Resulta cuanto menos sorprendente que algunos de los principales impulsores de la epistemología histórica contemporánea hayan reorientado sus intereses de investigación hacia el estudio de la racionalidad científica propia de la Guerra Fría. [ii] Si el punto de partida de la epistemología histórica consistió en enfatizar la importancia de los procesos históricos de formación de la experiencia científica, en lo que hace al caso de la temática de la Guerra Fría se asume que en este período se produjo una modificación histórica sustantiva de la racionalidad científica. Sin entrar propiamente en las implicaciones filosóficas del debate, quisiera argumentar que el surgimiento de una racionalidad científica específica de la Guerra Fría estuvo ligada a la creciente mundialización de la ciencia, hasta el punto de que en la actualidad cabe considerar la ciencia como una de las grandes culturas mundiales.
Sin embargo, la aparición de una racionalidad científica singular durante el período de la Guerra Fría y la ulterior mundialización de las culturas científicas contemporáneas no han estado exentas de ambigüedades. Mientras que por un lado la astronomía, la astronáutica y la ulterior carrera espacial permitieron una reocupación de la ideología decimonónica del progreso, en lo que se ha dado en llamar el “astrofuturismo” –en tanto producción de imaginarios utópicos ligados a los desarrollos tecnológicos y a la exploración espacial– [iii] por otro, las ciencias de la materia y la subsiguiente amenaza nuclear abrieron la perspectiva de una catástrofe global de dimensiones apocalípticas. Es precisamente esta tensión entre progreso y catástrofe lo que en último término caracterizó el sentido histórico de la Guerra Fría.
Podemos reformular esta reocupación incompleta de la ideología del progreso en términos de la dinámica histórica propuesta por Reinhart Koselleck (1923-2006) entre “espacio de experiencia” y “horizonte de expectativa”. [iv] Si usamos estas categorías metahistóricas, cabría decir que el fabuloso desarrollo de la astronomía y la astronáutica durante el siglo XX supuso una ampliación efectiva del espacio de experiencia, pero al mismo tiempo la capacidad de inducir una catástrofe nuclear ubicua implicó una drástica reducción del horizonte de expectativa. El emblema de la ganancia de realidad quedó simbolizado en las primeras visualizaciones del planeta Tierra ofrecidas por el envío de sondas espaciales y de manera notable por la llegada del hombre a la Luna. [v] En contraposición, las nubes de hongo y las fotografías de los estragos causados por las bombas atómicas lanzadas sobre Hiroshima y Nagasaki cifraron la posibilidad de un abrupto final de la historia universal. En ambos casos se ofrecían representaciones de la totalidad de lo experimentable, en el primero el planeta Tierra como unidad material de la trama de la naturaleza, mientras que el segundo daba una imagen de la consumación acelerada del tiempo de la historia. [vi]
En la actualidad, la tensión entre progreso y catástrofe, así como la subsiguiente expectativa escatológica, ha venido a ser reocupada a su vez por la ecología, hasta el punto de que algunos historiadores como Joachim Radkau se han referido a la “era ecológica” para caracterizar el sentido histórico de nuestro presente. [vii] Desde este punto de vista, la cuestión ecológica habría adquirido la relevancia y la significación suficientes como para ofrecer la nota distintiva de nuestra época. A su vez, la “era ecológica” sería una nueva impugnación del mito del progreso, puesto que la perspectiva del apocalipsis nuclear resulta reemplazada por la perspectiva del apocalipsis ecológico. En consecuencia, la nueva expectativa escatológica de la ecología contemporánea contempla una vez más la posibilidad del acortamiento del tiempo histórico en relación con el tiempo de la naturaleza, así como la necesidad de instituir su propio katechon. En términos de la dinámica histórica koselleckiana, la ecología daría el nuevo contenido para la relación entre espacio de experiencia y horizonte de expectativa, ahora bajo la forma agudizada del capitalismo tardío, pero preservando las dimensiones de totalidad y globalidad inauguradas por la racionalidad científica de la Guerra Fría. En tanto racionalidad subjetiva el capitalismo tardío se presenta como una variación del mito del progreso, pero en tanto racionalidad objetiva con impacto medioambiental se encamina hacia la catástrofe ecológica. En última instancia, la ironía escatológica del tiempo presente consiste en que la racionalidad práctica se vuelve una forma de racionalidad apocalíptica. [viii]
La conciencia ecológica como astrocultura
Quisiera proponer como hipótesis de trabajo que la astronomía y la astronáutica tuvieron una importancia decisiva en la configuración del pensamiento ecológico del siglo XX. Dos casos emblemáticos en este sentido son los de Lovelock con su “hipótesis Gaia” y Boulding con su “economía del astronauta”.[ix] Desde esta perspectiva, la emergencia de una “conciencia ecológica” de carácter planetario guarda relación no sólo con las primeras visualizaciones del globo terrestre asociadas al desarrollo de la astronáutica y la carrera espacial, [x] sino también con la Guerra Fría, la amenaza nuclear y con las problemáticas concomitantes de la geopolítica, la generalización del neoliberalismo económico y lo que cabría llamar el “capitalismo telúrico”. A la traducción cultural de esta dimensión cósmica ligada a la carrera espacial y a la Guerra Fría, algunos historiadores la han denominado “astrocultura”. [xi] Si bien la “astrocultura” del siglo XX –como substancia misma del astrofuturismo y de la reocupación parcial del mito del progreso– está en franco retroceso, su rendimiento último sería un pensamiento económico-ecológico de alcance planetario. Tomando en consideración el paso de la astronáutica al pensamiento ecológico, cabría considerar la ecología contemporánea como una forma de astrocultura. La ecología constituiría un episodio decisivo en la historia de la formación de la conciencia humana y de su “transfondo cósmico” –por decirlo con la expresión de Hans Blumenberg–. [xii] Sólo así cobra pleno sentido la caracterización de Joachim Radkau del tiempo presente como “la era de la ecología”. [xiii] En lugar del astrofuturismo utópico que imaginaba civilizaciones avanzadas hipertecnológicas, el verdadero y efectivo terminus ad quem de la astrocultura sería el surgimiento de una conciencia ecológica global, en un nuevo umbral de época marcado por la amenaza permanente de una catástrofe natural de alcance planetario. El importante libro de Radkau The Age of Ecology muestra que el pensamiento ecológico hunde sus raíces siglos atrás, en el período Ilustrado. No obstante lo anterior, mi tesis afirma que el pensamiento ecológico encontró en el período de la Guerra Fría una de sus expresiones más peculiares, hasta el punto de que cabe identificar en ella el primer gran episodio de una ecología política global. A mi juicio, este cambio cualitativo en el pensamiento económico-ecológico se puede comprender mejor con el transfondo de la empresa astronáutica. [xiv]
La ecología contemporánea sería una suerte de “astrocultura secularizada”, y lleva el camino de convertirse en una de las grandes culturas mundiales. No sólo forma parte del proceso de globalización de las ciencias, sino que además resulta electivamente afín a la tradición geopolítica [xv] y su creciente inclinación a reemplazar las categorías políticas por categorías geográficas. Este cambio de escala en la teoría, en conjunción con el reconocimiento de la actividad humana como una fuerza geológica, ha dado a parar en el célebre “antropoceno”. [xvi] Si adoptamos de nuevo una formulación koselleckiana, cabría identificar en el antropoceno una progresiva convergencia hacia el colectivo singular [xvii] de la ecología. A saber, cada vez más la multiplicidad de historias económico-políticas se convierten en una única historia: la historia natural del proceso de devastación del planeta Tierra. El antropoceno puede así considerarse como la aceleración hacia el colectivo singular de la ecología; hacia un único y total espacio de experiencia, y un horizonte de expectativa drásticamente reducido que ha reocupado la ubicua amenaza nuclear, ahora en la perspectiva de una posible catástrofe natural global. Dicho de otro modo: salir de la Guerra Fría para entrar en la era ecológica. En lenguaje foucaultiano cabría decir que la ecología como colectivo singular del antropoceno ofrece la nueva base conceptual y material para una ontología de la actualidad.
¿Es la naturaleza ‘racional’?
El proceso moderno de matematización de la naturaleza constituye el precedente ineludible tanto de la ecología en pespectiva astronómica como en su consideración de colectivo singular. Fueron los historiadores neokantianos de la ciencia, y de manera notable Ernst Cassirer (1874-1945), quienes sostuvieron con mayor vehemencia la tesis según la cual el comienzo de la ciencia moderna tuvo como condición de posibilidad el proceso de matematización de la naturaleza. La publicación en 1883 del texto de Hermann Cohen (1842-1918) Das Prinzip der Infinitesimal-Methode und seine Geschichte: Ein Kapitel zur Grundlegung der Enkenntniskritik trajo consigo una metafísica y epistemología funcionalista que daba prioridad a las matemáticas en la configuración de una teoría del conocimiento científico. Las condiciones de posibilidad de la experiencia matemática lo eran también de toda experiencia científica. El cálculo infinitesimal era considerado un esquema universal tanto para las ciencias modernas como para la epistemología. [xviii] En último término, el cálculo diferencial e integral proporcionaba un referente para elaborar una teoría del conocimiento de carácter transcendental y deshacerse de la tradicional metafísica de la substancia. [xix]
En relación con esta problemática específica, cabe señalar las contribuciones tempranas de Ernst Cassirer. Su trabajo Substanzbegriff und Funktionsbegriff (1910) –un texto muy influenciado por The Principles of Mathematics (1903) de Bertrand Russell– llevaba a expresión teórica apropiada el conjunto de ideas que la Escuela de Marburgo defendía en torno a la posibilidad de construir una teoría de la experiencia a partir de los logros obtenidos en las ciencias exactas, físicas y naturales. Siguiendo la estela de la epistemología de las matemáticas elaborada por personalidades tan notables y variadas como Frege, Kronecker, Dedekin, Cantor, Klein o Hilbert, Cassirer recogía las nociones de “serie”, “progresión” y, en general, todos aquellos conceptos que expresan las propiedades formales de una estructura relacional. De esta manera, Cassirer sostenía que la clave última para elaborar una teoría de la experiencia científica pasaba por una reapropiación filosófica del concepto de “función”. La función, un concepto matemático proveniente del cálculo diferencial e integral, era empleado para dilucidar la nueva estructura transcendental del sujeto cognoscente, [xx] y el cálculo infinitesimal devenía en esquema universal para la ciencia natural moderna. [xxi] Es en este contexto donde Cassirer propuso la idea, luego muy recurrente, de considerar la revolución científica del siglo XVII [xxii] como un proceso de matematización de la naturaleza, sobre todo a partir de la astronomía moderna y la célebre afirmación galileana según la cual el libro de la naturaleza está escrito en lenguaje de las matemáticas.[xxiii] Desde este punto de vista, la comprensión contemporánea de la naturaleza puede ser entendida como una derivación ulterior del espíritu científico moderno y del proceso de racionalización de la naturaleza.
Leggiadro viso: el viejo mito de una naturaleza autoparlante
Si el inicio de la ciencia moderna tuvo como condición de posibilidad el creciente proceso de matematización de la naturaleza –según la tesis de los historiadores neokantianos–, nuestra comprensión actual de la ecología sería la postrera consumación de ese espíritu científico. En la matematización moderna de la naturaleza, en su promesa racionalista, habría una singular oscilación entre lo que llamaré “el mito de la naturaleza autoparlante” y su eventual impugnación. De acuerdo con este mito, la naturaleza es intrínsecamente semántica y se puede establecer con ella una relación de confianza debido a que se manifiesta como fuente de significado. [xxiv] En el acontecimiento de que la naturaleza hable, que cuente algo (o lo repita) habría, no obstante, una experiencia primigenia de historicidad, en el tiempo de espera que la naturaleza requiere para manifiestarse y transmitir su sentido, de novedad o repetición.
En este contexto cabe emplazar la cuestión de una epistemología histórica de la naturaleza, en lo que llamaré “los dos máximos estilos epistémicos”: el “estilo galileano” y el “estilo ficcional”. El primero de ellos, de inspiración astronómica, considera la naturaleza como expresión de una racionalidad, es decir, supone una variación del mito de la naturaleza autoparlante. Recoge la intuición de que la naturaleza posee un carácter legaliforme, expresable en el lenguaje de las matemáticas. Estima, por ejemplo, que hay principios que subyacen en la organización de la naturaleza, [xxv] como en la morfología racionalista o en el estructuralismo dinámico. Asume, por tanto, que no hay una verdadera “distancia ontológica” entre el objeto biológico o ecológico y su representación matemática, tan sólo la distancia interpuesta por la ignorancia del sujeto cognoscente. En contraposición, el “estilo ficcional” considera más bien que las representaciones matemáticas de la naturaleza son “ficciones” con las que ajustar el contenido empírico de la teoría. Su rasgo distintivo reside en asumir la distancia ontológica entre el objeto natural y su representación matemática. El énfasis recae, por tanto, en el carácter aproximado de las representaciones matemáticas de la naturaleza. Las matemáticas no serían tanto la expresión de una lógica inmanente en la naturaleza como una aproximación simbólica de algunas de sus características prevalentes. El estilo ficcional, basado ante todo en una epistemología de modelos matemáticos, [xxvi] sería a su vez expresión del proceso de neutralización simbólica de la naturaleza. A saber, mientras que el estilo galileano es autoparlante, el estilo ficcional asume la neutralización simbólica de la naturaleza.
En la oscilación entre ambos estilos, cuando no en la adopción de posturas intermedias, se mostraría precisamente la historicidad epistemológica de las comprensiones de la naturaleza. De este modo, cabe identificar una de las tensiones esenciales de las imágenes del universo y de la racionalidad humana en la dualidad no superada entre el viejo sueño galileano y el estilo ficcional; [xxvii] entre una estructura legaliforme inmanente en la naturaleza y la producción de ficciones matemáticas para representarla; [xxviii] entre la crítica de la razón biológica y la leyenda de la liquidación de la naturaleza autoparlante.
Notas:
[i] Este pequeño ensayo se ha beneficiado del proyecto de investigación “Historia de la economía ecológica y teoría del capital natural” (Referencia 286529, 2018-2022), financiado por el programa de Ciencia Básica Conacyt/SEP del Gobierno de México. Una versión previa apareció como capítulo de libro en: Norma Durán R. A. (ed.), Epistemología histórica e historiografía, Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Azcapotzalco, Ciudad de México, 2017.
[ii] P. Erickson, J. L. Klein, L. Daston, R. Lemov, T. Sturmy M. D. Gordin, How Reason Almost Lost its Mind: The Strange Career of Cold War Rationality, The University of Chicago Press, 2013.
[iii] Alexander C. T. Geppert (ed.): Imagining Outer Space: European Astroculture in the Twentieth Century, Palgrave Macmillan, London, 2012. Véase, asimismo, Everett C. Dolman, Astropolitik. Classical Geopolitics in the Space Age, Frank Cass Publishers, London / Portland Or., 2002, pp. 168-176.
[iv] Véase el último capítulo del libro de R. Koselleck, Futuro pasado. Para una semántica de los tiempos históricos [1979], Paidós, Barcelona, 2007. Para ulteriores desarrollos sobre la obra de Koselleck se pueden ver los estudios especializados compilados en Carsten Dutt y Reinhard Laube (Hrsg.), Zwischen Sprache und Geschichte. Zum Werk Reinhart Kosellecks, Wallstein Verlag, Göttingen, 2013.
[v] Los estudiosos del período han identificado aquí uno de los grandes episodios en la globalización de la imagen del mundo. Véase Frank Hartmann, “Sputnik und die Globalisierung des Weltbildes”, en: Igor J. Polianski y Matthias Schwartz (eds.), Die Spur der Sputnik. Kulturhistorische Expeditionen ins kosmische Zeitalter, Campus Verlag, Frankfurt am Main, 2009, pp. 160-180.
[vi] Sobre acelaración y acortamiento del tiempo histórico, véase R. Koselleck, Aceleración, prognosis y secularización, Pre-Textos, Valencia, 2003. De gran interés resulta también el trabajo de José Luis Villacañas, “Acerca del uso del tiempo apocalíptico en la Edad Media”, en: Faustino Oncina (ed.), Teorías y prácticas de la historia conceptual, CSIC-Plaza y Valdés, México, 2009, pp. 97-116.
[vii] Joachim Radkau, The Age of Ecology [2011], Polity Press, Cambridge, 2014. Véase, asimismo, Sabine Höhler, Spaceship Earth in the Environmental Age, 1960-1990 [2015], Routledge, London, 2016.
[viii] Una revisión de algunas matrices culturales del apocalipsis en el dossier editado por A. Fragio, César G. Cantón y José Luis Villacañas en Res Publica. Revista de Historia de las Ideas Políticas, Universidad Complutense de Madrid, vol. 18 n.º 2, 2015, pp. pp. 285-415.
[ix] J. E. Lovelock, “A Physical Basis for Life Detection Experiments”, Nature, 207, 1965, pp. 568–70; Lovelock, “Gaia as seen through the atmosphere”. Atmospheric Environment [1967], 1972, 6 (8), pp. 579-514. Kenneth E. Boulding, “The Economics of the Coming Spaceship Earth”, en: Henry Jarrett (ed.): Environmental Quality in a Growing Economy. Essays from the Sixth RFF Forum on Environmental Quality, The Johns Hopkins Press, Baltimore, 1966, pp. 3-14.
[x] En este sentido, y a la manera de la “astronáutica geotrópica” de Blumenberg, cabría hablar de una “ecología reflexiva”. Véase H. Blumenberg, The Genesis of the Copernican World [1975], MIT Press, Cambridge, 1987, pp. 675-685, en la p. 677: “During this decade of astronautics only one single picture could not have been invented, but simply went beyond anything the imagination could have anticipated: the picture of the Earth from space”.
[xi] Alexander C. T. Geppert (ed.), Imagining Outer Space: European Astroculture in the Twentieth Century, op. cit.
[xii] H. Blumenberg, The Genesis of the Copernican World [1975], MIT Press, Cambridge, 1987, p. 6.
[xiii] Joachim Radkau, The Age of Ecology, op. cit.
[xiv] Emanuela Mazzi, “De la tierra al cielo y regreso. La reflexión de Hans Blumenberg sobre la posición del hombre en el cosmos después de la empresa astronáutica”, Revista Anthropos, n.º 238, Barcelona, 2013, pp. 21-41. Alberto Fragio, Paradigmas para una metaforología del cosmos: Hans Blumenberg y las metáforas contemporáneas del universo [2015], Universidad Autónoma Metropolitana, DCSH-UAM-C, Ciudad de México, 2016.
[xv] La literatura sobre geopolítica es inmensa. Véase, por ejemplo, Gearóid Ó. Tuathail, Critical Geopolitics. The Politics of Writing Global Space [1996], Routledge, London, 2005. Gearóid Ó. Tuathailet. alii, The Geopolitics Reader [1998], Routledge, London, 2003.
[xvi] Will Steffen, Jacques Grinevald, PaulCrutzen y John McNeill. “The Anthropocene: conceptual and historical perspectives.” Philosophical Transactions of the Royal Society of London A: Mathematical, Physical and Engineering Sciences, 369, n.º 1938, 2011, pp. 842-867. Tom Cohen, Claire Colebrook y Hillis Miller, Twilight of the Anthropocene Idols, Open Humanities Press, London, 2016.
[xvii] Véase R. Koselleck, historia/Historia [1975], trad. esp. de Antonio Gómez Ramos, Editorial Trotta, Madrid, 2004, pp. 27 ss.
[xviii] Gregory B. Moynahan, “Hermann Cohen’s Das Prinzip der Infinitesimalmethode, Ernst Cassirer, and the Politics of Science in Wilhelmine Germany”, Perspectives on Science, vol. 11, n.º 1, 2003, pp. 41-9.
[xix] El lector interesado en estas cuestiones encontrará más información en los trabajos clásicos de A. Philonenko, L’École de Marbourg. Cohen, Natorp, Cassirer, Librairie Philosophique J. Vrin, Paris, 1989; y H. Dussort, L’École de Marbourg, Presses Universitaires de France, Paris, 1963.
[xx] G. B. Moynahan, op. cit., p. 49.
[xxi] Ibid. p. 48.
[xxii] Una revisión crítica de la historiografía de la revolución científica en Violeta Aréchiga (ed.), Historiografía, newtonismo y alquimia. Antología sobre la revolución científica, DCSH-UAM-Cuajimalpa, Ciudad de México, 2016.
[xxiii] Esta es la célebre cita de Il Saggiatore: “La filosofía está escrita en ese libro enorme que tenemos continuamente abierto delante de nuestros ojos (hablo del universo), pero que no puede entenderse si no aprendemos primero a comprender la lengua y a conocer los caracteres con que se ha escrito. Está escrito en lengua matemática, y los caracteres son triángulos, círculos y otras figuras geométricas sin los cuales es humanamente imposible entender una palabra; sin ellos se deambula en vano por un laberinto oscuro”. Un análisis exhaustivo de este argumento en H. Blumenberg, Die Lesbarkeit der Welt, Suhrkamp, Frankfurt am Main, 1981. Trad. esp. de Pedro Madrigal, La legibilidad del mundo, Editorial Paidós, Barcelona, 2000.
[xxiv] Y de moralidad. Véase en este sentido la compilación de Lorraine Daston y Fernando Vidal (eds.), The Moral Authority of Nature, The University of Chicago Press, 2004.
[xxv] John Pastor, Mathematical Ecology of Populations and Ecosystems, Wiley-Blackwell, West Sussex, 2008, p. 5.
[xxvi] Una introducción a la concepción modelística en C. Ulises Moulines, El desarrollo moderno de la filosofía de la ciencia (1890-2000) [2008], UNAM, Instituto de Investigaciones Filosóficas, México, 2011, cap. 6.El lector interesado encontrará ulteriores desarrollos en el libro de Andrés Rivadulla, Meta, método y mito en ciencia, Editorial Trotta, Madrid, 2015. Véase, asimismo, José Ferreirós, Mathematical Knowledge and the Interplay of Practices, Princeton University Press, 2016.
[xxvii] Otras “tensiones esenciales” serían la relación singular/global; el contraste entre una concepción determinista y otra probabilista de la naturaleza; o entre la neutralización simbólica de la naturaleza y las prácticas del ascetismo ecológico. Para el caso del “determinismo” en física moderna e “incertidumbre” en mecánica cuántica, se puede ver Carlos Sánchez del Río, El significado de la física, Editorial Complutense, Madrid, 2002, pp. 56-60 y 183-8.
[xxviii] El siguiente pasaje puede ser ilustrativo de esta tensión: “Es tema de frustración para muchos biólogos teóricos que la matematización de la biología aparezca siempre como un asunto casuístico, ad hoc, y que una verdadera axiomatización, seguida del desarrollo de teoría matemática explicativa y predictiva, como en la física, permanezca como un sueño distante. Algunos pensamos que la biología es demasiado compleja como para reducirse a las categorías conceptuales y métodos matemáticos que se originan en la física. Tal vez la matematización de la biología nunca se logre, simplemente por la casi insondable complejidad del fenómeno de la vida”. F. Sánchez Garduño et alii (eds.), Clásicos de la biología matemática, Siglo XXI – UNAM, México, 2002, p. 9.
Alberto Fragio es profesor titular de tiempo completo en el Departamento de Humanidades de la Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Cuajimalpa. Se doctoró en Filosofía (2007) por la Universidad Autónoma de Madrid, y en Ciencias de la cultura (2011) por la Scuola Internazionale di Alti Studi di Modena. Ha sido investigador posdoctoral en el Instituto de Historia de la Medicina y de la Ciencia de la Universidad de Lübeck, así como en la Cátedra de Estudios sobre Ciencia del Instituto de Tecnología de Zürich. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores del Conacyt. Entre sus publicaciones más recientes cabe destacar Estilos de razonamiento económico. Una epistemología histórica de las ciencias económicas (2021) y Paradigmas para una metaforología del cosmos: Hans Blumenberg y las metáforas contemporáneas del universo (2016). Mail: afragio@cua.uam.mx
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