La experiencia olfativa como espacialidad. Redefiniendo las atmósferas afectivas
“Los comuneros se movían a una distancia que les permitía sentirse el aliento, en una hospitalidad de brazos abiertos….” María Moreno. La comuna de Buenos Aires. Relatos al pie del 2001.
Esta descripción de la movilización política realizada por la escritora y periodista María Moreno puede ser leída en la primera página de su libro dedicado a la crisis argentina detonada en diciembre de 2001. Fue sumada a la edición original de La comuna de Buenos Aires en la versión publicada en 2021 a raíz del vigésimo aniversario de esos días que transformaron la historia del país para siempre (Moreno 2021: 7). Las referencias a los “fósforos piqueteros” (Moreno 2021: 245) y a la “presencia de los cuerpos en las calles” se suman en su ensayo a una descripción de la atmósfera de esos días marcada, de acuerdo con Moreno, por la lógica comunera: pieles expuestas, unidas, encendidas, listas para el desafío originado –utilizando la descripción de Gabriela Massuh en su novela dedicada al 2001– en la pura y desoladora experiencia de la intemperie impuesta por la propia crisis (Massuh 2017). Es también la experiencia de la construcción de un espacio nuevo, inesperado para muchxs, un territorio en apariencia vaciado por la crisis que los cuerpos fueron transformando en propio habilitando un impulso posible para la acción de la revuelta. Un impulso que necesita de una espacialidad propia marcada, entre otras dimensiones, por la experiencia olfativa. De hecho, hay en la evocación de esos días de diciembre un énfasis en la memoria olfativa de ese pasado que sigue siendo vivido como cercano. Según una serie de testimonios recogidos para una investigación propia sobre la cuestión los olores que más recuerdan los protagonistas de esos días de diciembre de 2001 son:
Olor a comida en las calles
A gases lacrimógenos
A basura podrida
A barro
A plaza –“es la memoria que tengo de las asambleas”-.
A transpiración –“era verano y hacía mucho calor”–.
A humedad.
Esos son los olores que evocan la crisis, pero también al uso de esa atmósfera para transitar hacia la revuelta en su orientación con el futuro. El futuro es, justamente, algo que se huele, que se intuye, que se adivina. Pero además el espacio necesario para la acción es generado y transformado por esos mismos olores que ponen en evidencia la presencia de otros cuerpos entre los cuales establecer lo común.
Tomando como referencia estos primeros apuntes me gustaría indagar aquí en el modo en que el rol de la experiencia olfativa en la constitución de las atmósferas afectivas instituye una espacialidad particular para la posibilidad de intervenir en el mundo.
Las reflexiones sobre el olfato se han multiplicado en los últimos años objetando el modo en que esta sensación ha sido tradicionalmente excluida del debate relativo a la experiencia histórica y política (Leemans et al. 2022: 849). A lo largo de estas investigaciones se trata, justamente, de poner particular énfasis en el papel clave que cumple en relación con la temporalidad: el olfato es, de hecho, el sentido que más claramente trae el pasado al presente. En estas líneas voy a intentar hacer foco en la manera en que la experiencia olfativa ejecuta un rol fundamental en la constitución y transformación de atmósferas afectivas enlazadas de distintos modos con la construcción, no solo de la temporalidad, sino también del espacio; clave, sabemos, a la hora de encarnar la acción.
Tomando como referencia las líneas escritas por Moreno así como fragmentos de testimonios, me interesa focalizarme en la dimensión afectiva de la constitución del espacio a través de las referencias olfativas a cuerpos que afectan y son afectados.
Ahora bien, ¿qué son las atmósferas afectivas? Las discusiones más recientes sobre este concepto toman como punto de partida las definiciones del fenomenólogo alemán Hermann Schmitz. Desde su perspectiva, algo marginal en el momento de su desarrollo, las atmósferas afectivas eluden la distinción entre un orden externo y otro interno así como la apelación al psicologismo. Son así Halbdinge –semicosas– o entidades tangibles que capturan un cuerpo sentido y que no pueden ser reducidas a condiciones subjetivas u objetivas. Tal como afirma Schmitz: “una atmósfera es una ocupación expansiva (no siempre total) de algo sin superficies en el reino de la experiencia presente” (Schmitz 2016: 50). Aquí, los sentimientos no son individuales sino colectivamente corporizados, espacialmente extendidos, material y culturalmente flexionados” (Riedl 2019: 85). Por lo tanto, las atmósferas afectivas refieren al modo bajo el cual una multiplicidad de cuerpos forma parte de un apego a una situación que los abarca. Son también fundamentalmente contagiosas y se ocupan de amalgamar y configurar prácticas (Rield 2020: 21); en este sentido, resultan en un tipo de capacidad (Slaby 2020: 275) construida como un conjunto de fuerzas tangibles. Son, en este sentido, tanto materiales como inmateriales y se conforman a través de una serie de órdenes afectivos distintos donde el olor cumple un papel fundamental.
Efectivamente, el olfato, junto con el sonido, conforma una materia clave sobre la que se constituyen las atmósferas. Si, tal como señala Chantal Jaquet (Jaquet 2016: 44), el odio y la denigración del olfato están asociados al odio hacia el cuerpo, su evocación implica reconocer el rol clave de la corporalidad. El olfato se relaciona con la memoria, con la sensibilidad, con la intimidad de los sujetos, pero además cumple un papel fundamental en la propia constitución de la subjetividad y, de acuerdo también con la reconstrucción que realiza Jaquet (2016: 125), incluso con la experiencia de un pretendido acceso a la verdad.
El olfato orienta nuestras disposiciones afectivas (Hsu 2020: 17) -incluso a través de la desodorización como ejercicio de poder- y, en particular, constituye –o desarma– comunidad. Y lo hace tanto a través del tiempo como del espacio. Es que el olor se constituye como eminentemente transcorporal (Hsu 2020: 21), pero también en tanto fugaz e inestable. No está, por cierto, necesariamente asociado a la constitución de lazos armónicos pudiendo tanto armar como desarmar atmósferas. Es, además, la evidencia afectiva de cuerpos ocupando un espacio y del modo en que se establecen lazos entre esos mismos cuerpos.
De hecho, el olfato suele ser caracterizado por la literatura sobre la cuestión como la sensación que más fuertemente impulsa la memoria afectiva trayendo el pasado al presente, resultando así capaz de establecer fuertes lazos colectivos (Brennan 2004) y a la vez romper otros. Pero es además, al menos en este caso, la sensación encargada de augurar algo radicalmente distinto, aún como latente. Si el olfato está asociado al tiempo por su capacidad para traer el pasado al presente, también mantiene un vínculo particular con la espacialidad al marcar coordenadas, distancias, vacíos, presencias y ausencias de modo constante.
El olor es así una huella material del pasado (Leemans et al. 2022: 852) que deviene además un lugar de memoria que dista de ser estático. La constitución de un archivo olfativo –en el caso de la crisis, un archivo formado sobre una materialidad particularmente fugaz que superpone desamparo y movilización– pasa a ser híbrido e inesperado, pero también pasible de transformación. Si, de acuerdo con el llamado giro atmosférico, la manipulación de las atmósferas (Hsu 2020: 7) puede reprimir o impulsar la acción en sentidos muy diversos, en nuestro caso ambas experiencias interactúan entre sí generado una superposición entre la dimensión paralizante y la movilizante de la crisis: la intemperie, de algún modo, como momento de desolación pero también de contacto con la desnudez que condensa algo nuevo. Es que “las atmósferas afectivas son un tipo de experiencia que ocurre antes y a través de la formación de la subjetividad, a través de materialidades humanas y no humanas y entre la distinción sujeto/objeto” (Anderson 2014: 78), Es decir, que no se limitan a generar determinado tipo de intervención, sino a señalar la intemperie más radical de ese momento en que se reconstruye la agencia a partir de su alteración.
Hay una modificación de los cuerpos a través de olores producidos, pero también transformados en su materialidad y en su significación. Los componentes de los gases lacrimógenos se superponen en la evocación de sus protagonistas al olor a pasto, a basura, a sudor y producen una transformación en la capacidad de los cuerpos en ser afectados, pero también de afectar. Hay aquí una generación de espacialidad nueva, maleable, imprevista.
Las discusiones más recientes sobre el espacio (Thrift 2004; Massey 2012; Depetris 2019) han venido insistiendo en la necesidad de dejar de pensarlo en términos estáticos como si la contingencia y la fluidez descansaran meramente en la temporalidad. No se trata entonces de presentar al espacio como una mera superficie (Depetris 2019: 2) sino en tanto una relación vinculada a nuestro modo de ser/estar en el mundo. Así, la espacialidad es consecuencia de las interacciones sociales y resulta “inherentemente múltiple, dinámica, inestable y en permanente transformación” (Depetris 2019: 2). Ahora bien, me interesa subrayar que esta visión constructivista de la espacialidad no tiene por qué minimizar su dimensión material sino que está obligada a pensar esa materialidad de un modo alternativo. Y es allí donde las atmósferas marcadas por la experiencia olfativa cumplen un papel fundamental. Es el olfato –y la memoria olfativa– una de las dimensiones encargadas de construir ese espacio –o los espacios– en tanto dinámicos. La materialidad de los olores define distancias, volúmenes, objetualidades, subjetividades y hasta su propia perdurabilidad en el tiempo a través de su rol en la constitución de atmósferas. Si la intemperie de la crisis es la experiencia de ausencia de espacio para la acción colectiva, las atmósferas olfativas construidas a través de los encuentros entre cuerpos gestan ese espacio como contingente.
En la interpretación que busco discutir aquí la idea de “atmosfera afectiva” no solo da cuenta del modo en que los cuerpos están arraigados, sino también cómo son transformadas o alteradas por esos cuerpos que también devienen otros a través de ejercicios de afección como la experiencia olfativa. Creo que es la experiencia del olor en tanto capacidad de afectar, pero también de ser afectadxs, aquello que motoriza esa transformación a través de la constitución de un espacio para la acción. Entiendo que el problema de las definiciones fundacionales de “atmósfera afectiva” reside en que corren el riesgo de asimilar las atmósferas a fuerzas homogeinizantes que ejercen una influencia abrumadora en todo aquello que toca o roza (Slaby 2020: 281), algo que es puesto en cuestión por el análisis que propongo en este trabajo. La pregunta adecuada entonces es aquí: ¿qué hacen con esas atmósferas lxs protagonistas? ¿Son contagiosas o en realidad, evocando a Ahmed, más bien “pegajosas” -donde lo que hacen sobre nuestros cuerpos resulta algo imprevisible y donde su supuesta homogeneidad puede llegar a estallar a través del uso que hagamos de ellas? Creo justamente que resulta posible hacer un uso desviado de esas atmósferas, es decir con un propósito diferente para el que fueron originalmente producidas generando una potencialidad nueva y a la vez imprevista de esas atmósferas. Una imprevisión que se encarna en la redefinición del espacio como marca clave de la contingencia y del uso de las atmósferas para su propia transformación.
Las atmósferas, por ejemplo, pueden efectivamente “arraigar” o, usando la fórmula de Lauren Berlant, “volver a otrxs inconvenientes” (Berlant 2022). Amalgamar, pero también distanciar. Puede haber deseo o agresión; fricción o proximidad. Hay, creo, relaciones imprevisibles entre atmósferas y comportamiento y en el cruce de las atmósferas entre sí, entre otras razones, porque dimensiones afectivas como el olfato son capaces de transformar la espacialidad. Resulta entonces necesario evitar una descripción estática y subrayar el modo en que las atmosferas se superponen y se van transformando y “usando”. Siendo que las atmósferas mantienen una relación de influencia mutua con la acción ese uso resulta entonces clave para su propia transformación a través de la alteración del espacio.
En los testimonios sobre la crisis argentina de 2001 que he venido recogiendo, la atmósfera constituida por la experiencia olfativa es, justamente, evocada en su asociación a la crisis y al desamparo, pero también usada y transformada –en su materialidad y en su representación– como punto de partida para la rebelión. Las referencias olfativas como evocadoras de la desolación devienen así puntos de partida para constituir una espacialidad nueva, imprevisible, y así eficaz para la rebelión.
El concepto de atmósfera afectiva –despojado de ciertos atributos que lo tornan estático y algo determinista– puede ser visto entonces como una oportunidad para considerar las superposiciones o tensiones emocionales o afectivas, no solo como productivas, sino también en tanto dinámicas. Permite también analizar cómo se montan las atmósferas sobre otras, pasadas o contemporáneas, generando así la atmósferas de y para sus propias intervenciones. Así, la dimensión afectiva del uso de otras atmósferas es una oportunidad para otorgarle dinamismo, conflictividad y contingencia al estudio de la dimensión afectiva y atender al pasaje que va de la amalgama y al desencuentro y viceversa. O, también, de la parálisis a la acción y viceversa. En las memorias olfativas de 2001 hay una evocación del desamparo y la desolación; es decir, una espacialidad experimentada como vacía y carente de significación. Pero es a través de la alteración de esas atmósferas construidas pero también desafiadas por la experiencia olfativa que la espacialidad adquiere un sentido que es condición de posibilidad para la acción.
Las atmósferas afectivas construyen, sin dudas, una sintonía afectiva entre cuerpos (Malatino 2022: 4), pero una que no está nunca exenta de tensiones o de desafíos a estructuras del sentimiento o afectivas normativas (Malatino 2022: 8). Son así capaces de generar un “común afectivo” (Malatino 2022: 22) que, lejos de ser estático u homogeinizante, resulta imprevisible. Es entonces a través de esta atmósfera compuesta por afectos superpuestos, tensionados y hasta paradójicos como la experiencia olfativa, que se va desplegando la subjetividad, pero también algún tipo de horizonte donde no solo resulta clave la construcción de la temporalidad sino también la de la espacialidad.
Me gustaría terminar estas líneas con otra cita literaria de las muchas dedicadas a la crisis argentina de 2001. En este caso, un fragmento de la primera página de El grito de Florencia Abbate (2004: 11):
“La realidad nos denigra. Todo es ilusión y humo. Una vida que no es vida, el presente que está en otra parte”.
Esa alteración radical del tiempo –el futuro no se puede imaginar, pero el presente tampoco está aquí– se condensaba así en la experiencia de un olor a humo superpuesto a la ilusión. Superpuesto, encadenado, enemistado, disociado, pero también fatalmente alerta. Todo, apenas un instante antes de que sea posible imaginarse otra vida a través de la institución de una espacialidad nueva construida por cuerpos anudados a través del olor.
Bibliografía:
Abbate, Florencia (2004). El grito. Buenos Aires: Emecé.
Anderson, Brian (2009). “Affective Atmospheres”. Emotion, Space and Society, Nº 2.
Berlant, Lauren (2022). The Inconvenience of Other People. Durham: Duke University Press.
Brennan, Teresa (2004). The Transmission of Affect. Ithaca: Cornell University Press.
Depetris Chauvin, Irene (2021). Geografías afectivas. Desplazamientos, prácticas espaciales y formas de estar juntos en el cine de Argentina, Chile y Brasil (2002-2007). Montain View, CA: Latin American Research Commons.
Hsu, Hsuan L. (2020). The Smell of Risk. Enviromental Disparities and Oldfactory Aesthetics. Nueva York: New York University Press.
Jaquet, Chantal (2016). Filosofía del olfato. México: Planeta.
Leemans, Inger, et. al. (2022). "Whiffstory. Using Multidisciplinary Methods to Represent the Olfactory Past”. American Historical Review, Vol. 127, Nº 2.
Malatino, Hil (2022). Side Affects. On Being Trans and Feeling Bad. Minneapolis: University of Minnesota Press.
Massey, Doreen (2012). For Space. Los Angeles: SAGE.
Massuh, Graciela (2017). La intemperie. Buenos Aires: Adriana Hidalgo.
Moreno, María (2021). La comuna de Buenos Aires. Relatos al pie del 2001. Buenos Aires: Random House.
Riedl, Friedlin (2019). “Atmosphere”. En: Slaby, Jan y von Scheve, Christian (eds) Affective Societies. Key Concepts. Nueva York: Routledge.
Riedl, Friedlind. (2020) “Atmospheric Relations.” En: Friedlind Riedl y Jutha Torvinen (ed.) Music as Atmosphere: Collective Feelings and Affective Sounds, 1-42. Nueva York: Routledge.
Schmitz, Hermann (2016). “Atmospheric Spaces”. En: Ambiances, Abril 2016.
Slaby, Jan (2020). “Atmosphers -Schmitz, Massumi and Beyond”. En: Riedl, Friedlind y Torvinen, Jutha (eds.) Music as Atmosphere.Collective Feelings and Affective Sounds. Londres: Routledge.
Thrift, Nigel (2004). “Intensities of Feeling: Towards a Spatial Politics of Affect”. En: Geogr.Ann. 86, B (1):57-78.
Cecilia Macón es Investigadora del CONICET y enseña Filosofía de la Historia en la Universidad de Buenos Aires. Es Lic. y Dra. en Filosofía (Universidad de Buenos Aires), y MSc. en Teoría Política (London School of Economics and Political Science). Ha sido Visiting Fellow en The New School for Social Research (2022) y Visiting Researcher en New York University (2017). Ha publicado los libros monográficos Desafiar el sentir. Feminismo, historia y rebelión (2022) y Sexual Violence in the Argentinean Crimes Against Humanity Trials. Rethinking Victimhood (2016), y coeditado las compilaciones: Pensar la democracia, imaginar la transición (2006), Trabajos de la memoria (2006), Mapas de la transición (2010), Pretérito indefinido. Afectos y emociones en las aproximaciones al pasado (2015), Afectos Políticos. Ensayos sobre actualidad (2017) y Affect, Gender and Sexuality (2021). Sus artículos han aparecido en revistas tales como Historein, Journal of Romance Studies, Mora, Journal of Latin American Cultural Studies, E-Misferica, Clepsidra, Deus Mortalis, Debate Feminista, Revista Latinoamericana de Filosofía, Las Torres de Lucca, Juridikum-zeitschrift im Rechtstaat, etc. Desde 2009 coordina SEGAP, un grupo de investigación interdisciplinario dedicado a estudios de la memoria, teoría de género y estudios visuales, concentrándose en debates originados en las teorías de los afectos.