m/e toca
“Recitar el propio cuerpo, recitar el cuerpo de la otra, es recitar las palabras de las que se compone el libro. La fascinación por escribir lo nunca escrito y la fascinación por el cuerpo no alcanzado proceden del mismo deseo. El deseo de hacer vivir violentamente el cuerpo real en las palabras del libro (todo lo que está escrito existe), el deseo de, escribiendo, violentar el lenguaje en el que yo [J/e] sólo puedo entrar por la fuerza. (…) La Yo [J/e] que escribe es ajena a su propia escritura en cada palabra porque esta Yo [J/e] utiliza un lenguaje ajeno a ella; esta Yo [J/e] experimenta lo ajeno ya que esta Yo [J/e] no puede ser "un écrivain". (…) J/e es el símbolo de la experiencia vivida, desgarradora, que es mi escritura, de este corte en dos que a lo largo de la literatura es el ejercicio de un lenguaje que no constituye a m/i como sujeto. J/e plantea la cuestión ideológica e histórica de los sujetos femeninos. (…) Si yo [J/e] examino mi situación específica como sujeto en el lenguaje, yo [J/e] soy físicamente incapaz de escribir “Yo” [Je]. Yo [J/e] no tengo/no tiene ningún deseo de hacerlo.” [1]
Monque Wittig
M/e[2] toca el olor a podrido que se deprende del Riachuelo en una mañana en La Boca
m/e toca ir a dar clase de “Introducción a la filosofía” en San Martin esta noche y a la mañana siguiente
m/e toca la a-tenc/sión erótica de una amante que esculpe palabras como flechas y caricias
m/e tocan las palabras infantiles que (m/e) desayunan con un “me gusta vivir, pero hubiera preferido nacer en otra época donde no íbamos a tener que hacer una guerra para tener agua”
m/e tocan recuerdos de una infancia muy cerca de la huerta y las manos en la tierra
m/e toca cambiar el balde del compost antes que se rebalse y seguir escribiendo
m/e toca la madera de la silla sobre la que estoy sentada escribiendo en la cocina
Empiezo a escribir hoy en el medio de este “tocar” polisémico, a caballo entre: el sentido de tacto, su ex-citación y toda su contigüidad contagiosa con los otros sentidos de los que ha sido separado; la sensación de lo que toca cuando con-mueve, en esa confusión (in-material) nítida propio de lo que nos afecta y nos e-mociona, de lo que nos toca como con-moción y su cuasi imperceptible movimiento; la sensación del “peso” de lo que nos acaece, y que nos recuerda el refrán en castellano “lo que toca toca, la suerte es loca”; y la sensación de lo que nos con-cierne, nos im-plica, nos hace sentir respons-habiles[3].
En el medio de ese estiramiento sensorial y de sentidos, me propongo seguir algunas de las pistas que se abren allí hacia conceptualidades vitales en torno a los cuerpos y las espacialidades in-materiales que se instauran con la polifonía de ese “m/e toca”. También escribo desde una sensación de apremio epocal, entre un pasado reciente llamado “pandemia” y un futuro cuyo desastre (es decir, literalmente, cuando los astros salen de su trayectoria) está siendo y nos desafía a habitar e incitar imaginarios evidentemente des-agotados (sin agua, y sin energía, en más de un sentido).
Ese “entre”, y ese “desde”, como siempre, están (des)orientados. Esta (des)orientación remite menos a una situación determinada por una geolocalización determinante de lo que se piensa que a la tensión o polarización que atraviesa, siempre, cada percepción[4]: percibir, nunca, se da en un espacio/tiempo “neutro”. En este caso me (des)orienta algo de la percepción de lo que “no/s tocó” como “pandemia mundial” que ha sido todo salvo homogénea en las condiciones en las que pudimos atravesarla, vivirla o morir, cada cual, en cada rincón de eso que llamamos “mundo”. “No/s tocó” con esa dimensión “global” pocas veces percibida con tanta pregnancia (a dónde ibas, de dónde te llegaban imágenes y relatos había mucha gente con barbijo, alcohol en gel antes de cualquier cosa, hospitales saturados de personas con baja saturación en oxígeno y una serie de restricciones drásticas de circulación) y con tanta desigualdad (la acumulación de capital de las empresas y personas más ricas del mundo se aceleró en ese periodo, mientras la subsistencia de las economías que sostienen la vida día a día se hicieron más precarias aún[5]), que queda tironeado, contracturado, el músculo con el que decimos “nos tocó una pandemia mundial”. Queda rondando una suerte de nebulosa en torno a ese “no/s” híperflexible tironeado entre la amenaza de un virus a nivel de todo el planeta y la evidencia que no había ningún “nosotrxs” homogéneo que estaba siendo tocado por una pandemia. Precisamente, porque nos “tocó”, se desdibuja de entrada la certeza de que hay un “nosotrxs” homogéneo a quiénes tocó la pandemia; “¿qué le toca a quién?”, “¿quién es tocado por qué?”. Una marca de esa vacilación queda en el corte o raje escritural de ese “no/s”. Nos tocó y no nos tocó, por igual.
Por otro lado, esa pandemia cuasi mundial que no/s tocó instaló sospecha sobre el acercamiento entre cuerpos y los peligros del tacto. La primera fase de desinfección permanente de las manos y las superficies tocadas y por ser tocadas, instalaron entre los cuerpos una prevención para con el tocar en su sentido estricto: tocamiento de una superficie con otra, de los cuerpos entendidos como extensión clara y distinta partes extra partes. Luego, rápidamente entendimos que algo andaba por el aire cercano, y no solamente a través del tocamiento, y esa prohibición de tacto se mezcló con una prohibición de acercamiento, de “estar cerca”, pero sobre todo de “respirarnos de cerca”. Las “gotículas” conformaron sin duda otra espacialidad y otro imaginario del peligro y del contacto y transformaron las coreografías sociales que des-aprendimos durante meses. Las espacialidades habitables e inhabitables fueron transformadas por el pánico de transmisión de un virus. ¿qué transformó de nuestras prácticas e imaginarios de lo táctil? ¿qué de los acercamientos/alejamientos entre n/osotrxs? ¿podemos pensar que lo que restringió la respiración o más bien la con-spiración, son también formas de con-tactos sin tacto entre los cuerpos que siempre van más allá que el estricto límite de su piel? ¿qué m/e toca cuando respiro? ¿cómo no/s tocan la contaminación y el mundo vegetal clorofílico en la manera en la que respiramos?[6] ¿qué lugar hacemos ese desborde in-tangible de los cuerpos cuando intentamos tejer los hilos descosidos de los efectos sociales de un “aislamiento” “preventivo” y “obligatorio”?
Lo cierto, es que persiste una sensación de que sus efectos, muy palpables en nuestro presente, están siendo relativamente poco conversados íntima y públicamente, poco “tocados” en nuestras charlas, elaborados en los espacios colectivos de pensamiento. También insiste la intuición firme de que “n/os toca” sacudir, -tal como nos ha sacudido lo que nos tocó-, la capa de narrativas de una “vuelta a la normalidad”. A su vez se redobla con la exigencia, en esta “vuelta”, de interrogar la otra capa de excepcionalidad absoluta que fue atribuido al “aislamiento” y la “no circulación” en pandemia, cuando ya era moneda corriente para muchas existencias encerradas en esos centros de tortura que son las cárceles[7], o para quienes la circulación ya se encontraba restringida por las políticas racistas y clasistas de migración internacional. También la idea misma de una misma y sola “restricción” caía sobre cuerpos todos iguales que tenían previamente una sola y misma manera de “moverse” (bípeda y eficiente) deja por fuera todas las personas cuyo movimiento se da por fuera de las normas capacitistas con las que solemos concebir el espacio y la arquitectura en los que se dan nuestros movimientos.
Esta percepción y esta intuición además de encontrarlas en una serie de huellas en mí, y en mi entorno, la encuentro en las amigas y colegas a quienes les toca “atender” a personas, en espacios terapéuticos de distintas índoles. Cada una con quien me he cruzado en la primera parte de este año 2023 me ha contado su cansancio extremo, varios accidentes, la necesidad de cortar un rato[8], en resumen: “no dan más”. Quisiera aquí, no tanto ofrecer un diagnóstico conyuntural de una crisis que habría que calmar, sino una tentativa de sismografear[9] con palabras algo de lo que se da y no en esos con-tactos y con-spiraciones.
Con-spiración
Hacia finales del 2021, me preguntaba: “¿cómo una filosofía atenta a no volver el cuerpo un objeto ni de pensamiento[10], ni de estudio, puede desplegar algo de esta “falta de contacto”? ¿qué habrá en la alarma respiratoria en cada clase por “Zoom” en la que me quedaba sin aliento? ¿qué hilos de una interrupción del decir recoger hoy, luego de tantas horas pasadas frente a la compu en las que mis palabras se atropellaban entre sí por no encontrar el ritmo de la inspiración, expiración al hablar? ¿qué relación entre la situación de pantalla, la respiración cortada, y la sensación de no poder hilar un pe(n)sar? ¿será que más que una presencia mágica, lo que requiere el pe(n)sar es encontrar una respiración conjunta, un con-spirar, que poder habitar en una corporeidad extendiéndose? ¿serán los pequeños cambios e intercambios de tono que se dan en el respirar que hace, también, al contacto, lo que da un ritmo de apoyo/soporte indispensable para pe(n)sar? ¿habrá que prestar atención a las condiciones de posibilidad de los ritmos tónicos entre gestos del hablar y gestos del escuchar que hacen al contacto sin presuponer nada de la cercanía ni de la distancia sino apostando a ese con-spirar? ¿cuáles serán las situaciones en las que con-spirar se vuelve posible, no como una gran respiración armoniosa, o un movimiento del pe(n)sar al unísono, sino como juegos diferentes y recíprocos de apoyo/soporte, decir/escuchar? ¿qué temblor del pensar se puede decidir habitar -más que anhelar volver a la normalidad anterior- haciendo tiempo a las lágrimas que rodearon cada toma de palabra en pantalla? ¿cómo resquebrajar los imperativos positivos y de felicidad de “seguir adelante”, sostenerse paradx, cuando dejarse caer es encontrar otro soporte, cuando erguirse puede ser derribarse[11]? ¿qué tonos sombríos y concretos quedarán en los gestos “docentes” que no niegan que “esto es una mierda” y hacen lugar en las clases y en los trabajos a las condiciones vitales y cotidianas que hacen a la situación de estudiar y de dar clase?”[12]
Las im-posibilidades de tocar bajo el régimen protocolar pandémico desbordaban los límites de los cuerpos entendidos como materia de la extensión y se expandían de múltiples formas del tocar sin tacto. De las videollamadas para apoyar/recibir soporte de la red afectiva, a las sensiones de terapia, las clases de Yoga o Feldenkrais por pantalla, al sexo por teléfono, algo íbamos sabiendo: las caricias, los apoyos y soportes, lo que se da y se recibe, desborda claramente los límites del cuerpo como mera extensión biológica; al mismo tiempo, íbamos olfateando que no solo peligraba la posibilidad de las caricias en contacto, sino las múltiples formas de la con-spiración.
En ese mismo año 2021, traducía de manera casera, para el primer “Laboratorio de creación e investigación. Entre gestos y con-textos” del recientemente creado posgrado en Prácticas Artísticas Contemporáneas en la EAyP de la Unsam, el texto de Karen Barad “Tocando al extrañx interior- La alteridad que entonces soy” (“On touching-The stranger within the alterity that therefore I am”). Unos meses antes, se había publicado otro texto, de Alina Folini titulado “Dar la mano”. Se trataba de una experiencia escritural en la que retomaba los hilos de su performance “Las manos”, en el marco del ciclo organizado por Barbara Hang y Agustina Muñoz “El trabajo del artista” durante la pandemia en el sitio web del Centro Cultural Kirchner. También leímos ese texto e invité a Alina a participar de una de esas clases por Zoom, organizada en torno a la preposición “con”. A lo largo de un camino emprendido hacía ya algunos años rastreando un “materialismo entre gestos”[13], y de manera muy distinta pero que revelaron ser cómplices en el hacer, Karen Barad con su proyecto de queerizar la física cuántica (eligiendo también a veces espacios artísticos de enunciación como ese “Poetry Project” en el que inicialmente fue publicado este texto), y Alina Ruiz Folini con ese texto-río que hacía de remanso escritural para experiencias somáticas, eróticas y performativas, m/e tocaron como compañerxs de caminar. Leímos esos dos textos en muchas de las prácticas, de los talleres y seminarios que compartí con diferentes grupos, en diferentes lugares, desde el 2021. Prácticas de lectura en voz alta, en el riesgo reencontrado de una con-spiración que modulaba:
“Estas manos globalizadas son obligadas a existir a través de la inmunización de las pantallas y dispositivos digitales de control, mientras reflejan nuestra propia imagen huella digital en superficies perfectamente pulidas.
Para quienes tienen agua, las manos están resecas de tanto ser fregadas, limpiadas, desinfectadas hacia el interior de las casas. Para quienes tienen casa, las manos duelen de tecleo, aburrimiento y masturbación hacia el interior de la intimidad. Para quienes tienen Estado, algunas manos demandan protección y otras ansían desobediencia.
¿Y las manos que están excluidas de todas estas cosas?
Manos precarizadas trabajan y se exponen, maniobran al servicio de manos confinadas, que parece que son las manos que importan. Manos limpiadoras, manos cuidadoras, manos recolectoras, manos cosedoras, manos con callos, manos pequeñas de motricidad fina, manos-delivery, manos que empaquetan y envían, manos madres, manos que curan, manos de trabajo sexual, manos precarizadas de artistas cruzando el océano para sobrevivir en países un poco más ricos que el propio.”[14]
m/e tocaba este texto como tangente en una trayectoria marcada desde hace años por estar al acecho de una filosofía a ras del movimiento, -o de la danza, o de los gestos según los momentos- en sus potenciales disrupciones de las lógicas oculocéntricas de las producciones legitimadas de conocimiento y autorizadas de las voces escuchables. La pregunta por el tacto se hacía insistente, pertinaz, en los talleres, en los seminarios, en las investigaciones escénicas, en las escrituras[15]. Y seguíamos leyendo en voz alta :
“Algunas manos transitan, se mueven entre lo concreto y lo mágico.
Estas manos dejan “que los ojos caigan al cuerpo”. Acercan y entibian dildxs como si fueran caracoles. Llaman al agua, conjurando lluvias y abundancia. Continúan percibiendo y curan a la distancia. Manos cósmicas que manosean lo visible, pero también lo invisible, haciendo aparecer lo que hay entre nosotres: un espacio negativo, una indeterminación opaca, unas pieles en busca de contacto, o más allá del contacto, ensanchando y abriendo los poros y las esporas para facilitar el roce, la transmisión, la lubricación, la hidratación, la fotosíntesis, el calor.”
¿De qué manera unas prácticas corporales, somáticas, poéticas y políticas pueden alimentar otros imaginarios políticos del tacto, que los del individualismo protector/protegido y garantizado fundado sobre los límites claros y distintos de un cuerpo dentro de sus límites? ¿cómo hacer al mismo tiempo de lo háptico una barreta para estallar las oposiciones históricamente higienizadas entre mirar y tocar fundantes de las lógicas coloniales, patriarcales, binarias, y hetero-rectas (straight) de la razón occidental desde prácticas de danza y somáticas que efectivamente se habían encontrado ampliamente interrumpidas por la vida aislada en pandemia, sin abrevar una eucaristía del contacto como comunión de los cuerpos bien definidos rezando para que nos volvamos a tocar reduciéndolos una vez más a su sacro santa extensión orgánica?
Meternos en el pensar desde lo que m/e y n/os toca puede ser, de entrada -y de salida- un jaqueo a las herencias pegajosas, volátiles y pertinaces de un dualismo cartesiano de oposición estricta y jerarquización absoluta entre corporeidad e inmaterialidad, inteligibilidad y sensibilidad, claridad y confusión, en un punto muy preciso: el pivote de la oposición entre extenso e inextenso. Esta oposición que marca sin duda toda la concepción de una espacialidad como soporte neutro de medición de “los cuerpos” definidos por una materialidad reducida a su característica extensa.
Espacialidades/temporalidades hápticas
Si lo extenso (en cuanto opuesto a lo inextenso, y viceversa) hace de “el cuerpo” (con un artículo tan definido como claras tienen que ser sus límites) una materia (definida por su extensión), nos hace, a su vez, concebir el espacio en términos de cercanía y distancia absolutas y rectas porque soportes de medición y límites de un plano extenso. Esas concepciones han marcado fuertemente los imaginarios del tocar: m/e toca (es decir stricto sensu toca la piel en cuanto límite claro de la extensión que es “mi cuerpo”) lo que está cerca y no m/e toca lo que está lejos.
Ahora bien, había sido marcada la noción de distancia por un virus -que efectivamente se contagiaba en cercanía aunque no solamente por un contacto partes extra partes pero tenía muchos efectos que se reían de las cercanías y distancias en el espacio. Nos abríamos al vértigo (no tan nuevo, ni tan excepcional por otra parte), de la incertidumbre de saber hasta dónde algo no/s iba a tocar, y no.
“Cuando dos manos se tocan, ¿qué tan cerca están? ¿Cuál es la medida de la cercanía? ¿Qué formaciones de conocimiento disciplinario, partidos políticos, tradiciones religiosas y culturales, autoridades sobre enfermedades infecciosas, funcionarios de inmigración y formuladores de políticas no tienen interés en esta pregunta, sino una respuesta cuantificada? Cuando se trata de tocar, a casi todo el mundo se le ponen los pelos de punta. Apenas puedo tocar siquiera algunos aspectos del tacto aquí, a lo sumo ofreciendo la más mínima sugerencia de lo que podría significar acercarse, atreverse a entrar en contacto con, esta finitud infinita. Muchas voces hablan aquí en los intersticios, una cacofonía de historias siempre ya reiterativamente intra-actuantes. Estos son cuentos enredados. Cada uno está, difractándose, enhebrado a través de y envuelto en el otro. ¿No está eso en la naturaleza de tocar? El tocar, por su propia naturaleza, ¿no es siempre ya una involución, una invitación, una invisitación, deseada o no, de lx extrañx interior?”[16]
¿cómo esta inquietud iba a atravesarnos cuando volvíamos a ir a los lugares, a viajar, a tomar trenes, a llorar de emoción de lo distinto que era dar clase en un aula y no en la pantalla, a la sensación extraña de disfrute y pánico por volver a bailar en una fiesta atiborrada de gente, ensayando cercanías, frecuentaciones renovadas y besos?
En con-spiración con las palabras leídas en voz alta, a veces susurrando, haciendo variar las frecuencias del tono de la voz, caminando juntxs aunque a (no) distancia y mezclando las lenguas que tocan sin tacto, seguir con el problema de la tarea minuciosa de esculpir preguntas que intentan recorrer con el dedo y la lengua las nervaduras del presente junto con otras voces, otras prácticas.
¿cómo seguiremos prestando atención a los múltiples efectos de (no) acercamiento entre un n/osotrxs en una era post-pandémica de inflación de la precariedad? ¿cuáles son las formas informes, deformadas, con las que seguimos inventando y pensando modos de la con-spiración en un lazo social aislado por el pánico al contagio y por el ejercitamiento del músculo de denunciar a tu vecinx? ¿Cómo podremos seguir elaborando algo de un tocar en cuanto com-partir de tonos y de frecuencias entre cuerpos -que tocan muy por debajo y mucho más allá de la piel- para no tanto “volver a la normalidad”, sino destejer los límites claros y dualistas que subyacen a las regulaciones de los con-tactos entre cuerpos que, en buena medida, podemos llamar “político” ?
La Boca
Argentina, septiembre 2023
Notas
[1] Monique Wittig, Notas de la autora a la edición en inglés de El cuerpo lesbiano: The lesbian Body, ed. William Morrow and Cie, NY, 1975, pp. 10-11 (traducción propia).
[2] Esta forma escritural que “raja” los artículos de primera persona del singular (“y/o”, “m/e”, “m/i”…) es una cita desviada a la filósofa, militante, escritora y poeta lesbiana Monique Wittig quien forjó entre fines de los años 60 y los años 70, primero en París y luego en Estados Unidos, un pensamiento fundamental para muchas vidas y muchas teorías que interrogan la política de los cuerpos y los modos de hacer y des-hacer el binarismo de género a partir de vidas fugitivas del sistema político heterosexual. Antes de su frase tal vez la más conocida “Las lesbianas no somos mujeres (como no lo es tampoco ninguna mujer que no esté en relación de dependencia personal con un hombre)” (El pensamiento straight, 1978), ha tallado en la letra misma del sujeto una hendidura de la que no se vuelve, en su libro El cuerpo lesbiano, publicado hace 50 años, en los calores post 68 en Francia, en el año 1973. Lo retomo, y lo desvío, aquí como un indicio de una duda sobre la evidencia primera y la consistencia evidente de qué hablo cuando digo “yo” como sujeto de enunciación en ese vértigo que instaura un tocar: al mismo tiempo que yo toco, eso que toco me toca. Esa “raja” es un rajar la certeza de la posición activa del sujeto a priori del yo que habla y el balbuceo de que tal vez algo de lo que habla se va constituyendo a (des)medida de ese tacto que me es y me hace siempre un tanto extrañx y extraña toda “interioridad” (ese “stranger within” del que habla Karen Barad, ver más adelante).
[3] Retomo aquí otro guion que raja la palabra responsabilidad, a Donna Haraway, en una decisión de hacer desviar la trayectoria de este concepto de su linaje moral y jurídico de un sujeto autónomo que se hace racionalmente e individualmente responsable ante la ley, hacia el ejercicio situado de nuestra habilidad a dar respuestas, siempre entramadas y a la vez singulares, a preguntas tales como ¿cómo hago lo que hago? ¿cómo miro lo que miro? o “¿con la sangre de quien se han creado mis ojos?”.
[4] “Siguiendo las huellas de la escapada de la oposición dualista entre sustancias extensa e inex- tensa, encontramos pistas de una percepción relacional (que no es un relativismo subjetivo) como orientación entre polaridades o tensiones, como intensividad metaestable que “raja” tanto de la oposición entre activo y pasivo como de aquella entre cuantitativo y cualitativo de lo conmensurable. “Si no hubiera una tensión previa, un potencial, la percepción no podría conseguir una segregación de las unidades que es al mismo tiempo el descubrimiento de la polaridad de dichas unidades. La unidad es percibida cuando puede hacerse una reorientación del campo perceptivo en función de la polaridad propia del objeto. Percibir un animal es descubrir el eje céfalocaudal y su orientación. Percibir un árbol es ver en él su eje que va de las raíces a la extremidad de las ramas. Toda vez que la tensión del sistema no puede resolverse en estructura, en organización de la polaridad del sujeto y de la polaridad del objeto, subsiste un malestar que al hábito le cuesta destruir, incluso si todo peligro es apartado” (Simondon, La individuación, 2015, p. 298). La percepción podría pensarse entonces como una co-orientación, no armónica sino diferencial, entre la orientación de lo que percibe y la orientación de lo que es percibido, en una transformación recíproca (y no por eso simétrica) de la relación. No relación entre dos elementos estables, sino relación metaestable entre dos relaciones polarizadas. No se percibe la forma de un animal, sino su manera de orientarse de la cola a la cabeza, desde una situación de orientación singular.” Marie Bardet, Perder la cara, Ed. Cactus, 2021, pp. 191-192.
[5] Cf. Oxfam, “Beneficiarse del sufrimiento”, Nota informativa, 23 de mayo 2023. (Disponible en: https://www.oxfam.org/es/informes/beneficiarse-del-sufrimiento. Consultado el 15/09/2023).
[6] Ver: Joanne Clavel et Marine Legrand, “Respirations communes: les pratiques somatiques comme créativité environnementale”, en Marie Bardet, Joanne Clavel, Isabelle Ginot. Ecosomatiques, Penser l’écologie depuis le geste, Ed. Deuxième Epoque, Montpellier, 2018, pp. 23-46.
[7] Cf. Yonofui, Hacer vivir, hacer morir. Pliegues de un encierro que se extiende. Ed. Tinta revuelta, Buenos Aires, 2020.
[8] Pienso aquí en particular en conversaciones con Claudia Huergo y Jessica Pinkus, a quienes agradezco las con-spiraciones que acompañaron parte de lo aquí escrito.
[9] Retomo aquí el concepto desarrollado en prácticas y seminarios desarrollados desde el 2019, en particular con Silvio Lang bajo el título: “volverse sismógrafx”.
[10] Cf. Marie Bardet, “El cuerpo no ha estado ausente de la filosofía, sino que se convirtió en objeto”, Entrevista por Melina Alexia Varnavolgou, Revista Filco, 5 de febrero 2021. https://www.filco.es/marie-bardet-filosofia-cuerpo/ (consultado el 08/09/2023).
[11] Tal fue el sentido de la práctica somática que propuse tanto en el seminario “Prácticas de escucha-Prácticas de escritura” que dictamos junto a Josefina Zuain, en el marco del Posgrado en Prácticas Artísticas Contemporáneas en el mismo IAMK-UNSAM como en la “residencia In-material” en La Paz, Bolivia, en noviembre del mismo año.
[12] Marie Bardet, Im-potecias de un pensar con mover (casi) sin mover, Cuadernos de Cátedra I, UNAM, Ciudad de México, 2021, pp. 20-30.
[13] Marie Bardet, “Hacer mundos con gestos” en André-Georges Haudricourt, El cultivo de los gestos, Ed. Cactus, Buenos Aires, 2019.
[14] Alina Folini, “Dar la mano”, en Barbara Hang y Agustina Muñoz, Ciclo EL trabajo del Artista, sitio web del CCK, 2021. (consultado en https://www.cck.gob.ar/dar-la-mano-por-alina-ruiz-folini/4873/ el 08/09/2023)
[15] Cf. en particular, Marie Bardet, Perder la cara, Ed. Cactus, Buenos Aires, 2021.
[16] Karen Barad “Tocando al extrañx interior- La alteridad que entonces soy” (“On touching-The stranger within the alterity that therefore I am”), en sitio web The poetry Project. (Disponible en https://www.poetryproject.org/library/poems-texts/on-touching-the-stranger-within-the-alterity-that-therefore-i-am . Consultado el 15 de septiembre 2023).
Marie Bardet hace filosofía y también danza. Nació en un pueblo de Francia y vive ahora en Buenos Aires. Su hacer y su pensar corren las fronteras entre teoría y práctica y se nutren tanto de la improvisación en danza y las prácticas somáticas como de la filosofía contemporánea y de los pensamientos-prácticas feministas y queer/cuir. En todo ese arco, tensa los problemas que recorren los cuerpos y la política configurando espacios comunes de multiplicidad artística y pensamiento situado. Es docente-investigadora de la Escuela Interdisciplinaria de Altos Estudios Sociales (UNSAM) y dirige la Maestría en “Prácticas Artísticas Contemporáneas” de la EAyP (UNSAM). Escribe artículos y libros (Perder la cara, 2021; Una paradoja Moviente: Loïe Fuller, 2021; Pensar con Mover, 2012; Hacer Mundos con Gestos, 2019) y dirige la colección Pequeña Biblioteca Sensible de la Editorial Cactus.