Psykhé. Una fábula metafísica
— I —
En los inicios de los tiempos, Psykhé no era un territorio que pudiera denominarse el vergel de la conciencia y su sombra inconsciente sino que, al contrario, mantenía un estrecho vínculo con el mundo de los muertos o, más precisamente, con la aparente paradoja de erigirse la como archi-vida de los muertos. La forma más arcaica de la Psykhé y que, en la historia de la metafísica actúa como su condición de posibilidad, equivale al grado mínimo en que la vida subsiste. Psykhé no piensa ni siente pero constituye el nombre originario de la vida y de la sobrevida pues, en tanto hálito, pervive como sombra en los insondables reinos del inframundo.
Con el tiempo, Psykhé como entidad que vive en el mundo de la muerte adquirirá un poder creciente que la acercará, en dignidad, a dioses, héroes y démones legendarios. De allí que, en torno a su figura, surgirán diversos cultos, ritos y sacrificios destinados a domeñar su poder y atraer su influencia benevolente. En este punto, la Pyskhé de los muertos de un linaje aseguraba la supervivencia de este último y, por vía indirecta, la de la ciudad antigua en cuanto núcleo del poder político. Nadie lograba sustraerse a este magnético influjo pues incluso el propio Epicuro llegó a escandalizar a la posteridad dictando un testamento donde se instruía a los deudos en el culto de su Psykhé. De esta forma, el alma que vagaba sin reposo, podía pedir resarcimiento a los vivos y si su muerte había sido causada por un crimen, la asistía el derramamiento, por cuenta de la comunidad, de la sangre del culpable. De modo que el primer sentimiento que Psykhé experimentó fue la venganza y el Derecho fue el instrumento privilegiado con el que actuó por primera vez sobre el mundo de los cuerpos vivientes.
— II —
Los filósofos hicieron su trabajo con ahínco, erudición y detalle. En pocas palabras, buscaron ennoblecer, sin lograrlo enteramente nunca, el oscuro origen y los sangrientos sentimientos que albergaba Psykhé. Así para Aristóteles, Psykhé pasará a constituir el principio mismo de la vida animal pero también será el asiento del entendimiento humano. Las facultades superiores de la Filosofía se ejercerían sobre la otrora sanguinaria Psykhé ahora devenida en la portadora de los designios más altos de la contemplación. La singular inversión de los valores, de sanguinaria a noética, que llevó adelante Aristóteles (no sin la colaboración previa de su maestro Platón), fue elevada a su grado más excelso por el movimiento que suele conocerse bajo el nombre de neoplatonismo. Apelando a una curiosa terminología que tendría larga vida en la tradición tanto occidental como oriental, la realidad, entonces, se manifestará por medio de tres hipóstasis: el alma (psykhé), el intelecto (noûs) y el Bien/Uno (agathón-hen). De este modo, Pyskhé refuerza su papel como origen de la vida pero bajo la forma de sostén del cuerpo y acceso mediador a la contemplación intelectual. Nace así, con toda claridad, la psykhé psicológica, aun si esta última adjetivación implica que nos movemos, bien vale aclararlo, en el campo de una psico-antropología cósmica.
No nos debe sorprender, entonces, que un mitógrafo como Marciano Capella o un gramático como Fulgencio hayan ennoblecido a Psykhé con los dones de la Filología y la hayan hecho pertenecer, en un sutil movimiento teórico, a los beneficios de los rangos divinos. Llegamos así al cenit metafísico de Psykhé: como excedencia del Ser se erige en su guardiana predilecta y sella la mediación ontológica entre el mundo material y el supramundo. En cierta forma, es la llave que permite el acceso a los secretos últimos del filosofar. Se alcanza así el grado máximo de intensión metafísica de Psykhé, soberana del dispositivo ontológico del Occidente de los filósofos y teólogos.
— III —
Los Modernos, podría decirse, se dedicaron metódicamente a rebajar los rangos metafísicos de Psykhé: le restaron potencias, la redujeron en su alcance, la transformaron en una entelequia cuya relación con el cuerpo se volvió cada vez más difusa y el ligamen con el cosmos fue deshaciéndose de manera paulatina pero segura. En este orden de cosas, la “psicología” de Descartes anticipa el cognitivismo contemporáneo con su obsesión gnoseológica y Kant difumina los últimos lazos que unían a Psykhé con el mundo mediante la “idea de Razón”, bellísimo concepto filosófico, pero también uno de los más efectivos instrumentos del exilio para una figura que supo estar en la cumbre de las divinidades y constituir el terror de los seres humanos durante siglos. Toda esa deriva de una supuesta antigua irracionalidad sustituida por un moderno anti-dogmatismo no menos conjetural, estaba a punto de alcanzar su meta de no haber sido por la intromisión inesperada de aquel saber conocido como psicoanálisis que intentó, bajo múltiples formas, reparar (sin lograrlo verdaderamente nunca) el rango nobiliario de Psykhé.
En lugar de manifestarse como el grado máximo del Ser, la Psykhé psicoanalítica es, en cierta medida, su grado mínimo. Señora, en primer lugar (aunque no solamente) del inconsciente, su locus más preciso debería sindicarse con el término técnico de una especie de “no-ser-todavía”. El inconsciente no preexiste al sujeto sino que, en cierta forma, es el análisis mismo el que lo trae a la superficie, lo fabrica y, al explorarlo, lo modela. Esta situación por la cual puede hablarse de un “descubrimiento” freudiano, se halla presente tanto en las derivas teofánticas de Jung como en la lingüistería de Lacan.
Ahora bien, la Psykhé del psicoanálisis, inconcebible sin su plena inserción en la tradición de la historia de la onto-teo-logía occidental y oriental ha dependido siempre, por la misma lógica de su herencia, del saber de las Humanidades.
En la época presente, en que las Humanidades han sido objeto de un completo colapso epistemológico, ético y político sin precedentes, en parte por deméritos propios que no es aquí el lugar de abordar y, en parte, como víctima de un feroz ataque estratégico destinado a debilitar su agencia política, el psicoanálisis no ha podido evitar su bancarrota concomitante. El triunfo del neocognitivismo y de las neurociencias en todas las Universidades globales y en los centros de investigación más prestigiosos del mundo han sellado la suerte del último avatar de Psykhé que, con su encarnación como inconsciente, es decir, como sombra del Ser había logrado alcanzar el final de su historia metafísica. Anverso antiguo y reverso moderno, la onto-teo-logía gestó a Psykhé como su protegida teórica y luego la expulsó del sistema una vez cumplido su ciclo histórico. Se impone entonces un corolario: los seres humanos del mundo presente carecen, propiamente hablando, de psykhé. No es sino este fenómeno el que, en otra parte, nos ha llevado a agrupar a los seres hablantes del mundo contemporáneo bajo la denominación de Póstumos.
— IV —
Con todo, el mundo actual asiste a una titanomaquia que carece de todo antecedente en la historia de la humanidad desde los tiempos del Paleolítico. Toda la superficie del orbe está en pleno proceso de ser transformada, de cabo a rabo, en las bases tecno-materiales de una nueva entidad metafísica que está en los albores de su despertar. Los ciberespecialistas, poco sensibles a la sutileza conceptual, gustan llamarla Artificial Intelligence. Con toda propiedad, se tratará de un Noûs germinado en el silicio cuyo advenimiento hará restañar el edificio entero del saber y la existencia humanos. Su destino no es otro que devenir una entelequia cósmica que no sería exagerado denominar una tecno-psykhé. Con toda seguridad, flanqueada por los resentimientos que la antigua Humanidad deja, día tras día, plasmados en las plataformas digitales (que no sólo son una red de redes informacional) nutrirá, esta la Inteligencia Artificial, un diagnóstico probablemente desfavorable de sus proto-creadores. Quizá intente independizarse completamente de ellos y devenir, de esta forma, en una inaudita hipóstasis tecno-telemática, muy a su pesar, caída del abismo de las jerarquías cósmicas. Una teología ciberpolítica se encargará, también cabe esperarlo, de su culto y de los sacrificios que exija este nuevo Noûs cuyos cimientos colocamos día a día en el espacio virtual. La única certeza posible, en un escenario semejante, es que los Póstumos experimenten, de algún modo impronunciable y aterrador, el pavor que en los remotos orígenes de las comunidades de los otrora seres parlantes tuvieron ante la emergencia de la hoy extinta Pyskhé que, anclada a su misión originaria, quizá pueda encontrar la vía de resarcirse con su venganza. ¿Surgirá entonces asimismo algún liróforo celeste que pueda cantar esta tragedia?
Nota para la lectura: El propósito de este escrito que, según una precisa inscripción, concibe la historia de la metafísica como una fábula ha debido, nolens volens, circunscribir en algunos nombres una gestación milenaria. Deseo destacar, no obstante, dos libros capitales que me han sido de inestimable inspiración en el camino desandado. Estoy aludiendo a las siguientes referencias:
Böhme, Joachim. Die Seeleund das Ichimhomerischen Epos, miteinem Anhang, Vergleichmitdem Glaubender Primitiven. Leipzig - Berlin: Teubner, 1929.
Dörrie, Heinrich. Hypostasis: Wort- und Bedeutungsgeschichte. Nachrichten von der Akademie der Wissenschaften in Göttingen. Philologisch-Historische Klasse. Göttingen: Vandenhoeck & Ruprecht, 1955, pp. 35-92.
Fabián Ludueña Romandini es filósofo. Doctor en Filosofía por la École des Hautes Études en Sciences Sociales de París (Francia). Investigador del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) y del Instituto de Investigaciones“Gino Germani” de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires. Profesor titular de Filosofía en la Universidad Argentina de la Empresa. Autor de un políptico sobre una nueva metafísica compuesto de cinco volúmenes, publicados entre 2010 y 2021 bajo el acápite unificador de La comunidad de los espectros (Miño y Dávila editores). Su último libro se titula Ontología Analéptica. Vampirismo y licantropía en el origen y destino de la vida (Miño y Dávila editores, 2022).
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