Sobre la pérdida del alma (psyché) animal y el avance de las técnicas de la producción de carne
Psyché y techné tienen muchas historias para contar sobre sus lazos y conflictos: me interesa la cuestión del vínculo entre lo animado (alma) y lo inerte maquínico (resultado de la techné) en la producción cárnica. Desde la pregunta acerca del alma de las marionetas[1] hasta “Das Unheimliche” de Freud, lo animado y lo inerte, lo maquínico y lo viviente se entrelazan y bordean por sus límites. Pero ¿qué acontece cuando el animal, que concentra en su nombre la idea de Psyché (es animal porque es “animado”, es decir, porque tiene alma, soplo vital) es convertido en recurso disponible para la alimentación humana, y sometido a una matanza tan masiva que sería impensable sin lo maquínico? ¿Cómo se enfrenta el alma animal (la vida animal) a la máquina? Señalaré tres momentos en la historia de ese enfrentamiento, para indicar algunos aspectos de lo que significa, hoy en día, la producción de animales para el consumo humano.
Primer momento: las empacadoras de carne de Chicago
La matanza masiva de animales tiene su lugar icónico, tan icónico que se ha convertido casi en símbolo de la industria cárnica: Chicago, el lugar de nacimiento de la línea de montaje aplicada a la producción de carne. De alguna manera, Francis Bacon en La nueva Atlántida había vislumbrado la necesidad de transformación de los animales para la producción masiva: los animales que se hallan para experimentación en la Casa de Salomón son objetos de prueba de venenos y medicamentos, se los agranda o empequeñece, se los hace fecundos o estériles, se los cruza para obtener ejemplares diferentes. Y esto no por azar, “ya que sabemos de antemano qué seres surgirán a partir de un cruce y materia determinados”.[2] En el país de Bensalem, donde todos los humanos son felices, el animal está sometido a la ciencia y al cálculo, para obtener beneficios del orden del conocimiento que interviene y opera sobre la vida.
Jacques Damade plantea la “alegoría Chicago” como “matriz del mundo humano”[3]: y es cierto, tal vez ser un existente humano implique darse el derecho de operar sobre la vida de los animales hacinándolos, maltratándolos, transportándolos, degollándolos, fragmentándolos, distribuyéndolos como trozos de carne ya inerte. Porque para la industria cárnica los animales ya son materia inerte desde un comienzo: de otra manera, sería impensable el vínculo “sin culpas” con una vida, con una psyché a la que se destina a nacer sólo para matarla.[4]
Uno de los problemas que enfrentó la industria cárnica en sus inicios fue el de adaptar las máquinas a los cuerpos vivos. Giedion[5] relata cómo en las últimas décadas del siglo XIX la extensión de la industria empacadora de carne representó una matanza masiva de animales, sobre todo en Chicago, que obligó a la invención de nuevas maquinarias para cumplir de manera eficiente la serie de pasos que exigía el transporte, matanza, utilización de todas la partes del animal, y distribución de lo obtenido con la mayor eficiencia. Pero, como señala Giedion, el choque entre lo mecánico y la sustancia orgánica (la vida, el alma, en definitiva), con sus cambios y movimientos, no permitió que se mecanice todo el proceso.[6]
Quien denuncia, en ese momento, esa maquinización de vidas humanas y animales es Upton Sinclair, mostrando en La jungla de qué manera el capitalismo representado en la empacadora de carne es el “Gran Carnicero” que usufructúa vidas humanas y animales.[7] “Del cerdo se aprovecha todo, menos los gruñidos”, señala un capataz[8]: la inmensa maquinaria de engranajes en la línea de montaje del camino a la muerte y la fragmentación de los cerdos, no puede evitar los gruñidos de la psyché animal que se rebela contra la techné humana, demasiado humana. Su rebelión solo puede tener esa manifestación del gruñido: sin embargo, ese gruñido resuena y forma figuras, como las de Chladni.[9] Muchas de las líneas del pensamiento contemporáneo podrían ser consideradas como una suerte de imágenes de Chladni provocadas por esa resonancia del dolor del animal: figuras que ponen en crisis al humanismo sobre el que se ha sustentado como “amo y señor” (las dos palabras preferidas de Robinson Crusoe en su isla) el existente humano. El gruñido del cerdo metido en la maquinaria de la producción cárnica se sigue escuchando más allá de los mataderos: de allí los movimientos y pensadores animalistas que denuncian este “orden del mundo” en el que “ser humano” es equivalente a “ser sacrificador” del otro.
Segundo momento: las cinco libertades de los animales
En 1964, Ruth Harrison publicó Animal Machines, y su obra generó una protesta de caracteres similares a la acontecida con las entregas de La jungla de Sinclair, con parecidas consecuencias a nivel gubernamental. En el caso de Sinclair, la deriva de la protesta llevó a mejoras a favor del consumidor de carne, en el caso de Harrison la preocupación fue preponderantemente por los animales y sus condiciones de vida.
El título de su libro remite a esa expresión de “animal-máquina” (bête-machine) que se suele atribuir a Descartes, si bien es más propia de sus comentadores. Lo importante de ese sintagma es la idea de la reducción del animal (y del cuerpo humano en tanto animal) a la condición de mecanismo de relojería. La vida (psyché) ahora convertida en máquina, triunfo del humanismo que entonces reserva la psyché, como alma, para lo que no es del orden de lo material. Con la expresión “máquinas animales”[10] Harrison describió el modo en que los animales de producción intensiva se habían convertido, con el gran desarrollo de la industria cárnica en el siglo XX, industria amparada en la supuesta necesidad de alimentar a la creciente población humana,[11] en máquinas de producir carne, leche y huevos.
Bernard E. Rollin[12] señala que Ruth Harrison ha sido una profeta, entendiendo por tal a la persona que tiene la lucidez necesaria para ver situaciones que otros ignoran o, podríamos agregar, prefieren ignorar. Su libro causó tanto impacto, que dio lugar a una comisión que generó el que luego fue conocido como “Informe Brambell” (sobre el Bienestar de los Animales Mantenidos en Sistemas Intensivos de Ganadería)[13], que planteó la necesidad de lo que posteriormente se denominó como “las cinco libertades” para los animales de producción: “Los animales de granja deben tener la libertad de ponerse de pie, acostarse, darse la vuelta, acicalarse y estirar sus extremidades". Consecuencia de este informe fue la creación en el Reino Unido del Comité Asesor de Bienestar de los Animales de Granja, que inspiró la formación de distintos grupos y consejos de bienestar animal en todo el mundo. Esas primeras “libertades” posteriormente se especificaron en la necesidad de que los animales sean “libres del hambre y la sed”, con una dieta conveniente a su salud; “libres de molestias”, con un entorno y áreas de descanso; “libres de dolor, lesión o enfermedad”; “libres para expresar un comportamiento normal”, lo que supone espacio suficiente y compañía de la propia especie animal; y “libres de miedo y angustia”, para evitar el sufrimiento mental. [14]
Los cinco movimientos básicos del inicio se expandieron en una nueva serie de libertades muy difíciles de cumplir, si de producción intensiva se trata. A los animales que van a ser sacrificados para ingesta cárnica no se les cuida la salud, sino que se privilegia el paladar del consumidor. Por eso existen, por ejemplo, las dietas ferropénicas, para que la carne sea más blanca, o el uso de antibióticos, no solo por cuestiones de bioseguridad sino para ralentizar el metabolismo y permitir un más rápido engorde. Tampoco se les cuida la salud mental: en condiciones de hacinamiento el miedo y la angustia son constantes. Y no es necesario decir nada de los entornos adecuados, las áreas de descanso y demás: los animales están hacinados desde el comienzo mismo de sus vidas, cuando son separados de sus madres para iniciar el proceso de engorde que en poco tiempo los llevará a la muerte para satisfacer necesidades humanas.
Tercer momento: que lo resuelva el animal por sí mismo
Chicago generó el problema de la dificultad de las máquinas en su contacto con vidas animales, transidas de emociones de miedo e impotencia, deseos de huida, y angustia. No se pudo mecanizar de manera total el proceso, y de allí la necesidad de intervención de otras vidas, humanas, para rectificar y orientar la línea de montaje animal. Ruth Harrison evidenció la cuestión del sufrimiento de los animales transformados en máquinas de producción. Pero su texto, de alguna manera, forjó unas líneas de Chandli en las que resonaban aquellos gruñidos “desaprovechados” por la matriz Chicago, que no les encontró uso.[15]
En Santa Juana de los mataderos de Bertold Brecht,[16] Cridle, dueño de un frigorífico de carne envasada, encuentra la solución para este problema de esa “restancia” animal que evidencia que el animal es psyché, que la técnica no logra automatizar completamente. Brecht relata la historia de Juana, una mujer que sabe que el mundo es “un inmenso matadero”,[17] y por ello, con los “Negros sombreros de paja” realiza una labor de acompañamiento de los obreros en los frigoríficos, acercándoles un plato de comida, e intentando aproximarlos a Dios en sus ámbitos de trabajo. Porque Juana considera que hay que elevar los ojos al cielo, y que los obreros deben desprenderse de sus dolores terrenales para fijarse en los valores superiores de la religión. Y si bien su interés es por los existentes humanos, sin embargo, al realizar esta tarea hace patente que la vida que llevan los operarios de los mataderos no es una vida deseable, y de allí su necesidad de mostrar “otra vida”.
En medio de los avatares de la obra, Cridle comenta que cerrará por unos días el frigorífico, e instalará unas nuevas máquinas en las que el cerdo se mata sin intervención humana, va solo a las cuchillas, y va pasando de piso en piso para que le quiten la piel y se pueda procesar la carne: “El cerdo se degüella a sí mismo y luego, solito, se convierte en embutido”.[18] Brecht concentra en esta expresión el mayor deseo, tal vez, de la industria cárnica: que ya no sea necesario ni siquiera escuchar el gruñido del cerdo. Perfecta amalgama de psyché y techné para el capitalismo del Gran Carnicero: la materia viva y en movimiento ya no desafía el cálculo de la técnica, se doblega por sí misma, marchando por sus propios pies al matadero.
La pandemia y la industria cárnica
En el fin de los tiempos anunciado durante los primeros momentos de la pandemia, se hizo visible la alianza entre los agronegocios y las enfermedades zoonóticas emergentes. Existe todo un proceso, una nueva línea de montaje en los nuevos circuitos del capital, que convierte a los terrenos fiscales en activos financieros, deforesta bosques, genera monocultivos, erosiona los suelos, expulsa a los animales salvajes (reservorios de virus) de sus hábitats, utiliza esos monocultivos para alimentar a los animales de producción intensiva, animales a los que hacina debilitando sus sistemas inmunológicos, provocando y favoreciendo los saltos virales que provocan las zoonosis.[19]
Sin embargo, la resonancia del lamento animal (los expulsados de sus ecosistemas por deforestación o creación de barrios sobre humedales, los hacinados en feedlots, tambos y granjas de producción intensiva, y tantos otros) genera esas líneas de Chlandi que indican que el “proyecto humano” del humanismo está en crisis, y posiblemente, ya se esté derrumbando. Tal vez, de ese derrumbe, surja la posibilidad de otro modo de ser-con en las comunidades (de los) vivientes (que somos).
Notas:
[1] Bellas páginas sobre el alma de las muñecas, máquinas y marionetas pueden leerse en Guy Hocquenhem y René Schérer, El alma atómica, trad. D. Zadunaisky, Barcelona, Gedisa, 1987, capítulo 2, pp. 28 ss.
[2] Francis Bacon, New Atlantis, en Brian Vickers (ed.), Francis Bacon. A Critical Edition, Oxford-New York, Oxford University Press, 1996, p. 482.
[3] Jacques Damade, Abattoirs de Chicago. Le monde humain, Paris, editions La Bibliothéque, 2016, p. 9.
[4] Cuando Elizabeth Costello, en la novela homónima de J.M. Coetzee, señala la aproximación entre Treblinka y los mataderos, indica que la industria cárnica es una industria dedicada a la vida (frente a los campos de exterminio, que significan una empresa metafísica de muerte), pero aclara: “Déjenme decirlo abiertamente: estamos rodeados de una industria de la degradación, la crueldad y la muerte que iguala cualquier cosa de que fuera capaz el Tercer Reich, incluso la hace palidecer, dado que la nuestra es una industria sin fin, que se autorregenera, que trae al mundo conejos, ratas, aves de corral y ganado con el único propósito de matarlos”, J.M. Coetzee, Elizabeth Costello, trad. J. Calvo, España, Mondadori, 2004, p. 52.
[5] S. Giedion, Mechanization takes command. A contribution to anonymous history, New York, Oxford University Press, 1948, pp. 218 ss. La cámara de refrigeración para transporte de la carne fue uno de los primeros inventos necesarios, pero a éste siguieron todos los que tenían que ver con el mejor manejo y extracción del elemento del animal (carne, piel, huesos, pelos, etc.) utilizable en diversas áreas productivas. Los pasos a seguir estaban controlados para lograr el mayor número de elementos en el menor tiempo posible, de ahí la inspiración de los mataderos de Chicago en la organización de las fábricas de automóviles de Henry Ford.
[6] Como señala Giedion, op. cit., pp. 246, lo interesante es la pregunta acerca de si los dispositivos mecánicos se pueden adaptar a las contingencias de lo viviente. Como veremos luego, un productor de carne, en Santa Juana de los mataderos, encontrará una solución posible a este problema.
[7] Desarrollo con detalle esta analogía en “El Gran carnicero y la pandemia”, Erasmus. Revista para el diálogo intercultural, 23 (2021), https://www.icala.org.ar/erasmus/Archivo/2021/erasmus-23-2021-Cragnolini.pdf
[8] Upton Sinclair, La Jungla, trad. J. R. Calvo y O. de Pablo, México, Brigada Para Leer en Libertad, 2016, p. 43.
[9] Utilizo la imagen de las líneas que forman los granos de sal o arena que se sedimentan temporariamente en la placa sometida a vibración, para indicar ese movimiento que genera el sonido (generalmente ignorado) del sufrimiento animal, una suerte de bajo continuo de la cultura.
[10] Ruth Harrison, Animal Machines: the New Factory Farming Industry, London, Vincent Stuart Publishers, 1964.
[11] Digo supuesta por dos razones, aunque podría señalar muchas más: primero, porque la carne que se produce en el mundo va a parar a las bocas de sólo el veinte por ciento de la población mundial, en segundo lugar, por la idea, discutida desde muchas disciplinas, de la necesidad humana de proteínas obtenidas de los animales.
[12] Bernard Rollin, “Animal Machines – Prophecy and Philosophy”, en R. Harrison, Animal Machines, whit new contributions from Marian Stamp Dawkins, John Webster, Bernard Rollin, David Fraser and Donald M. Broom, Boston, CABI, 2013, p. 10.
[13] “Report of the Technical Committee to Enquire into the Welfare of Animals kept under Intensive Livestock Husbandry Systems” accesible en: https://edepot.wur.nl/134379, consulta 02/07/2022.
[14] Melissa Elischer, “The Five Freedoms: A history lesson in animal care and welfare”, Michigan State University Extension - September 6, 2019, accesible en https://www.canr.msu.edu/news/an_animal_welfare_history_lesson_on_the_five_freedoms, acceso 31/5/2022.
[15] Con esas líneas me refiero al modo en que autores como Isaac Bashevis Singer advirtieron (como lo había hecho Sinclair) que el maltrato animal y el humano siguen caminos paralelos, y cómo a partir de los años 60 del siglo XX comienzan a generarse los grupos a favor de la liberación animal, así como a fines del siglo XIX surgieron autores como Henry Salt, y los grupos antiviviseccionistas, o a favor de la eliminación de la caza y los deportes crueles.
[16] Bertold Brecht, Santa Juana de los mataderos, traducción de H. Crespo, en Teatro completo, VI, Buenos Aires, Nueva Visión, 1965.
[17] Bertold Brecht, op. cit., p. 14.
[18] Ibidem, p. 22
[19] Desarrollo este tema en “La carne de los animales de producción intensiva y la covid 19”, en Animula. Revista antiespecista, 1, octubre 2021, https://www.animula.com.ar/carne-animales-produccion-covid
Mónica B. Cragnolini es profesora titular regular de Metafísica, Problemas especiales de Metafísica, y Filosofía de la animalidad en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, donde también dirige la Maestría en Estudios Interdisciplinarios de la Subjetividad. Es Investigadora principal del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET). Autora de Nietzsche, camino y demora, Buenos Aires: EUDEBA, 1998, Moradas nietzscheanas: del sí mismo, del otro y del entre, Buenos Aires: La cebra, 2006, Derrida, un pensador del resto, Buenos Aires, La Cebra, 2007, Extraños animales: filosofía y animalidad en el pensar contemporáneo, Buenos Aires: Prometeo, 2016, Vivir de la sangre de otro: la violencia estructural en el tratamiento de humanos y de animales, Santa Fe, Universidad del Litoral, 2021, entre otros libros. Ha obtenido el Primer Premio Nacional de Cultura en Ensayo Filosófico 2020 de la República Argentina.
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