciudad que dejo tengo vínculo aunque ella crezca o se destruya; en definitiva, puedo seguir unido a quien nunca más veré. Esas relaciones sociales, a diferencia de las afectivas, económicas o políticas, también son indiferentes a nosotros y vienen aunque no las elijamos.
5. Cuando los hombres agrupados no conocen la distancia, no hay ciudad, sino solo un poblado o una comunidad. La ciudad es una agrupación que mantiene relaciones a distancia, una comunidad establecida en el reconocimiento de la sociedad. Cuando un poblado recibe a un extranjero, o cuando se reencuentra con alguien que había sido dejado atrás o que se había ido, llega lo social y está dada la posibilidad de que haya política.
6. La política es distinta a la guerra, es decir que no se define en la relación con un extranjero que es o puede ser enemigo. Si el primer lejano —en sentido radical— que conoce un pueblo es el enemigo capaz de sostener una guerra, de ese contacto no nace una ciudad, sino una colonia. La colonia puede ser núcleo de una ciudad venidera, pero la experiencia que funda la política es, más allá de la guerra, que los propios pueden volverse lejanos (no enemigos) y que los lejanos puedan volverse propios (no invasores).
7. La sociedad hace posible a la ciudad como gobierno del tránsito entre lo distante (sobre la extensión de la distancia la ciudad no tiene poder alguno), la despierta en la atención a quiénes se van y quiénes llegan. Pero el error de las concepciones de la política basadas en la guerra es asumir que el gobierno se despliega en la frontera con lo extranjero, mientras que la política basada en lo social entiende que lo lejano, lo sin relación, puede estar dentro de los límites de la población. La ciudad es precisamente la distinción entre unos pobladores conocidos, los ciudadanos, y una población de desconocidos compuesta por los que están dentro de las propiedades, de las casas y de otras instituciones, los que no asoman al público porque raramente pisan las calles. La política es la inquietud de una comunidad sobre los que están en las casas, los que están acá pero lejos. Sobre esos que están lejos, la ciudad, en principio, no puede hacer nada, porque lo que los define es que escapan a su dominio, de modo que no hay gobierno sobre la sociedad; pero lo que sí hace la política es dar una forma a las relaciones públicas y directas entre hombres que también tienen relaciones sociales y distantes. Este hombre, que está acá, se relaciona con lo que está en la ciudad pero también con lo que está lejos de ella.
8. Lo social es distinto a lo público porque no lo define el hecho de ser mostrado. Lo privado, por su parte, es lo que puede no mostrarse. Lo público reconoce que lo privado existe, pero asume que con ello no hay relación de contacto. En cambio, lo social es aquello con lo que lo público (la ciudad) no puede dejar de relacionarse aunque no se muestre. Es social mi relación con lo que se pierde de la vista pública en una privacidad a la que no tengo acceso. Esa forma de relación a distancia entre lo privado y lo público es lo social por excelencia. La política debe ser capaz de reconocer esa relación sin intervenirla (no tiene acceso), pero sí debe intervenir para que los hombres no vivan más preocupados por lo lejos que por lo presente, porque sino podrían despreciarse entre ellos. Como Maquiavelo y Hobbes son los grandes filósofos políticos de la guerra, Rousseau y los sociólogos del siglo XIX (Marx, Durkheim, Simmel y Weber) son los grandes filósofos políticos de lo social. La ciudad es el gobierno de cercanos que conviven con distantes por fuera del gobierno. Maquiavelo y Hobbes no lo sabían menos, pero justamente querían evitar el problema que poco después será indetenible: tal vez los hombres no quieren la ciudad.
— II —
En los mitos griegos las historias sobre aventureros y exiliados están cruzadas con historias sobre mujeres guardadas en casas, como Perséfone, Helena, Penélope. Para héroes y dioses, que se movían a sus anchas por el mundo, lo único distante podían ser las mujeres que no se encontraban ni entre el público ni en la guerra. La política es allí una relación entre hombres que tienen relaciones intensísimas con lo lejano y que no saben cruzar esa distancia sin ir acompañados de la guerra, mientras la sociedad es lo que atraviesa a Penélope, aferrada a la relación con su esposo perdido, incluso si no cuenta con su regreso.
— III —
1. La relación social es distinta a una relación con la propiedad privada. La adquisición, desde las investigaciones de Marx y Simmel, se comprende como un máximo acercamiento que no anula la distancia.Es cierto que nunca una clase en la distribución de la propiedad fue tan social como la burguesía, pero la sociedad es allí no tanto lo que se realiza en la posesión, sino las inmensas capacidades de relación entre distantes que habilita la noción de capital como propiedad infinitamente divisible (sociedades anónimas, corporaciones, compañías, etcétera). Si la acumulación es la vida del capital, la división es la vida de la sociedad; claramente fueron de la mano por siglos, pero aun así no son equivalentes (o al menos no desde el lado de lo social).
2. La ciudad como división creciente del espacio en más habitaciones o compartimentos sigue el mismo principio. La metrópolis no es el lugar donde todo está cerca sino donde la distancia crece hacia adentro.
3. La pantalla digital como multiplicación de ventanas también sigue el mismo principio.
4. Los viajes internacionales y las telecomunicaciones más allá del horizonte son vida de la sociedad, pero también lo son el ascensor y los auriculares que cruzan la distancia en un eje vertical.
5. Nunca antes fue tan posible que unos hombres estén tan lejos entre sí estando reunidos en multitud. Son temas largamente tratados, desde Allan Poe a Ballard, ahora devenidos experiencias masivas.
— IV —
1. Nunca tantas calles de tantas ciudades del mundo estuvieron tan quietas como en estos meses (van cuatro) de la epidemia de gripe COVID-19 producida por el virus SARS-CoV-2. Lo público, en su forma general y tal como fue vivido en los últimos milenios, jamás experimentó semejante encierro de sus ciudadanos, con más de cuatro billones de personas en cuarentena para evitar el contagio y la expansión de una enfermedad que supera todas las previsiones y capacidades de los mayormente endebles sistemas de salud operativos. Todavía no es seguro ni cuánto tiempo más se extenderá el gran aislamiento que ya cuenta semanas ni cuánto tiempo más es sostenible mientras la parálisis de la actividad regular produce la mayor crisis económica global del último siglo. En cualquier caso, la mutación en las relaciones de distancia es cierta. La vida pública desaparecida en las calles migró a telecomunicaciones agrupadas en plataformas virtuales. Nunca antes tantas personas trabajaron desde el interior de sus casas mientras nunca tantos estuvieron imposibilitados de trabajar. A su vez, quienes se mantienen trabajando en calles y edificios públicos, claves para la provisión de alimentos y otros servicios elementales para la población guardada, están expuestos a un máximo de riesgo, contratados precariamente y desprovistos de las seguridades elementales de las que son proveedores.
2. En el estado actual coinciden un espacio público mínimo, un espacio privado mínimo, un espacio económico mínimo y un espacio social máximo. Nunca hay menos sociedad.
3. ¿Cuál es la causa de la distancia? No se trata de la epidemia de gripe, sino de la causa que hace que estén dadas las condiciones para que haya vida común entre ciudadanos aislados por completo entre sí. ¿La distancia es producida por los poderes políticos y económicos como espacio sobre el que expandirse, como introducción de nuevas necesidades para que los clientes sigan comprando? ¿O ella sobreviene igual que una epidemia pero con otros nombres?
4. Desde Tarde y Durkheim a Burroughs y Sloterdijk lo social muchas veces ha sido pensado y tratado en términos de una infectología o pregunta por el contagio. Durkheim, sobre las teorías de la influencia de Tarde, añadió que a diferencia de lo que ocurre con las epidemias virales, contra lo social no hay aislamiento efectivo, de modo que la separación de los individuos no impide el contagio, sino que, al contrario, la distancia lo favorece especialmente. Tarde lamentó encontrar en esa postura una aceptación de impotencia al tratamiento de las enfermedades sociales (el crimen, en su ejemplo), pero Durkheim no era menos sanitarista y en sus términos la sociología, contra las búsquedas de una estabilidad policial (el desinterés de Durkheim por las soluciones punitivitas es manifiesto), propone la administración controlada de formas de contagio mediante instituciones estatales y educativas. Anticipar y evitar la epidemia con campañas de vacunación es el horizonte compartido por Pasteur y la sociología. En términos sociológicos: la distancia, que no puede ser evitada, debe ser administrada.
5. En las campañas sanitarias ante la epidemia en curso se ha jugado con la idea de que la única vacuna disponible contra el virus es la distancia social. La efectividad de esa estrategia médica es cierta y los gobiernos que quisieron prescindir del aislamiento pronto se encontraron desbordados por la cifra de enfermos y muertos y cedieron a la cuarentena. No menos cierto es que a la forma epidémica en que se instaló el distanciamiento no la acompañó ni la acompaña todavía ninguna administración política de la distancia. Mientras esperamos que el virus retroceda, no hay ninguna seguridad sobre cuánto va a retroceder el horizonte de distancia experimentado de golpe.
6. Un aprendizaje de la distancia distinto a su experiencia fatal y epidémica requiere entrar en ella de modo que también esté habilitado el regreso, una inmersión con emergencia, como cuando se va al cine y en los lados de la sala, sin cruzarse con la luz de la pantalla,en lo oscuro siguen visibles las salidas. La única educación de la distancia en uso durante estos tiempos ha sido el turismo, es decir un estar fuera de casa y fuera de la ciudad en términos geográficos, como si la distancia en la ciudad no fuese verdadera ni posible. Lo que alienta al turismo (sea ocioso o profesional, ambos existen cada vez más juntos) es el viaje como empresa de la que se vuelve enriquecido, camino donde se avanza con la mirada hacia atrás y durante el cual el viajero se mantiene más contactado con su casa que el espectador a oscuras en la sala de cine. Otra cosa es la enseñanza de irse, la opción de desaparecer de una forma de la que se puede o no seguir un regreso. La desaparición como expresión de tortura y exterminio sin retorno ni tumba, extendida desde fines de la década de 1960 y todavía operativa, ha tenido una gravedad suficiente como para que el ejercicio de una desaparición no forzada y decidida sea hoy casi impensable. De la mano de las tecnologías globales de comunicación, rastreo y vigilancia pareciera que nadie en el mundo puede desaparecer lejos, a menos que se hunda en la marginalidad. Esto no ocurre porque se haya dejado de producir distancia, ya que numerosas tecnologías electrónicas, farmacológicas y corporales se dedican en efecto a habilitarla de maneras novedosas, pero el punto es que todas son concebidas como enlaces entre distancias, como si fuesen puentes, y no como introductoras ellas mismas de nuevas lejanías. La única distancia plena reconocida es la exclusión, y a diferencias de los artilugios y las disciplinas, se la considera residual y no producida; hablar de una producción decidida de distancia significaría por ello tener menos motivos para aceptar un carácter accidental de la pobreza. Al no ser entendidas como distancia sino como acercamiento, las fantásticas tecnologías de aislamiento que hemos conocido (en el sentido entusiasta del término) se toman sin advertencia. El internauta desvelado que sigue mirando la pantalla en la noche sabe que está lejos, pero todo en el dispositivo le dice que no está lejos, que está totalmente ahí, donde puede ser geolocalizado, y que está totalmente en relación con lo que el dispositivo proyecta (un rostro, una guitarra grabada hace setenta años, etcétera). Nada advierte que las distancias posibles pueden ser definitivas, y en ese movimiento ciego no hacen más que profundizarse. Aprender la distancia no la detiene pero la reconoce y permite darle forma.
7. Las mismas redes sociales utilizadas hasta hace poco para mostrar viajes de vacaciones han intentado, en las primeras semanas de la cuarentena, convertir en turismo doméstico lo que podría ser una experiencia de ida. No poder decir qué tan lejos o cerca estamos de la vida anterior a la epidemia es un episodio integral a la crisis de la experiencia de la distancia.
— V —
1. La necesidad absoluta de detener la epidemia y de encontrar vías de recuperación a la ruina económica global no son excusa para no pensar alternativas a la vida de las ciudades conocidas. Son necesarios otros hogares, otros espacios públicos, otros sistemas de tránsito y otras relaciones con lo lejano.
2. La educación, por ejemplo, si decide no hacerse esas preguntas esenciales, atravesará la epidemia habiendo aprendido en mayor escala algo que ya conocía perfectamente: la enseñanza a distancia. En esa distancia se achata la diferencia entre una universidad en la ciudad y otra a cientos o miles de kilómetros. Se achata la diferencia entre que el profesor esté en vivo o grabado. Se achata la diferencia entre que haya o no profesor. También entre que haya o no clase. Y así. Si las universidades, colegios y escuelas pretenden que todo siga igual que antes pero a distancia, cambiarán de manera radical solo que sin asumirlo ni controlarlo, entregadas a las aplicaciones virtuales en las que se están apoyando durante la cuarentena. Pensar otra vía no conlleva un intento de salvar el modelo universitario previo, porque justamente fue la crisis de aquél la que facilitó su dilución en plataformas y charlas-espectáculo (copiarse de internet puede terminar uniendo a los estudiantes que fueron tenidos por malos y a la dirección universitaria que los censuraba).
3. El peligro no son las tecnologías que introducen nuevas formas de distancia; al contrario. Las universidades de las últimas décadas hicieron énfasis en su condición de lugares de encuentro, nodos de circulación y de contactos. Aun cuando ese ideal respondía a la competencia con las industrias del turismo y el espectáculo, puede entenderse que también portaba aspiraciones correspondientes a una forma de vida cosmopolita que siempre fue central a la experiencia universitaria. Sin embargo, desde Platón a Kant, el cosmopolitismo de las instituciones educativas siempre fue algo distinto a la ciudadanía de Estado que obliga y da derecho en las calles. La universidad, que tanto ha servido a las ciudades, también ha servido a que sus participantes se distancien de lo público. Los universitarios, escolares y doctos se alejaban de la ciudad a veces para darle la espalda y a veces para verla de otra manera, pero siempre practicando la distancia. La sociedad de los hombres públicos con la vida en las casas siempre implicó algo quebrado, porque allí dentro la mujer (doméstica o prostibularia) estaba en una distancia sin regreso ni opción respecto a la ciudad y más radical que la del aventurero o exiliado. Las universidades, como los monasterios y otras instituciones asociadas, abre en la propia ciudad una forma de distancia que puede llegar a ser no menos irreversible que la que se esperaba de la mujer casada, pero que se elije, ya que de la formación se espera un resultado vital distinto a lo de lo domesticado o dócil. Es la posibilidad de estar dentro de la ciudad y lejos de ella sin estar en lo público ni en la casa.
4. El problema no es que ante una epidemia haya que aislarse (o es otro tipo de problema), sino que el único lugar posible para la distancia con lo público sea la casa. Peor, con los esfuerzos virtuales en curso, sobre todo en ámbitos de trabajo (como las universidades),se pretende reforzar que estando en casa no estamos aislados, sino en una nueva forma de lo público (más sanitaria) donde nuestras habitaciones son anexos, de modo que no habría cambio a considerar. Contra ese encierro y contra esa exposición, es necesario ejercer formas de guardarse que en lugar de ser aprisionamiento sirvan para un escape mayor, como en un acto de Houdini.
Rodrigo Ottonello
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