El abstracto humano
Hoy, como en previos entonces, vivimos un tiempo atravesado por la desigualdad. Es adecuado recordar que el siglo XVIII, en gran parte, génesis de nuestro presente, ya batalló con eso que Pontón ha descrito ampliamente en su historia del mundo occidental moderno como «la lucha por la desigualdad».[1] En el año 1795, el poeta, grabador y pintor William Blake (1757-1827), escribió un poema que tituló «El Abstracto Humano» («The Human Abstract»), en ocasiones traducido como «La esencia del hombre» o «El hombre esencial».[2] Entrelineado en sus versos, Blake pespuntea el contexto político-social de su tiempo,[3] una sociedad clasista que pugnaba por mantener la asimetría y la inequidad. Y así se lee en los versos del poeta cuando dice:
La Piedad dejaría de existir
Si no tornásemos a alguien Pobre;
Y no habría Misericordia
Si todos fueran tan felices como nosotros […].[4]
Más de dos siglos después de que Blake escarbara sobre la superficie de la significación de las virtudes cristianas –Piedad y Misericordia– para encontrar, soterradas, a la Pobreza y a la Desigualdad como sus presupuestos, el abstracto humano en nuestro tiempo parece seguir un patrón análogo. Y esto, aunque haya pasado la apisonadora del tiempo y tras las transformaciones del capitalismo troquelado ahora con los principios del neoliberalismo. La Piedad, esa virtud que, según el cristianismo, empuja al amor al prójimo, y a realizar actos de compasión, y la Misericordia, inclinación a compadecerse de los sufrimientos y miserias ajenas, se han transmutado en la inclinación hacia el Rendimiento y la Competitividad, aunque las raíces que presionan hacia tales disposiciones humanas sigan siendo las mismas: la pobreza, la desigualdad.
En nuestro tiempo presente, los hechos parecen haber rebasado los marcos de algunas teorías ético-políticas que se sostenían en el capitalismo de estado vigente a partir de 1945 desvencijados por el ideario neoliberal.[5] Si se acepta que aquellas herramientas explicativas y ordenadoras de lo que acaecía entonces se nos muestran ahora inanes frente a la actual facticidad, se debe cuestionar el implícito que va de consuno con la vivencia de la intemperie teórica y, sobre todo, de la precariedad. Se va a abordar esta última cuestión, ofreciéndose un asidero contextual a través del comentario filosófico al dibujo de la condición del «ser-ineficiente» y la inversión del contrato social que ofrece el filme de Jean-Pierre (1951-) y Luc Dardenne (1954-), Dos días, una noche (2014).
La sinopsis del filme de los hermanos Jean-Pierre y Luc Dardenne, Dos días, una noche (2014) es tan corta como afinado es su atinar describiendo el dilema ético: «Sandra, ayudada por su esposo, solamente tiene un fin de semana para visitar a sus compañeros de trabajo y convencerlos de que renuncien a su prima para que ella pueda mantener su trabajo».[6] En una clara estrategia de desplazamiento de la decisión hacia una «democracia» degradada, la empresa en la que trabaja Sandra representa la conceptualización del capitalismo del siglo XXI corroído por sus propias células. La película, pues, sitúa al espectador en el interior mismo de la vivencia, pues consigue ponerlo en el lugar de esos otros que tienen que escoger entre las dos opciones, todas ellas insatisfactorias. Asimismo, el filme se ubica temporalmente en el período de crisis económica y, en consecuencia, también de valores, de una Europa desmenuzada por la crisis financiera mundial del 2008, todavía no clausurada y, de hecho, hoy algo más hundida en el interior de la experiencia de la pandemia de la COVID-19 y, desde febrero de 2022, inmersa en la espiral bélica del conflicto entre Rusia y Ucrania.
En la entrevista a los directores del filme con motivo de su presentación en el Festival de Cannes del año 2014, los dos sintetizan la génesis de la película de manera precisa. En palabras de Luc Dardenne, la obra surge a partir de las circunstancias que marcan la crisis económica y social europea, encarnada en una persona que va a ser despedida con el acuerdo de la mayoría de sus colegas. Según la reflexión del otro director, Jean-Pierre, el canje entre reducir personal y despedir a una compañera a cambio de una bonificación es un hecho cotidiano, una eventualidad habitual del mundo del trabajo actual, en que los valores que se inculcan y potencian son los de la «obsesión por el rendimiento y la competencia violenta entre empleados».[7] De ahí, la trama: frente a la adversidad y su mecanismo fríamente exacto, ¿qué puede hacer el sujeto?
En palabras de Mosley, la trayectoria fílmica de los hermanos Dardenne, que describe como «realismo responsable» (responsible realism), se mueve en un afán constante por «[…] empoderar a sus protagonistas y, así, ayudar a liberarlos de las circunstancias económicas, las relaciones personales y los estados mentales que, de una manera u otra, los oprimen, restringen y desestabilizan».[8] No es, pues, un puro ejercicio de cine de denuncia social, que podría quedarse en el mero dar noticia de la realidad y sus irregularidades. Es un ejercicio cinemático que se abre hacia la capacidad humana de superar las adversidades. Como dice Jean-Pierre en referencia a la protagonista:
Lo que nos importaba era mostrar a alguien excluido porque se considera débil, no suficientemente bueno. La película elogia a esta «ineficiente» (non performante) que encuentra fuerza y coraje gracias a la lucha con su marido.[9]
Su elogio de la ineficiencia y de los «ineficientes» funciona como antónimo valorativo de lo que en lenguaje empresarial se conoce como la «eficiencia», esto es, el logro de metas con la menor cantidad de recursos o con el mayor ahorro de estos. La película de los Dardenne ilustra, en efecto, la capacidad humana y eficaz, en este otro sentido que es el de luchar a pesar de la situación de infortunio ordinario, diario.
La cinematografía de los Dardenne y, singularmente, esta película, encajan en la denominación que hace Mosley: el espectador está ante un cine «realista» y «responsable». En efecto, la película es realista porque describe las vivencias de su protagonista, su cotidianeidad, y nos hace mirarla sin idealizar ni el texto ni el contexto, representando del modo más fiel posible su realidad personal y la del mundo del trabajo en la Europa de la crisis. Y, ciertamente, también es un cine responsable. Por un lado, al proyectar la obligación ética de cuidar y hacernos cargo de los otros, en términos de reciprocidad, como seres interdependientes y no como meros individuos desligados. Por otro, al reflejar la capacidad que tenemos para reconocer y aceptar las consecuencias de nuestros actos y responder de ellos. Siguiendo a Mosley:
Si bien los hermanos son, sin duda, cineastas realistas ejemplares, su relación con el realismo cinematográfico es tan matizada y compleja como la noción misma. En cuanto a la responsabilidad, creo que toda la carrera cinematográfica de los Dardenne(s) hasta ahora ha mostrado su aguda conciencia de la necesidad en las relaciones humanas tanto de la responsabilidad individual como de la colectiva.[10]
El mismo autor sintetiza parte de la producción cinematográfica de los belgas como el esfuerzo por tejer un tapiz cuya urdimbre está conformada por retratos de «[…] vidas individuales que se desarrollan en un contexto socioeconómico visiblemente sombrío.»[11] Pero se debe insistir en que, en el interior de la tiniebla de las sociedades europeas de principios de este siglo, hay espacio para la nobleza, incluso cuando desemboca en el fracaso del individuo frente al orden de principios éticos neoliberales. Principios que se han naturalizado hasta el punto de ser transparentes, pasando desapercibida su problematicidad. No obstante, el filme no propone ponerse frente al dilema ético, reduciéndolo al enjuiciamiento de «buenos» o «malos», como bien recuerdan los directores:
Luc: Los trabajadores de Dos días, una noche, se colocan en competencia y rivalidad constantes. No hay un lado bueno y otro malo. No nos interesa mirar así al mundo.
Jean-Pierre: Una película no es un tribunal. Los colegas de Sandra tienen buenas razones para decir que sí o no. Una cosa es cierta: la prima no es un lujo para ninguno de ellos. Todos necesitan este dinero para pagar su renta, sus facturas ... Sandra entiende mejor que nadie esa misma lucha contra las dificultades financieras.[12]
La postura no es la del maniqueísmo, sino la de la experiencia del desasosiego de los diferentes caracteres (y del espectador) al sopesar y decidir cualquiera de los dos cursos de acción. Es esa inquietud ética la que posiciona personalmente durante el visionado, no como jueces externos, sino como implicados, sabiendo que la situación no es la de suma cero: no habrá equilibrio entre la pérdida o la ganancia.
Otra cuestión que es materia de reflexión filosófica es la referida a la resignificación de conceptos y procesos. En este caso, es importante mencionar el cambio de valor y de significación que sufren nociones como «capital», tornado, y asimilado, en «capital humano». Y, también, lo que sucede con los mecanismos de decisión mayoritaria que pasan por democráticos y que no hacen sino esconder una trampa tras la decisión colectiva, como se ve en la película.
Respecto de lo primero, un aspecto esencialmente relevante refiere a la carga significante del concepto «capital humano» en el mundo del trabajo actual. Si se sigue una definición estándar, en este caso la que ofrece la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), este organismo internacional define el término como sigue:
(…) de manera característica, se define al capital humano de manera amplia como la mezcla de aptitudes y habilidades innatas a las personas, así como la calificación y el aprendizaje que adquieren en la educación y la capacitación. (En ocasiones también se incluye la salud.) Puede valer la pena señalar que el mundo de los negocios, que ha acogido con afán el concepto de capital humano, tiende a definirlo de manera más estrecha, considerándolo como la calificación y aptitudes de la fuerza de trabajo directamente relevantes al éxito de una compañía o industria específica.[13]
Tras esta definición hay, como es evidente, muchos aspectos que requieren análisis críticos. En primer lugar, que se dé por buena la suma de «humano» al concepto económico «capital». El «capital», en su sentido general, refiere a activos y bienes económicos. Esto es, algo que tiene una conversión posible en «precio» y ocasiona rentas o intereses que se destinarán a producir mayor riqueza. Pero el «capital» se transforma al adjetivarse como «humano». El adjetivo aplicado a «capital» expresa cuál es la cualidad de ese específico «activo» ‒focalizarse en la humanidad, en las personas. Esto se clarifica cuando se mira al sentido nocional de «capital humano» desde una doble dimensión. La primera, cuando dice referir a aptitudes y habilidades «innatas» y a otras «adquiridas» (educación, capacitación). Desde la teoría política se conoce suficientemente bien que las desigualdades, que originan fracturas o escisiones sociales, se producen de muy diversos modos. Se constata que no todos los miembros de una comunidad tienen las mismas oportunidades de acceso a recursos ni a poder desarrollar sus potencialidades, pues no inician su vida en sociedad como una hoja en blanco, ni mantienen inalterables sus habilidades, talentos, estratificación social o capacidad de intervenir en asuntos éticos, culturales, económicos, etc., a lo largo de su vida.[14] La segunda dimensión, esto es, la del «capital humano» en el sentido economicista y «estrecho», es la variable mensurable (contable) de la calificación y las aptitudes de los empleados relevantes para el éxito (o el fracaso) de la empresa. Para la empresa es un parámetro más para tener en cuenta para perseguir su carácter lucrativo (utilidad y ganancia). La lógica económica es evidente cuando se «capitaliza» lo humano y se contabiliza y monetiza: «Económicamente, el rédito del capital humano se puede entender en términos de prosperidad individual y economía nacional.»[15]
En cuanto a lo segundo, es igualmente esencial atender al uso retorcido de la «participación» en la toma de decisiones. Los mecanismos de participación pueden dar lugar a extravíos respecto a la genuina expresión de la voluntad de un colectivo. De modo connatural al problema del principio de la mayoría,[16] es fácil incurrir en el error de considerar justas, de suyo, las decisiones mayoritarias, potenciando la perversión de la participación, convertida ya en «pseudoparticipación»[17] y, por tanto, en una pura manipulación del juego democrático mismo. Si esa participación instrumentalizada se emplea como mecanismo de exclusión del trabajador o trabajadora que la estructura empresarial valora como «capital humano» desechable, se hace pasar por legítimo un esquema perverso. Se pervierte la participación y se da espacio a una democracia degradada consistente en traspasar la decisión y, con ello, la responsabilidad, a los situadamente iguales, a los otros trabajadores y trabajadoras. Queda inmaculado el motor de la decisión última, dirigido por el corazón lucrativo empresarial.
Desde una perspectiva filosófica muy aguda, como es la planteada por Watkins en referencia a la película Dos días, una noche, el filme no solamente ofrece herramientas para reflexionar sobre la solidaridad, sino, también, sobre los procesos de resignificación de la teoría del contrato social. Dice Watkins:
Como una variación en el contrato social, lo que encontramos en el caso de Sandra es la revocación del consentimiento: aceptar la regla económica en lugar de la política, consentir a la legitimación del interés propio en lugar del interés público, y el consentimiento de la exclusión en lugar de la inclusión.[18]
Este «dar la vuelta al contrato social» ilustra que el filme expone de qué manera se da también la inversión de los carriles de participación colectiva. Esta participación pasará a estar determinada por los principios de competitividad entre los individuos, ahora filtrados como «capital humano», en el entramado del sistema económico y laboral neoliberal. Se abre el camino a la producción de nuevas relaciones sociales, formas de vida y situaciones vivenciales del sujeto[19] en las que el trasfondo de reglas morales es el de la competitividad, la rivalidad, la ética de la productividad y de la eficiencia y en el que se expulsan los otros valores posibles: solidaridad, confraternización, igualdad. De hecho, la igualdad, conviene recordar, es condición previa y necesaria de cualquier régimen democrático.
La adulteración de los mecanismos de participación que, en la película de los Dardenne se señala en diversos momentos del metraje, ha sido objeto de crítica en otras propuestas cinematográficas que también han analizado con aspereza el mundo laboral y económico europeo actual. Por ejemplo, el director de cine franco-griego, Konstantin Costa-Gavras (1933-), presenta ácidamente la exclusión de los trabajadores por edad y por, supuestamente, falta de capacitación, en Arcadia (2005), en la que su protagonista ejerce de modo feroz la rivalidad frente a los otros demandantes de un puesto laboral al que aspira. O, también, en un filme posterior, El capital (2012), ya en plena crisis financiera y económica mundial. Es precisamente en esta última película en la que Costa-Gavras expone cómo un directivo utiliza una maniobra de participación y decisión colectiva desde la base para que el resultado justifique el despido de miles de empleados. Paradójicamente y, de hecho, con clara intención de mostrar la corrosión, Costa-Gavras hace que el protagonista se inspire en la estrategia que empleara Mao Zedong (1893-1976) durante la conocida «Campaña de las Cien Flores» (1956). En esa campaña, el líder comunista chino animó a los intelectuales a expresar abiertamente sus sugerencias y críticas a miembros del Partido Comunista Chino para, luego, usar esas críticas, esas veladas delaciones, como justificación de su purga. Como comenta Jimeno Aranda respecto a este episodio de la película de Costa-Gavras:
Empleando de nuevo eufemismos hipócritas, los despidos se dibujan como una operación de mejora de las condiciones laborales desde la base, idea que Tourneuil, tras la sugerencia de su mujer que lee el libro histórico Les années Mao, toma prestada de Mao Tse Tung. El discurso del protagonista es aplaudido por los empleados –cuya presencia es virtual–, mientras es acogido con frialdad por los directivos.[20]
Parece claro que esta apelación a la decisión de la mayoría representa una pura ficción teatral que sirve para envilecer la consulta a la colectividad para ponerla al servicio del capital. De hecho, hemos perfeccionado incesantemente ese envilecimiento con fenómenos que, por rutinarios y cotidianos, pasan inadvertidos en el interior del torrente de la digitalización.
La llamada «cultura digital» se entiende como marcador cultural precisamente porque atraviesa tanto a los artefactos digitales que usamos como a los sistemas de significación que creamos con ellos, dando lugar a lo que, en expresión de Uzelac, es una «nueva ecología social».[21] Asimismo, tal cultura digital se mueve en la ambivalencia de los regímenes de «divulgación» y «transparencia», así como en la extensión, vinculada a tal publicitación, en prácticas de denuncia de irregularidades respecto del sistema que funcione como referencia y, por consiguiente, de sus normas. Prácticas, de nuevo, cotidianas, del día a día, que, no obstante, al ponerse ante nuestros ojos, arrojan no pocas preguntas. Es algo frecuente, hasta el punto de haberse convertido en una actuación maquinal, que, tras haber recibido un servicio, se nos pida rellenar una encuesta de satisfacción. Para todos nosotros se ha convertido en un hábito adquirido y, a la vez, en esa segunda acepción de la palabra «rutina» que la enlaza con la informática, la hemos incorporado como secuencia invariable de instrucciones. Como toda costumbre lleva junto a sí una eticidad, es posible leer que, lejos de realizar una tarea que, por repetida y común, pareciera indolora e indolente, nos ubica en una subjetividad que controla y delata. Ese lado tétrico de las encuestas y, en general, de los sistemas de calificación de servicios (en inglés se conoce como rating game), sitúa al «individuo-cliente» en un ejercicio gerencial de aquella parte de la administración que desvela lo «reprochable» de los trabajadores o, volviendo al vocablo antes empleado, de su «ineficiencia». El engranaje funciona, entre otras cosas, porque azuza nuestra «hipersensibilización» ante el error ajeno, y no la responsabilidad ante el propio, así como nuestra natural tendencia a plegarnos a la obediencia a una autoridad externa del camuflado gerente, directivo o mandatario. Y, trabajando para otros sin recibir compensación monetaria, pero sí, quizás, un engañoso sentimiento de superioridad moral (o de clase), el usuario o consumidor que responde a la encuesta coacciona a sus iguales –otros trabajadores como él– que rebajarán, por la coacción implícita en el temor a unos resultados adversos, su libertad de acción y de expresión, además de su confrontación frente a las condiciones de desigualdad. El temor es poderoso frente a la radiografía efectuada gratuitamente por la red de clientes.
La cultura digital ha potenciado una realidad que no es novedosa: antes de la digitalización ya funcionaban sistemas de medición y control de la producción del trabajador, como, por ejemplo, haciendo depender su salario al destajo o introduciéndose la variabilidad del salario a través de complementos sustentados en la consecución del incremento de ventas, y, con ello, de beneficios para la empresa. Esta nueva ecología social, o distopía ecologizada, esto es, una asunción de nuestra alienación que se ha sabido hacer lógica y logos, principio y palabra, de nuestra casa (oikos), lugar o medio en el que vivimos, lo que sí que conseguido es fundir el día a día con la «gestión algorítmica del trabajo» que es un instrumento esencial en todos aquellos sectores que se mueven a través de plataformas bajo demanda construidas sobre la base de los sistemas de calificación, de satisfacción, que generan los mismos usuarios y que permiten el monitoreo de la clase trabajadora. El cliente, de una manera inercial, no sabe, o no quiere saber, que sus calificaciones están determinando que el trabajador continúe o no contratado. Tampoco sabe, o no quiere saber, cuáles son las consecuencias últimas de algo tan fútil como poner una puntuación del grado de satisfacción: contribuir al incremento de la presión sobre los trabajadores, proyectando sobre ellos un régimen de vigilancia constante y, claro, de racionalización del castigo disciplinario.[22]
Así pues, de lo abstracto humano, de su ficción teatral, de la que se hablaba antes, se podría decir que no es nada ficcional y sí facciosa. Quizás represente, empleando la expresión de Diderot, nuestra propia paradoja como comediantes.
Bibliografía:
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Notas:
[1] Pontón, Gonzalo, La lucha por la desigualdad. Una historia del mundo occidental en el siglo XVIII, Barcelona, Pasado y Presente, cuarta edición, 2018.
[2] Actualmente, circulan traducciones en las que se opta por traducir abstract por «resumen». La equivocidad del vocablo permitiría también ese uso junto con el de lo humano «impreciso», «indefinido» o «indeterminado», abierto, pues, a rellenarse de determinaciones en sus múltiples caminos de devenir.
[3] Para un estudio detallado, véase Gimeno Suances, Francisco, Imaginación, deseo y libertad en William Blake, Tesis Doctoral, Madrid, UNED, 2008. [http://www.cervantesvirtual.com/nd/ark:/59851/bmccz3n8] (Consulta: 05/06/2022)
[4] Blake, William, Antología bilingüe, Madrid, Alianza, 1987, pp. 82-83. La traducción que se ofrece de los versos originales se presenta levemente modificada. Y, claramente, se opta por traducir el título como «El abstracto humano» y no como «La esencia del hombre», que es la empleada en la antología por parte de su traductor, Enrique Caracciolo Trejo (1932-).
[5] Para un estudio detallado de la llamada «ideología neoliberal», véase Martínez Matías, Paloma, «Del neoliberalismo como ideología», Logos. Anales del seminario de Metafísica, 49, 2016, pp. 161-187. [https://doi.org/10.5209/rev_ASEM.2016.v49.53177]
[6] Festival de Cannes 2014, Dossier de Prensa«Deux Jours, Une Nuit. Un film écrit et réalisé par Jean-Pierre et Luc Dardenne», p. 4. [https://www.festival-cannes.com/es/peliculas/deux-jours-une-nuit] (Consulta: 05/06/2022).
[7] Festival de Cannes 2014, Dossier de Prensa, cit., p. 6.
[8] Mosley, Philip, The cinema of the Dardenne Brothers. Responsible realism, New York, Wallflower Press, 2013, p. 6.Con el fin de mantener la coherencia estilística y terminológica del artículo, la traducción de fuentes y recursos en lenguas distintas al castellano es mía.
[9] Festival de Cannes 2014, Dossier de Prensa, cit., p. 6.
[10] Mosley, op. cit., pp. 6-7.
[11] Ibid., p. 7.
[12] Festival de Cannes 2014, Dossier de Prensa, cit., p. 6.
[13] OCDE, «Perspectivas de la OCDE Capital humano: Cómo moldea tu vida lo que sabes», OECD Multilingual Summaries, París, OCDE, 2007, p. 2. [https://www.oecd.org/insights/38435951.pdf](Consulta: 05/06/2022).
[14] Véase, por ejemplo, Vallès, Josep M., Ciencia política: una introducción, Barcelona, Ariel, Tercera edición, 2003, pp. 22-23.
[15] OCDE, art. cit., p. 2.
[16] La tiranía de la mayoría permanece como sombra de sospecha sobre la voluntad popular. Así, siempre conviene recordar la formulación de Tocqueville: «Considero como impía y detestable la máxima de que, en materia de gobierno, la mayoría de un pueblo tiene el derecho a hacerlo todo y, sin embargo, sitúo en la voluntad de la mayoría el origen de todos los poderes. ¿Estoy en contradicción conmigo mismo?», en Tocqueville, Alexis de, La democracia en América (1835-1840), México, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, Segunda Edición, 1963, p. 257.
[17] Von Beyme, Klaus, Teorías políticas contemporáneas (1974), Madrid, Instituto de Estudios Políticos, 1977, pp. 298-299: «[El] irreflexivo romanticismo participatorio [que] amenaza, en caso de malograrse debido a las excesivas esperanzas que despierta, con terminar en una pseudoparticipación de las masas manipuladas por grupos totalitarios.»
[18] Watkins, Robert E., «Turning the Social Contract Inside Out: Neoliberal Governance and Human Capital in Two days, One Night», 2016, p. 4. [http://www.wpsanet.org/papers/docs/Governance%20adn%20Human%20Capital%20in%202D1N_Watkins.pdf.] (Consulta: 05/06/2022).
[19] En los últimos años han proliferado las obras que se han propuesto exponer, especialmente desde la sociología, en qué consisten los procesos de producción de lo que conceptúan como el «sujeto neoliberal». Una de las más conocidas esla de Laval, Christian, Dardot, Pierre, La nueva razón del mundo. Ensayosobre la sociedad neoliberal, Barcelona, Gedisa, 2013. Para conocer un enfoque sustentado en el utillaje psicoanalítico, que convendría discutir en otro momento, sobre el «ser neoliberal» o «neosujeto», fruto proyectado de un «desorden patológico», véase Laval, Christian, «La antropología del sujeto neoliberal», La libertad de pluma, N. 4, 2015. [http://lalibertaddepluma.org/christian-laval-antropologia/] (Consulta: 05/062022)
[20] Jimeno Aranda, Ricardo, La aproximación a la realidad histórica desde la perspectiva del cine político europeo contemporáneo: dos miradas: Marco Bellocchio y Costa-Gavras, Tesis Doctoral, Madrid, Universidad Complutense de Madrid, 2014, p. 1136. [https://eprints.ucm.es/27761/1/T35549.pdf] (Consulta: 05/06/2022).
[21] Uzelac, Aleksandra, «How to understand digital culture: Digital culture - a resource for a knowledge society?», enUzelac, Aleksandra, Cvjetièanin, Biserka (eds.), Digital Culture: The Changing Dynamics, Zagreb, Institute for International Relations, 2008, p. 11.
[22] El caso que se ha estudiado en profundidad es el de la plataforma Uber. Véase Rosenblat, Alex, Uberland, Madrid, Nola editores, 2021.
Montserrat Crespín Perales es actualmente profesora lectora de filosofía en la Facultad de Filosofía de la Universidad de Barcelona (España). Doctora en Filosofía por esta misma institución, ha sido investigadora becada por la Japan Foundation en el Centro Internacional de Investigación en Estudios Japoneses (Nichibunken) en Kioto (Japón). Autora de numerosos estudios en torno a la modernidad y contemporaneidad filosóficas en Japón, entre sus publicaciones recientes destacan los artículos «El papel del simbolismo en la filosofía de Nishida Kitarō» (2022); «La encrucijada de la filosofía humanística de la tecnología en el siglo XXI. Entre la nueva ilustración europea y la filosofía posteuropea china» (2021) y «Tosaka Jun y las funciones epistémicas de la cultura: materiales para un estudio sobre transhistoricidad e identidades colectivas» (2021). Editó el libro Feminismo e identidades de género en Japón (Bellaterra, 2021) y, actualmente, junto a Fernando Wirtz, está coeditando un libro de próxima publicación titulado Después de la nada: dialéctica e ideología en la filosofía japonesa contemporánea (Herder, 2023). ORCID.
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