(Sobre) Las terapéuticas (político-)filosóficas
“Todavía […] podía reconocer las potencias de las que Psique era portadora
y, en consecuencia, era capaz de definir todo el sentido de su vida
a partir de la confrontación ético-política con el mundo extra-humano
que definía, por entonces, la posibilidad que tenía Homo de acceder a lo Invisible.
Cuando los Póstumos conquistaron el mundo,
el antiquísimo portal de Psique se cerró como experiencia del Afuera
y selló la suerte de Homo para siempre,
instaurando el reino póstumo de la devastación de todo el orbe.
Nadie puede, a partir de entonces, conocer ese mínimo grado de acción
que en el mundo de antaño se conocía bajo el nombre de libertad”
F.L.R.
I.
Existen indicios suficientes para sospechar que, por lo menos desde los albores de la historia, los animales humanos habrían desarrollado distintas formas de intentar habitar, transitar, eliminar o superar el malestar que los atravesaba ̶ muy probablemente ̶ como consecuencia de aquella apertura psíquica a las potencias de la experiencia del Afuera (aludida en el epígrafe de este texto).
Casi todas las prácticas-discursivas que se llegaron a conocer a lo largo de la historia de la humanidad (mitologías, religiones, magias, medicinas, músicas, astronomías, derechos, matemáticas, lógicas, por tan sólo mencionar algunas) podrían ser consideradas, en al menos alguno de sus aspectos, formas terapéuticas con el propósito de lidiar con aquellas inquietudes vinculadas a ̶ lo que aquí nos permitiremos denominar de forma general y vaga ̶ la dimensión existencial (en tanto posicionarse fuera de sí) del animal devenido humano.
La razón de esta última denominación surge debido a que pareciera corresponderse con cada uno de los distintos e incluso más lejanos momentos de la historia del ser humano el que éste se haya percibido como posicionado fuera de sí, como si se sintiera extrañado o trastocado en lo que se supone sería su nota característica o esencial, como si viviera de un modo ajeno e, incluso, como si fuese aquello que acontece fuera de todo sitio o lugar (por tan sólo señalar algunas de las tantas precisiones que la tradición ha intentado señalar para dar cuenta de un fenómeno problemático que insiste y persiste; y que la actualidad, lejos de querer seguir encontrando formas de alojarlo, lo pretende anular o eliminar; gesto ignorante que arrojará la misma suerte para con esa dimensión abierta de lo humano).
II.
Con todo, en lo que respecta a la filosofía, pareciera haber un acuerdo general sobre el hecho de que los acontecimientos y procesos que la habrían constituido mantenían el aspecto terapéutico como uno de los rasgos más importantes de su quehacer, sino de las dimensiones adyacentes a las problemáticas que ella abordaba. De hecho, la filosofía parece haberse consolidado sobre esa base durante la Antigüedad. E incluso, con ese mismo espíritu, parece haber delineado sus diversos y en algunos casos controversiales trayectos a lo largo de la Edad Media, el Renacimiento y la Modernidad Temprana.
La filosofía como terapéutica, a lo largo de sus diversas historias, supo embarcarse y abrirse caminos por afluentes, quizá, con la esperanza de reaparecer. Si es que en algún momento existió dicha ilusión, parece bastante claro que en estos tiempos ella se encuentra terminalmente amenazada (quizá el psicoanálisis pueda constituir un espacio propicio para su circulación hacia un nuevo tiempo, aunque preciso es señalar que este caballo de Troya -pretendido o no por sus autores- también se encuentra fuertemente en crisis).
Pero también puede que los afluentes no pretendan regresar jamás; que ellos pretendan constituir un hábitat que invite a formas de vida en sitios propicios donde poner en práctica conjuros mediante fórmulas ̶ lógico-matemáticas ̶ y palabras para invocar potencias espirituales manteniendo la serenidad frente a lo opaco.
Éstos, y muchos otros, pueden haber sido los desplazamientos que la amistad por (o en) el saber configuró a lo largo del tiempo.
III.
Ahora bien, desde la consolidación de la ciencia moderna luego de las revoluciones copernicana y científica, y probablemente debido al impacto y despliegue que la misma suscitó, la filosofía ̶ permítanme llamarla hegemónica y, al mismo tiempo, grandiosa ̶ se habría focalizado mayoritariamente en la teoría del conocimiento, y así habría comenzado a abandonar las preguntas concomitantes relativas al tratamiento de las distintas modelizaciones del malestar.
Por ese camino, la filosofía habría ido reduciéndose a una herramienta al servicio de la fundamentación científica y de la historiografía de las ideas, dejando vacante aquel rol parcialmente terapéutico.
Quizá por eso, a partir de finales del siglo XVIII y hasta el siglo XX, formas más o menos afines a la filosofía (o atravesadas por ella) empezarán a tratar de ocupar ese espacio sutil y delicado, aunque fundamental para la cultura, que es la terapéutica. A medida que transcurra la Modernidad Tardía, algunos elementos del romanticismo, de la fenomenología, del existencialismo, de la psicología y del psicoanálisis se tratarán de instalar en aquel frágil lugar. Estas corrientes dejarán entrever aspectos terapéuticos más o menos explícitos y/o desarrollados. Pero el contexto histórico-político en el que deberán inscribirse será cada vez más hostil sino indiferente para con estas prácticas-discursivas. Sin un espacio que las aloje, el malestar comenzará a circular abandonado a su suerte.
IV.
Por las férreas vías que trazó la -prepotente- ciencia moderna, y a los fines de responder al axioma de su -cristiana, imperialista y evangelizadora- pretensión universalista, también intentó producir un conocimiento sobre lo que inquietaba al ser humano desde antaño.
Para lograrlo, bajo su modelo, también le fue necesario haber ido sustancializando y/u objetivando la supuesta fuente de aquella pesadumbre; generando en ese andar la tendencia a identificar objeto y sujeto en una especie de connaturalidad que tendería, en sus mejores expresiones, a intentar retomar una armonía posible y/o saltar al abismo de la fe.
O, en sus otras expresiones, y más cercanas a nuestros tiempos, aprender a pisar lo inquietante y mantenerlo bien aplastado sirviéndose de todo el peso de una batería farmacológica compuesta de químicos e información (lo cual, para esa posición, ahora, es prácticamente lo mismo, ya que todo lo que importaría del lenguaje humano sería su contraposición química en los cuerpos -aunque debe admitirse aquí que la introducción del último término es una violencia contra los supuestos de aquel discurso-).
Poco a poco, la terapéutica filosófico-política de lo que antaño se consideraba un malestar ineludible se habría ido transformando en una terapia (también política, aunque invisibilizada) que intenta dominar, sino extirpar, lo que algunos consideran serían errores y aberraciones de lo que ahora sería concebido como un malestar accidental.
Y también, con el riesgo que conlleva estar seguros de realizar vagas generalizaciones sobre un presente complejo y demasiado cercano, podría decirse que aquella vacancia que habría dejado la filosofía se extiende del mismo modo por el siglo XXI siendo incómoda y toscamente ocupada por modas estetizantes, autoayuda, farmacología e incluso lo que se denomina el retorno a las religiones (incluyendo aquí esas relativamente nuevas formas de religión que serían el capitalismo y la tecnología).
V.
En absoluto aclarado esos puntos, conviene indicar que también partimos de una premisa (quizá una apuesta) centrada en que la dimensión terapéutica podría ser aquello que definía el objeto propio de cada una de las prácticas-discursivas que se tejieron a lo largo de la historia humana (mitología, religión, música, derecho, matemática, lógica, etc.), muchas de las cuales, aunque bajo modalidades distintas, continúan más o menos vigentes hasta hoy.
En un trabajo futuro resultará fundamental indagar, en cada uno de esos casos, hasta qué punto eso sería así. Mientras tanto, tan sólo podremos señalar que aquellas prácticas-discursivas bien podrían ser considerados lenguajes destinados a llevar a la existencia (esto es, a posicionar fuera de sí) aquello que afecta al ser humano y se intuye como siendo, sin quizá poder comprenderlo.
Pero es importante señalar que si estas formas de “existencialización” (que no deben ser confundidas con la objetivación que habilitaría la senda científica) constituyen formas de terapéuticas, eso es porque posibilitan apropiarse de lo enigmático en dominios técnicos y reproducibles y, de esta manera, los animales humanos pueden entonces dominar el tiempo en donde aquello enigmático y su concomitante ̶ aunque ahora menos intempestivo ̶ malestar puede reaparecer. Incluso, por esta vía, puede llegar a lograr que esa inquietud, en su nueva forma y bajo una adecuada proporción, devenga en alguna forma de placer e incluso genere algún espacio de libertad para la existencia en la que trágicamente habita.
“Existencializar” a través de los lenguajes (matemáticos, artísticos, etc.) aquello que afecta y que no se comprende habilita la posibilidad de una gestión de la pesadumbre que se produce en el animal humano cuando tiene que lidiar con las potencias divinas del Afuera (en el sentido de lo que está más allá de la comprensión de los seres humanos).
VI.
Más allá de la actualidad de la temática (un problema en absoluto menor), lo cierto es que consideramos que un abordaje de la filosofía como terapéutica podría arrojar luz no sólo sobre el malestar en la cultura, sino también sobre la historia y presente del quehacer filosófico.
De allí la invitación que en su momento se dirigió a Claudia Mársico (Universidad de Buenos Aires, Ciudad de Buenos Aires, Argentina), Vanessa Lemm (Greenwich University, Londres, Reino Unido), Antonio Rivera García (Universidad Complutense de Madrid, Madrid, España), Teresa Rodríguez (Universidad Nacional Autónoma de México, México DF, México) y Mariano Luis Rodríguez González (Universidad Complutense de Madrid, Madrid, España), quienes muy amable y comprometidamente escribieron para este dossier; y, también, de aquí, la llamada que se comienza a lanzar hacia usted, lector.
Bibliografía
Más allá de los textos memorables de muchos de los autores aquí referenciados, lo que de ellos he tomado, lo que de ellos me ha permeado y lo que de ellos he situado aquí es mucho menos que una frase o una idea (de allí que no haya citas o referencias puntuales explícitas, salvo el epígrafe). Por eso, lo que he intentado reproducir de todas esas enseñanzas son, más bien, las marcas con las que sus signos ortográficos tienden a generar composiciones afectivas incorpóreas, aún sin nombre, pero que fuerzan por ser nombradas.
No estoy seguro que este gesto pueda ser tratado de injusto (ni con los problemas abordados, ni con los autores trabajados). Sobre todo, si las otras vías de acción más utilizadas en estos casos sugieren una repetición descontextualizada afectivamente de la problemática filosófica abordada por los autores y comprometida pseudo-formalmente con un vano recorte fáctico-textual que -ingenuamente- tienda a serenar con simplificaciones los ánimos burocráticos académicos que desde hace no poco tiempo se vienen asentando por doquier, traicionando así los espíritus que, por otro lado, dicen pretenden invocar al (re-)leer los autores que tantos esfuerzos hubieron de realizar para lograr convocar los propios en su escritura.
Lo hasta aquí leído es el resultado de una práctica tejida a través de muchos autores, a los cuales dispenso de cualquier responsabilidad por lo aquí enunciado, salvo que alguno (en nombre propio o de tercero) reclame el derecho, seguramente justo, de ya haber dicho o dejado implícito lo mismo. Desde ya advierto que no se ha tratado de plagio, sino de una magnífica y sutil hipnosis, cuya responsable principal es la pluma del autor perjudicado en sus derechos; a la cual habría que sumarle el imposible pero ineludible deseo de constituir una idea singular en consonancia con lo que aquí no cesa de no escribirse.
Vayan entonces, nuevamente, mis agradecimientos a todos ellos por haberme permitido una estancia literalmente encantada en el pensamiento.
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Fernando Beresñak es Investigador del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) en la Universidad de Buenos Aires (UBA/FSOC/IIGG) de la República Argentina. Es Profesor Titular de Filosofía en la Facultad de Humanidades de la Universidad de Belgrano. Se doctoró por la Universidad de Buenos Aires en ciencias sociales, especializándose en filosofía política. Realizó la maestría en ciencias políticas por el Instituto de Altos Estudios Sociales (IDAES-UNSAM), es graduado del posgrado “psicoanálisis y ciencias sociales” por la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO) y abogado por la Facultad de Derecho, también de la UBA. Luego de haberse dedicado a los problemas de la temporalidad, la espacialidad y la subjetividad (haciendo especial hincapié en las implicaciones políticas de la revolución científica), actualmente se encuentra analizando, con una periodicidad de largo alcance, la dimensión política de la psyché y sus relaciones con la tecno-ciencia. Entre otras publicaciones, es autor del libro El imperio científico. Investigaciones político-espaciales (Miño y Dávila editores, 2017). Dirección de correo electrónico: beresnakfernando@hotmail.com