La dimensión espacial del aburrimiento a debate por la habitabilidad
El aburrimiento es un estado de malestar que experimentamos cuando el entorno en el que nos encontramos inmersos, una actividad con la que tratamos de comprometernos o incluso una relación interpersonal no nos estimula adecuadamente de acuerdo con nuestras necesidades de excitación interna, resultando en la vivencia de la falta de significado (Ros Velasco, 2022). Siguiendo esta definición, podemos afirmar que hemos padecido el dolor del aburrimiento siempre, en todo lugar y momento, con distinta intensidad, frecuencia o duración, y que lo seguiremos haciendo en el futuro, cada vez que nos enfrentemos individual o colectivamente a contextos que no se ajusten a nuestras expectativas en términos de estimulación.
Contamos con testimonios escritos sobre experiencias que podrían caer bajo la etiqueta del aburrimiento desde el siglo VIII a. C., en obras como la Ilíada (canto 24, vv. 402-409) o la Odisea (canto 12, vv. 450-453), y con alusiones directas al aburrimiento desde la Época Clásica, por ejemplo, en Los acarnienses de Aristófanes (vv. 30-32) o en el Simposio de Platón (173c) (Ros Velasco, 2022). Las primeras reflexiones serias sobre el aburrimiento tuvieron lugar durante la época del Imperio, cuando se acuñó en latín el término taedium, y a lo largo de toda la Edad Media, especialmente durante los primeros siglos, cuando se empleaba la palabra acedia para referirse a dicho estado. Todas ellas redundaban en la cuestión de la temporalidad para analizar los entresijos del aburrimiento, pero, además, una buena parte de estas hacía hincapié en la importancia de la espacialidad a la hora de describir este fenómeno, como tendremos oportunidad de comprobar.
Sin embargo, a partir de la Edad Moderna, el aburrimiento pasó a examinarse casi exclusivamente desde el plano de la temporalidad, obviándose la relevancia de la espacialidad. La elocución francesa ennui —o ennuy— apareció en la primera edición completa del Dictionnaire de l'Académie française de 1694, en la que se definía el aburrimiento como “lasitud del espíritu causada por una cosa que se agota por sí misma o por su duración” (vol. 1, p. 371, cursiva añadida). El vocablo procedía del latín enodiare y del provenzal enojo, significante de odio frente a la vida misma, aborrecimiento emparentado con la tristeza, la melancolía, el disgusto, la pena o la preocupación (acepciones que se explicitaron en ediciones posteriores como la de 1777). En cierta medida, la referencia de ennui recuerda a la etimología de la palabra aburrimiento en castellano, procedente del latín ab-horrore, donde horrore significa erizarse, estremecerse y el lexema ab- remite al alejamiento de un punto de partida, pero ennui y aburrimiento apelan a realidades distintas: lo primero tiene que ver con el asco por la existencia, lo segundo con el desprecio de lo que no consigue conmovernos.
Más allá del ennui, fue el término alemán Langeweile el que ensalzó el componente temporal en la experiencia del aburrimiento. Langeweile se formó a partir de expresiones como langer Zeit (tiempo largo), langer bleiben (quedarse más tiempo), lange Warten (larga espera) o lange Weile (largo rato), todas ellas significantes del tiempo que transcurre más despacio de lo normal o que se estira demasiado, el tiempo en el que nada se realiza, plomizo, puro, la longitud sin límite apreciable. Aunque el ennui no adolecía de ese aspecto temporal de la duración, según la descripción ofrecida, su empleo por parte de filósofos y literatos se circunscribió más al aspecto conectado con la afección del hastío por el mundo, mientras que los intelectuales alemanes condensaron sus esfuerzos en recalcar ese plano temporal. Desde Sokratische Denkwürdigkeiten (1759) de Hamann o la Anthropologie in pragmatischer Hinsicht (1798) de Kant, pasando por Die Leiden des jungen Werther (1774) de Goethe, Die verschwoerung des Fiesco zu Genua (1783) de Schiller, el William Lovell (1795) de Tieck, los Hymnen an die Nacht (1800) de Novalis, Die Familie Schroffenstein (1803) de von Kleist, los Französische Zustände (1832) de Heine, el Lenz (1839) de Büchner, Der Tod des Empedokles (1846) de Hölderlin, Der Zauberberg (1924) de Thomas Mann, Die Grundbegriffe der Metaphysik de Heidegger ([1929/1930] 1983), hasta llegar a Zeit (2015) de Safranski, por mencionar solo algunos, el uso de Langeweile colocaba excepcionalmente como objeto experiencial del aburrimiento al tiempo abundante que se alarga hasta la extenuación.
La palabra boredom en lengua inglesa fue posterior a ennui y a Langeweile. No apareció hasta 1766, en una carta que el III Duque de Richmond y Lennox remitió a un destinatario desconocido, en la que expresaba lo siguiente: “Tu última carta ha sido la más jovial que he recibido por tu parte, y… sin ese aburrido d____d francés” (citado en Healy, 1984, p. 24). Boredom surgió de la combinación del verbo bore y el sufijo -dom, ambas partículas provenientes del inglés antiguo. El primer componente significaba algo así como hacer un agujero a través de la perforación de un sólido, mientras que el segundo formaba sustantivos relacionados con un dominio o territorio (Barnhart y Steinmetz, 1999). El aburrimiento era, entonces, el estado en el que se agujereaban los cuerpos, una aproximación, como en el caso de aburrimiento en castellano, distanciada tanto de la temporalidad como de la espacialidad.
La experiencia del aburrimiento se genera siempre en el continuo espacio-tiempo. La inhabitabilidad espacial ha sido señalada a lo largo de la historia como responsable de la inadecuación percibida sobre lo estimulante que nos resulta el entorno en función de nuestras necesidades de excitación. No obstante, la dimensión espacial ha obtenido menos visibilidad que la temporal en nuestro acercamiento al aburrimiento. En las líneas que siguen, me gustaría invitar al lector a adentrarse en un breve recorrido por algunas de las principales manifestaciones filosóficas y literarias que hacen hincapié en el plano espacial del aburrimiento y a reflexionar sobre el impacto que está teniendo en el presente desde distintos puntos de vista.
Una de las primeras reseñas que vinculan la aparición del aburrimiento con la habitabilidad de un determinado espacio se localiza en la tragedia Medea de Eurípides, representada en el 431 a. C. En el monólogo sobre el rol de la mujer en la mítica sociedad griega, recogido en los vv. 244-246, la protagonista explicaba que “el hombre, cuando se halla mal en su casa, sale de ella, y se liberta del fastidio” (1865, p. 230, cursiva añadida). Expertos como Peter Toohey (2004) han planteado la posibilidad de que tanto ese hallarse mal, traducido de la palabra ἄχθητα, como el fastidio (ἄσης) podrían entenderse en este contexto como aburrimiento, aunque también sería correcto hacerlo como disgusto o saciedad. Si fuese lo primero, estaríamos frente a la más antigua asociación entre el aburrimiento y un espacio concreto como es el hogar, ámbito femenino por antonomasia en el que el hombre no siempre consigue encontrarse cómodo, llegando a despertarse en él este desagradable estado (Sommer et al., 2021).
El caso que para Toohey (1988) no deja lugar a dudas es el que aparece en De rerum natura de Lucrecio, poema escrito en el siglo I a. C. La palabra aburrimiento, taedium, no aparece en ninguna parte del texto, pero sí otras formas del latín romano relacionadas con esta experiencia —entre las que se encuentran, entre otras, fastidium, otium, satietas, vacare, fatigo, defatigo, defetiscor, torpor, languidus, desidia, inertia, ineptia, piget, hebes, obtundo, molestus, odiosus, odium, vexo— con las que se describiría el malestar que sufrían los romanos adinerados a propósito de los espacios en los que habitaban regularmente. En los pasajes 1060-1063, hacia el final del Libro III, Lucrecio contaba que aquellos dejaban “su palacio por huir del fastidio de su casa” (1984, p. 232, cursiva añadida). Marchaban a la casa de campo, lugar en el que también se aburrían, para retornar de nuevo al hogar en la ciudad, en una sucesión indefinida de idas y venidas, de escapadas de un espacio aburrido a otro espacio aburrido.
La palabra que aparece en el texto, oscitat, denotaba el aburrimiento causado por el horror loci, la repugnancia que se siente hacia el lugar en el que uno se encuentra. El horror loci, “la sensación de limitación [espacial] […] es uno de los principales síntomas del aburrimiento” (Kuhn, 2017, p. 25). Como explica Bailey, “el aburrimiento y el desasosiego eran una característica de la vida romana hacia el final de la República y principios del Imperio” (1947, p. 1170) provocada por lo insoportable que se tornaba la permanencia en un mismo espacio en el que la experiencia era siempre igual. Lucrecio supo percatarse de que esta no era una situación a la que se exponían únicamente los caballeros romanos: “la mayoría de los hombres viven de esta manera, sin saber qué quieren y mudándose constantemente de un lugar a otro” (Kuhn, 2017, p. 25). No se trataba de un castigo reservado a las clases desocupadas. El remedio, para Lucrecio pasaba por dejar de correr de un lugar a otro para contemplar la naturaleza (vv. 1067-1073).
En una línea similar a la de Lucrecio, el poeta Horacio anotaba, en la Carta XI del Libro I de su Epistolarum (siglo I a. C.), que el aburrimiento era la consecuencia de una strenua inertia que habitaba en el hombre y cuyo remedio no podía encontrarse en el mero cambio de aires: “aquellos que dominan el ancho mar mudan el cielo, no el alma” (vv. 26-27 [2002, p. 72]). En el Libro II de sus Satirae, observamos que Horacio también era presa del aburrimiento desencadenado por el horror loci, incapaz de encontrar la felicidad ni en el campo ni en la ciudad: “en Roma añoras el campo; en el campo, por tu inconsistencia, ensalzas la ciudad lejana hasta las estrellas” (2001, p. 150). También dejaba constancia de esto en sus epístolas (8.8-12 [2002, p. 18]):
No quiero oír ni saber nada que alivie mi enfermedad;
me enojo con mis médicos de confianza, me irrito con mis amigos,
porque se afanan por apartarme de esta funesta apatía;
persigo lo que sé perjudicial, rehúyo lo que creo beneficioso,
y, veleta, en Roma añoro Tíbur, en Tíbur Roma.
El cambio del espacio poco estimulante era inservible para evitar el aburrimiento. Inocentemente, sostiene Salinas en las notas a la edición de las Obras Completas de Horacio de 1909 (p. 324),
el hombre de campo llega a creer de buena fe que en ellos [los grandes centros de población] se vive con menos fatiga y aburrimiento; y trocaría gustoso su servidumbre para mejorar de condición, cuando en realidad solo conseguiría lo que el enfermo grave al cambiar de postura en el lecho, un alivio momentáneo, y la persistencia, si no la agravación, de sus achaques.
En su lugar, Horacio apostaba por el “trabajo duro” (Toohey, 1988, pp. 158-159).
El cambio del hábitat en el que nace el aburrimiento también era inútil para Séneca. En las Epistulae morales ad Lucilium (siglo I), concretamente en la epístola XXVIII (1-2 [1884, p. 28]), expresaba lo siguiente:
Crees que a ti solo ha sucedido, y te admiras como de cosa nueva, haber realizado largo viaje y recorrido muchos países sin desterrar la tristeza y tedio de tu ánimo. ¡Necesitas cambiar de espíritu y no de cielo! Aunque cruces los mares, y como dice Virgilio se alejen tierras y ciudades, tus pasiones te seguirán a todas partes. Sócrates contestó al que se le quejaba de la misma suerte: ¿Te asombras de que no te aprovechen los viajes cuando vas contigo mismo a todas partes? La misma causa que te impulsó te oprime aún.
En el mismo siglo I, Plutarco insinuó, en De viris illustribus, que Pirro de Epiro (318-272 a. C.), en los últimos años de su vida, había comenzado a sufrir un insondable aburrimiento cuando, tras la jubilación, se retiró su tierra natal, donde se le ofreció la fortuna de “poder gozar de lo presente sin inquietudes, y vivir en paz gobernando su propio reino” (1821, p. 420). Sin embargo, de acuerdo con el análisis de Kuhn (2017, p. 23), “en casa él sufría de άλυς [aburrimiento]”, por eso se embarcó en una última gran lucha que le costó la vida. Pirro prefería correr el riesgo de morir que aguantar el aburrimiento que le suscitaba Epiro.
Cuando el aburrimiento se asoció de forma más rotunda a la determinada habitabilidad de un espacio concreto fue sin duda durante la Edad Media. En este periodo se utilizó la palabra acedia, latinización de ἀκηδία, para referirse a un estado de apatía y desmotivación frente a la práctica de la virtud que al clero se le antojaba poco estimulante debido al espacio —aunque también al tiempo— en el que había de ser ejercitada. No es que los hombres de fe se sintiesen faltos de motivación para comprometerse con dicha actividad porque la misma les resultase escasamente estimulante, sino que el lugar en el que se debía desarrollar —y las horas exactas— la despojaba de cualquier atractivo. El aburrimiento, la acedia, en definitiva, estaba íntimamente ligada a la espacialidad inhabitable de la vida monástica que dificultaba el gozo de la contemplación.
Decía Agamben (2006, p. 23) que la acedia representaba en el Medievo
la peste que infecta a los castillos, las villas y los palacios de la ciudad […] [que] se abate sobre las moradas de la vida espiritual, penetra en las celdas y en los claustros de los monasterios, en las tebaidas de los eremitas, en las trapas de los reclusos.
Pero, en realidad, la acedia era el peligroso síntoma de la inhabitabilidad de todos estos lugares.
El corolario inmediato de padecer aburrimiento en un contexto específico no es otro que el de retirarle nuestra atención a ese contexto. La palabra ἀκηδία describía a la perfección la situación de quienes vivían en los monasterios: se compone del privativo a y la voz κηδία (cuidado), por lo que significa literalmente no-cuidado o descuido. Fue usada asimismo por figuras como Cicerón, en el Libro XII de las Epistulae ad Atticum (siglo I a. C.), como significante de desgana (45.1-2). Los acidiosos no podían cumplir con su obligación. Pero la desconexión frente a la tarea no era el único riesgo en juego, sino, como sostiene Wenzel (1967), que las víctimas de la acedia nacida de un espacio específico se diesen cuenta de que en otra parte podrían estar mejor y acabasen abandonando la celda.
En este sentido, el primero en relacionar el aburrimiento con el espacio fue Evagrio Póntico. En su Practikós (siglo IV) subrayaba la inhabitabilidad del locus en el que moraba el monje (1995, p. 141):
El lugar le parece insoportable por el calor, y, sobre todo, por los monjes que le rodean —que le parece que no le tienen consideración ninguna—. Se acuerda de su familia y compara, idealizándola, el amor que le tiene frente a la desestima de los monjes. La jornada le parece muy larga y sofocante, y el ayuno insoportable. Identifica la acedia con el demonio del mediodía, porque combate principalmente a esas horas en las que el ayuno es más duro, y el sol en el desierto cae implacablemente de plano. […] Se desanima ante la perspectiva del trabajo manual y la ascesis propia de la vida solitaria. Fácilmente ilusionado por el demonio con otros lugares donde servir al Señor, siente el impulso de abandonar y huir de la celda, que es el «estadio» donde el monje presenta batalla al demonio.
Sin dejar de estar presente el plano temporal, en la descripción del asceta el protagonismo lo cobra sin duda el espacio. A Póntico le preocupaba que la cobardía de los enclaustrados frente al aburrimiento le ganase la batalla a la gracia divina y los llevase a rehuir la lucha contra el demonio, pero también que se decidiesen a abandonar la celda, el preciso lugar del que emanaba el aburrimiento.
Después de Póntico, Casiano volvió a incidir en esta idea, en las Instituta Coenobiorum (siglo V), identificando el aburrimiento, en el Libro X, con el peculiar aborrecimiento de los monjes hacia el espacio en el que se ha de producir la contemplación, de nuevo el horror loci. También otorgaba, como padre del desierto, mucha importancia al tiempo, pues apelaba al demonio meridiano, esto es, al momento del día alrededor de la sexta hora en el que la acedia se apodera del espíritu de los solitarios. La descripción de Agamben es ilustradora (2006, pp. 24-25):
Apenas este demonio empieza a obsesionar la mente de algún desventurado, le insinúa en su interior un horror del lugar en que se encuentra, un fastidio de la propia celda y un asco de los hermanos que viven con él, que le parecen ahora negligentes y groseros. Le hace volverse inerte a toda actividad que se desarrolle entre las paredes de su celda, le impide quedar en ella en paz y atender a su lectura; y he aquí que el desdichado empieza a lamentarse de no sacar ningún goce de la vida conventual […]. Al final se convence de que no podrá estar bien mientras no haya abandonado su celda y de que, si se quedara en ella, encontraría allí la muerte.
La solución frente al aburrimiento habría sido fácil si los hombres de fe no hubiesen invertido la causa y el efecto. Sostenían que era el demonio de la acedia el que empujaba al monje a rechazar el lugar, cuando, en realidad, era el mismo lugar el que despertaba la acedia del monje. No es de extrañar, con estas consideraciones, que la acedia llegase a considerarse como un vicio que atacaba de forma directa a la espiritualidad. Algunos ascetas, incluyendo al propio Póntico, consideraron entonces justo colocarla entre los vicios de la voluntad corrompida por su peligrosidad (1995, pp. 140-141):
El demonio de la acedia, llamado también «demonio del mediodía», es de todos los demonios el más gravoso. […] le apremia a dirigir la vista una y otra vez hacia la ventana y a saltar fuera de su celda […]. Además de esto, le despierta aversión hacia el lugar donde mora […]. Este demonio le induce entonces al deseo de otros lugares en los que puede encontrar fácilmente lo que necesitaba y ejercer un oficio más fácil de realizar y más rentable.
Casiano, por su parte, la elevó al estatus del pecado capital, junto con la gula, la fornicación, la avaricia, la ira, la tristeza, la vanagloria y la soberbia. Así se mantuvo hasta que, en el siglo VI, el papa Gregorio Magno la sacó de la lista. En adelante, este estado se fundió con la tristeza y desaparecieron las menciones al espacio, poniéndose el énfasis en la hora en la que se era más propenso a padecerla y en las fallas espirituales y morales —e incluso orgánicas— de los perjudicados. Reconocer el espacio como verdadera causa del mal y plantear un cambio de este habría sido demasiado. Actualmente, la acedia está vinculada a la melancolía, la ansiedad y la depresión (Ros Velasco, 2022).
A finales de la Edad Media, Wenzel (1961) reconoce una unión entre el aburrimiento y el espacio en la obra de Petrarca Secretum (siglo XIV), en este caso refiriéndose al espacio que representa la ciudad (p. 39):
[Franciscus] […] se queda en lo que es el aburrimiento de su vida (vite mee tedia) y su disgusto diario con la fealdad del ruido de la ciudad. Todo le produce náuseas allí: las calles malolientes llenas de sucios cerdos y perros callejeros, el sonido de las ruedas que sacude las paredes, el espectáculo de todo tipo de personas realizando trueques y vagabundeando entre gritos.
Esta sería la tónica de los siglos venideros, pues sus palabras no son distintas de las que se emplearían más tarde por los afligidos por la English disease o el mal du siècle para describir las metrópolis aburridas.
Antes de llegar a ese punto, cabe mencionar un caso curioso, el de San Ignacio de Loyola en el siglo XVI, que, tras ser herido en una pierna durante una batalla contra Francia, fue obligado a permanecer en cama durante un largo periodo de tiempo. En las paredes de su cuarto encontró el aburrimiento, pero aquel no vino a torturarle, sino a iluminarle, porque, para matarlo, se dedicó a leer las obras religiosas que le animaron a abandonar el placer de las guerras para convertirse en un soldado espiritual (de Ribadeneira, 1863).
Con la llegada de la Modernidad, el análisis del aburrimiento quedó prácticamente relegado a su conexión con la dimensión temporal y la afección existencial: demasiado tiempo libre, o demasiado poco, tiempo que se hace eterno, tiempo de ocio, tiempo muerto, tiempo vacío, tiempo del deber versus tiempo del poder, aprovechamiento del tiempo, regularización del tiempo, control del tiempo, ocupación del tiempo, repetición del tiempo, tiempos mejores, tiempos peores… Sin embargo, la conciencia de la espacialidad en la que transcurre el tiempo no fue menor y trajo de cabeza a quienes sufrían el aburrimiento en el espacio micro del entorno doméstico y en el espacio macro de las ciudades.
Por ejemplo, el personaje de Lovell criticaba el aburrimiento de París; a Goethe se le hacía aburrida Italia; al Obermann de Senancour le aburrían las tabernas suizas o permanecer en casa en los fríos días de San Mauricio, a su Aldomen le causaban hastío los espacios naturales; al René de Chateaubriand le molestaba Francia en general, también el campo; la Emma de Flaubert se aburría en su morada y anhelaba “el tumulto de las calles, el barullo de los teatros” (2001, p. 114); a Baudelaire le provocaba tedio la metrópolis; a los obreros, les aburrían las fábricas. Luego, a la sociedad en su conjunto le aburrieron los espacios creados para evitar el aburrimiento: los cines, los teatros, los salones, las cafeterías, los parques de atracciones, los estadios, las iglesias… todos ellos referidos como lugares destinados a crear formas de llenar el tiempo.
El aburrimiento en el espacio que constituye la fábrica merece un punto y aparte. Este lugar tan tremendamente aburrido, no solo por la actividad que se desempeñaba en él, sino por su aspecto mismo, convirtió la cuestión del aburrimiento en objeto de estudio científico para la psicología y la psiquiatría a principios del siglo XX. Sin embargo, como sucedió con los monasterios medievales, jamás se revisó el espacio que era fuente de aburrición en sí, sino que se trató a los trabajadores aburridos de mil formas para que las cuatro paredes de las fábricas no les pareciesen tan tediosas (Ros Velasco, 2022). Los expertos en salud mental han prestado más atención últimamente a las condiciones de la espacialidad en la que nace el aburrimiento. Pensemos en aquel estudio en el que se dejaba a los sujetos en un cuarto completamente carente de todo estímulo para comprobar hasta qué punto su aburrimiento les conducía a proferirse descargas eléctricas (Wilson et al., 2014).
En el siglo XXI estamos recuperando la curiosidad por lo que respecta al papel de la espacialidad que se torna inhabitable en la experiencia del aburrimiento, sin incurrir en el viejo error de invertir la causa y el efecto. Los astrofísicos le dan muchas vueltas a cómo hacer que las naves espaciales sean seductoras para los astronautas (e.g., Tchakerian et al., 2022). Los defensores de los derechos animales muestran preocupación por las jaulas en las que se coloca a las criaturas para experimentar en los laboratorios, por las carrocerías en las que se encierra al ganado destinado al consumo humano o por los zoológicos creados para nuestro divertimento porque todos estos espacios propician el aburrimiento (e.g., Burn, 2017). Algunos empiezan a reflexionan acerca de cómo construir prisiones más acogedoras para que los delincuentes no se aburran. Otros estamos analizando el impacto que tuvo el confinamiento en los hogares durante la pandemia por la COVID-19 sobre el aburrimiento (Ros Velasco, 2023), incluso pensamos en cómo hacer que el espacio doméstico sea menos aburrido para los varones con la intención de prevenir la violencia machista (Sommer et al., 2021). Hasta existen especialistas, como es el caso de Christian Parreño (2021), que se dedican íntegramente a estudiar el aburrimiento en relación con la espacialidad.
Que ciertos espacios que habitamos son fuentes de aburrición es un hecho constatado desde hace siglos. Como sociedad, creamos infinidad de espacios en los que nace un aburrimiento que, frecuentemente, afecta a multitud de personas por tiempo indefinido. Esto despierta inquietud porque ese aburrimiento puede llegar a cronificarse, cuando aquellos son inamovibles o cuando no se destinan recursos para modificarlos, al tiempo que estamos obligados a habitarlos, dando lugar a respuestas del todo desadaptativas por parte de quienes se aburren en un intento desesperado de reacción frente al malestar que les suscitan (Ros Velasco, 2022). Cambiar dichos espacios cuando demuestran ser generadores de aburrimiento cronificado, especialmente en el marco macro, puede ser verdaderamente complicado, hasta frustrante, pero la solución no puede traducirse en ningún caso en ignorarlos o en hacer recaer el peso de la responsabilidad directamente en quienes los habitan, tachándolos de enfermos de espíritu incapaces de adaptarse a los mismos.
A pesar de que se atisba una creciente tendencia hacia la revisión del espacio como factor de riesgo en la experiencia disfuncional del aburrimiento, en la sociedad contemporánea continuamos destinando la mayor parte de nuestros esfuerzos a descifrar la pauta de la temporalidad que caracteriza las vivencias desagradables relacionadas con el hastío. Nuestra mirada está enfocada hacia los estragos que causa el ansia por la inmediatez, la gestión de la ocupación significativa del tiempo, la impotencia frente a la escasez de momentos para el aburrimiento o la desorientación frente a la abrumadora oferta de entretenimiento que hemos erigido para pasar las horas. Prestar atención a la dimensión temporal del aburrimiento sigue siendo acuciante para evitar respuestas indeseables, pero debemos poner la mirada también en la espacialidad para estar en condiciones de abordar los casos de aburrimiento más problemáticos que ponen en peligro la habitabilidad.
Un espacio concreto en el que trato de llevar a la práctica aquello sobre lo que predico es el de las residencias geriátricas. Muchos residentes suelen describir estos centros como inhabitables porque los sienten como aburridos (Ros Velasco, 2021), no solo por lo que respecta a las rutinas que se desarrollan dentro de los mismos, sino por razón de su arquitectónica, parecida a la de los hospitales —en los que, por cierto, también se está intentando trabajar la espacialidad (e.g., Steele y Linsey, 2015)—. Desde el proyecto PRE-BORED. Well-being and Prevention of Boredom in Spanish Nursing Homes —financiado por el European Union’s Horizon 2020 research and innovation programme under the Marie Skłodowska-Curie grant agreement No 847635—, que lidero en la actualidad, se estudia el componente espacial que influencia en la experiencia del aburrimiento para crear residencias habitables.
Aplicar el escrutinio de la espacialidad a otros contextos para garantizar la habitabilidad a través de la prevención del aburrimiento —entre otros factores que merman la calidad de vida— es uno de nuestros grandes retos pendientes. Otros fracasaron en el intento en el pasado, pero el nuevo paradigma ecológico de la habitabilidad nos provee de herramientas para repensar la importancia de fomentar espacios en los que los seres vivos que poblamos este planeta podamos florecer: respetuosos y amigables, ricos en oportunidades para el desarrollo y la potenciación de la creatividad, ajustados a nuestras necesidades, pero también a nuestras expectativas de estimulación, libres del indeseable aburrimiento.
Referencias
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Josefa Ros Velasco es investigadora postdoctoral Marie Sklodowska-Curie Actions en la Universidad Complutense de Madrid, donde dirige el proyecto PRE-BORED. Well-being and prevention of boredom in Spanish nursing homes. Previamente, fue investigadora postdoctoral del programa Postdoctoral Research Fellowships at Harvard University for Distinguished Junior Scholars (2017-2021). Es Doctora Europea en Filosofía por la UCM (2017) y especialista en Estudios del Aburrimiento. También es la fundadora y presidenta de la International Society of Boredom Studies y directora de la Journal of Boredom Studies. Es autora del libro La enfermedad del aburrimiento (Alianza Editorial, 2022) y divulgadora en medios de comunicación (especialmente en RNE y COPE). Por sus logros académicos ha recibido distinciones como el Premio Nacional de Investigación en Humanidades (2022), el Premio Medios de Comunicación Nacional de DomusVi (2021), el Premio Alumni-UCM Investigación (2021), el Premio Julián Marías (2020) o el Lincoln Book Prize for Excellence in Teaching and Service de la Universidad de Harvard (2019), entre otros.
Contacto: josros@ucm.es / @JosefaRosUCM / www.josefarosvelasco.com.