Sueños de signos y de insignificancia
Natalia Romé
Escribió sobre su angustia a Einstein (…) denunciando la fuerza oscura e inconsciente que se estaba infiltrando poco a poco en la cosmovisión científica, en la que la racionalidad se había confundido, de alguna manera, con su opuesto: ‘La razón hoy está desvinculada de los aspectos más profundos y fundamentales de nuestra psique, y temo que nos arrastrará hacia adelante por el hocico, como a una mula borracha.(…) Estamos de rodillas, rezando al Dios equivocado, una deidad infantil y cruel que se esconde en medio de un mundo corrupto que no puede gobernar ni comprender… (Benjamin Labatut, Maniac)
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El sueño de Einstein y von Neumann
El semblante feroz de la mundialización se deja ver en las dos guerras que rasgaron la aventura prometeica del siglo XX. Pero todo reverso obsceno dispone de un semblante legal: las ciencias llamadas –por las razones equivocadas– “duras”, lograron esquivar el dilema ético sobre los bordes inhumanos inmanentes al humanismo, con una controversia que no cesa de querer agotar los misterios insondables de la existencia.
Einstein, Everett, Bohr, von Neumann, dieron voz al debate ciertamente excitante y complejo, entre posiciones realistas y antirrealistas, distribuidas entre las voces de la física cuántica y la teoría de la relatividad, ambas lanzadas al desafío de captar el todo.
La cautela instrumentalista o convencionalista del antirrealismo vuelve irrelevante la pregunta por el lazo de lo verdadero con lo real. Así, una tal posición convencionalista es, en alguna medida, una forma de escepticismo: “qué punto de vista nos dice la ‘verdad real’ es irrelevante para los experimentos; es una cuestión a debatir por los filósofos, no por los físicos” (Thorne [1994], p. 370).
Su antagónico perfecto, la perspectiva realista, asume que es preciso sostener “la esperanza del teórico de captar lo real en toda su profundidad”, mediante un pensamiento puro, como “los antiguos habían soñado” (Einstein, 1983, p. 86, 79).
¿Sueñan los físicos con captar la absoluta necesidad de lo real o con el algoritmo absoluto capaz de controlar su contingencia? ¿son esos sueños tan diferentes?
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El sueño de Turing
Desde 1936, Alan Turing propuso un razonamiento matemático para explicar el desarrollo orgánico-biológico. ¿Soñaba Turing con fabricar un cerebro?
Sobre algunas de sus ideas, trabajó John von Neumann –su colega en Los Alamos, donde ambos confluyeron en los desarrollos del Proyecto Manhattan– para optimizar el diseño del ordenador ENIAC. Su libro Fundamentos matemáticos de la mecánica cuántica (1991), había sido ampliamente celebrado en la comunidad científica europea, antes de la guerra, y desempeñó un papel importante en la aceptación de la indeterminación de la teoría cuántica, dispuesta a dejar caer la imagen de lo real, para ganar el control de su incertidumbre.
Ni Turing ni Neumann soñaban solos. En 1943, los matemáticos McCulloch y Walter Pitts publican el paper “Un cálculo lógico de las ideas inmanentes en la actividad nerviosa” donde proponen que las conexiones neuronales son sistemas lógicos (Rodríguez, 2012: 27).
Un nuevo materialismo neurobiológico, formalista y matematizado, se abrió paso. Promueve una causalidad neurológica para explicar la totalidad de la vida psíquica, sobre una serie de depuraciones de lo psíquico a lo cerebral, asistidas no obstante por un exceso de restitución espiritualista que hace reingresar en la escena formalizada de la ciencia, el espectro de lo mental. Alojado allí, “lo que constituye síntoma y malestar debe ser construido en calidad de trastorno (disorder) que encuentra su localización material en los mecanismos neuronales del cerebro concebido como una máquina por la cual circula información” (Castanet, 2023: 26).
Lejos de los exquisitos reductos científicos, la difusión del concepto de información debe mucho al borramiento de sus aspectos semánticos y las ineficaces ambiciones de contenido, “quedando reducido a la estocástica de las combinaciones de signos (…) metáfora para procesos comunicacionales y de control en todos los posibles ámbitos del saber, avanzando así al estatus de un nuevo ‘concepto de substancia’ tan universal como difuso” (Vogl, 2023: 52).
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El sueño de Hayek
En el desarrollo del concepto de información, los protagonistas no son el Estado, las universidades o las fuerzas armadas norteamericanas, sino los institutos de investigación de las empresas telefónicas, dice Pablo Rodríguez (2012: 30).
La Teoría Matemática de la Información, desarrollada por Claude Shannon y Warren Weaver hacia 1948, establece la relación entre estadística e información sobre la base de una preocupación fundamental: el control de la entropía. “Medir matemáticamente la información es medir la incertidumbre asociada al producto de una fuente de mensajes” (Rodríguez, 2012, p. 33).
En 1956, J. Kelly publica, en el número 35 del Bell System Technical Journal, el artículo titulado “A New Interpretation of Information Rate” que retoma el concepto de entropía de Shannon para estudiar las posibilidades de las apuestas con información privilegiada.
No era el primero, la alianza entre información y finanzas es algo anterior. En “El uso del conocimiento en la sociedad”, Friedrich Hayek (1945) afirma que “Para comprender la verdadera función del sistema de precios (…) debemos considerar dicho sistema como un mecanismo para comunicar información.” (Hayek, 1983: 165). ¿Soñaba Hayek con algoritmos sociales?
“La afirmación de que debemos cultivar el hábito de pensar lo que estamos haciendo constituye un axioma profundamente erróneo (…) La civilización avanza al aumentar la cantidad de operaciones importantes que podemos realizar sin pensar acerca de ellas” (Hayek, 1983, p. 166-7).
El fin del Tratado Breton Woods, en 1971, haría el resto. Sobre la base de las tecnologías de red (apoyadas en algunos de los desarrollos matemáticos y cibernéticos) se impulsó la combinación de la informatización de los mercados financieros con la financiarización de la información. Apenas hace falta un modelo estocástico y la eficiencia logra, por fin, disciplinar la contingencia. Sin otra ley –de orden o verdad– que la fiereza probabilística. Reducida al puro presente de la metafísica financiera.
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El sueño de Lacan
En 1966, Joseph Weizenbaum creó el programa ELIZA para el MIT. El programa, similar a un chatbot, ofrecía respuestas predefinidas que hacían que los primeros usuarios sintieran que estaban hablando con alguien que entendía lo que decían. La versión más conocida se llamaba DOCTOR, un chatbot entrenado para responder como terapeuta.
La experiencia llegó a oídos de Lacan. En la clase del 30 de noviembre de su seminario, luego compilada en el libro XIV, titulado La lógica del fantasma (2023), Lacan compara a ELIZA con el personaje de la obra teatral Pigmalión, una vendedora de flores adiestrada para expresarse en una sociedad de la que no forma parte.
La “pequeña máquina del MIT” no trata sobre la potestad de responder preguntas sino sobre el juego que pone en tela de juicio “lo que puede producirse en quien le habla” (Lacan, 2023, p. 43). De algún modo, el asunto concierne a la transferencia y abre a la pregunta sobre “la función terapéutica de una máquina”: “¿podemos ganar en el juego del par o impar? (…) hace quince años construí un modelo para uso propio de psicoanalistas, con el fin de producir en su mens, mind, esa especie de desasimiento necesario respecto de la idea de que el funcionamiento del significante es, por fuerza, la flor de la conciencia” (Lacan, 2023, p. 44).
¿Soñaba Lacan el mismo sueño que Einstein, von Neuman, Turing y Hayek?
En 1967, Lacan ofrece una conferencia en Nápoles. La titula «La méprise du sujet supposé savoir», Lacan dice allí que el inconsciente es algo que se dice, sin que el sujeto se represente en ello, ni sepa lo que está diciendo. Tal vez por ello “todo viene bien para servir como modelo que dé cuenta del inconsciente: el pattern de comportamiento, la tendencia instintiva, incluso la huella filogenética en la que se reconoce la reminiscencia de Platon…” (Lacan, 2012, p. 349).
“Queda por decir que los picaros lo son menos que el inconsciente y es lo que sugiere oponerlo al Dios de Einstein” (350). Todos lo saben, el sujeto lacaniano es el sujeto cartesiano….¿desde detrás de escena? No tanto. En su inestable evanescencia. Pienso luego existo. ¿La bolsa o la vida?
Ese sujeto “aparece en el momento en que la duda se reconoce como certeza -sólo que con nuestra manera de abordarlo, los fundamentos de este sujeto se revelan mucho más amplios y por consiguiente, mucho más sumisos, en cuanto a la certeza que yerra. Eso es el inconsciente” (Lacan, 1984, pp. 132-133).
En esto, Freud se acerca y se separa de otros grandes científicos -continua Lacan- Newton, Einstein, Planck…cuyo proceder es a-cosmológico, porque traza “en lo real un surco nuevo con respecto al conocimiento eterno que cabe atribuirle a Dios” (ibíd.).
Mientras que lo que asegura el campo freudiano en su subsistencia es, paradójicamente, el “ser un campo que, por su propia índole, se pierde” (Lacan, 1984, p. 133). La pérdida “sin compensación, sin saldo a su favor” sólo puede ser retomada en la función de la pulsación (ibíd.). De allí que la causa del inconsciente deba “ser concebida intrínsecamente como una causa pedida. Es la única posibilidad que tenemos de ganarla” (p. 134).
Contingencia podría ser también, allí, la relación del sujeto con un conocimiento que lo supera. El orden de indeterminación aquí concernido reclama, más bien, una teoría descontrolada, capaz de afirmar y a la vez tachar al sujeto imaginario del conocimiento –ese supuesto saber– bajo el primado de lo equívoco. Sobre la imagen de la tachadura que revela aquello que tacha, se establece la imposible conjunción de una teoría-clínica. No reclama para sí nada parecido a terapéutica filosófica, sino un tipo singular de intervención, la práctica equívoca de un sujet suppose savoir que concita un tipo singular de teoría: aquella que aloja una falta que debe encontrarse de nuevo en otros espacios, inscrita aquí como indeterminación, allí como certeza, y que forma el nudo de lo in-interpretable.
¿Sueña Lacan con una teoría clínica de las causas perdidas?
Una teoría orientada por un no saber, que se dice como error o como derrota, y que aparece de forma ambivalente como malentendido, lapsus, división o equivocidad constitutiva. Una teoría clínica, que avance agujereando el saber, allí donde éste despliega su ensoñada omnipotencia. Una teoría radicalmente materialista, sojuzgada por la práctica, lanzada a perseguir sin macerar, los irreductibles horizontes inciertos del acto, siempre paradójico: “por el hecho de que en el objeto es activo" y con ello es "el sujeto subvertido” (Lacan, 2012, p. 352).
En los atormentados años de fines de los setenta, en los que la crisis del marxismo exhibía sus rostros menos promisorios, Michel Pêcheux se detenía en una bella y enigmática frase de Lacan: Il n’y a de cause que de ce qui cloche. Esta frase encuentra el punto preciso donde el platonismo carece radicalmente de inconsciente: esa causa que determina al sujeto allí donde el efecto de subjetivación lo apresa. Causa perdida que se manifiesta incesantemente bajo las formas del acto fallido, etc., porque las huellas inconscientes no se "borran" ni se "olvidan" nunca, sino que se abren una y otra vez en el latido del sentido y sin-sentido del sujeto dividido. (Pêcheux, 1978, p. 217).
Es en la medida en que la lingüística se inscribe como ciencia en el marco de su proyecto de formalización, que descubre simultáneamente que no puede formalizar al sujeto en lo singular e irrepresentable de su enunciación más que a través de la notación de sus efectos, como equivocidad. Del campo de la palabra a la materialidad de la letra, se abre ese instante de po-ética esquiva, que nos indica que es de la lengua lo real, su infinito desdoblamiento, su verdadera insignificancia.
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El sueño de Blanqui
Si no se le puede consentir límites al universo, ¿cómo soportar el pensamiento de su no existencia? (…). Por más débil que sea, habría que hacerse una idea del infinito sólo por lo indefinido (…) Aun cuando cada palabra indicara los alejamientos más aterradores, se hablaría de miles de millones de miles de millones de siglos, a una palabra por segundo, para expresar, en suma, tratándose del infinito, sólo una insignificancia (Blanqui, 2000, p. 4)
Como Demócrito –afirma Borges (1936)– Blanqui abarrota de mundos facsimilares y de mundos disímiles no sólo el tiempo sino el interminable espacio también. Su libro se llama La eternidad por los astros. Pero, sabemos, Blanqui ya no es de nuestra era.
Nuestra era en la que todo puede saberse, elegirse y gozarse es una era de desconsuelo, nos pierde en el olvido fundamental de nuestra propia finitud, esa que insiste en transmitir mediante las tantas formas del error y la derrota, el hilo de una sabiduría fundamental, basada en la simple aceptación de que “todo no se puede, todo no se goza” (Amigo, 2019, p. 209).
Lo que denominamos progreso está encerrado en cada Tierra entre cuatro paredes y se desvanece con ella. Siempre y en todas partes, en el campo terrestre, el mismo drama, el mismo decorado, en la misma estrecha escena, una humanidad ruidosa, infatuada de su grandeza, creyéndose el universo y viviendo en su prisión como en una inmensidad, para hundirse muy pronto con el globo que ha cargado, con el desdén más profundo, el fardo de su orgullo. (Blanqui, 2000, p. 60).
Afortunadamente, toda causa perdida existe como evanescencia del presente, en sus intraducibles. Difícilmente deje de pulsar el infinito abierto de las infinitas posibilidades absurdas, por muertos que estén los que se atrevan a soñar con la causa perdida.
Bibliografía:
AMIGO, S. (2019) Clínica de los fracasos del fantasma. Cascada de Letras.
BORGES, J.L. (1936) «El tiempo circular». Historia de la eternidad, Buenos Aires.
BLANQUI, L. A. (2000) La eternidad a través de los astros. Hipótesis astronómica. México, Siglo XXI.
CASTANET, H. (2022) Neurología versus psicoanálisis. Buenos Aires, Gramma.
EINSTEIN, A. (1983) Sobre la teoría de la relatividad y otras aportaciones científicas. Sarpe, Madrid.
EINSTEIN, A. (1999) Sobre la teoría de la relatividad especial y general. Alianza Editorial, Madrid.
KELLY, J. L. (1956) «A new interpretation of information rate», Bell System Technical Journal 35, pp. 917-926.
LABATUT, B. (2024) Maniac. Barcelona, Anagrama.
LACAN, J. (1984) El Seminario de Jacques Lacan, libro 11, Los Cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, Paidós, Buenos Aires.
LACAN, J. (2012) Otros escritos. Buenos Aires, Paidós.
NEUMANN, J. (1991) Fundamentos Matemáticos de la Mecánica Cuántica. Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Madrid.
PÊCHEUX, M. (1982) «Délimitations, retournements et déplacements». En L’Homme et la société, Nº 63-64.
PÊCHEUX, M. (1990) «Il n’y a cause de ce qui cloche (1978)». En Denise Madidier L’inquiétude du discours. Paris, Editions des cendres.
RODRÍGUEZ, P. (2012) Historia de la información. Buenos Aires, Capital Intelectual.
THORNE, K. (1995) Agujeros negros y tiempo curvo. Crítica, Barcelona.
VOGL, J. (2023) Capital y resentimiento. Buenos Aires, Adriana Hidalgo.
Natalia Romé. Doctora en Ciencias Sociales y Magister en Comunicación y Cultura, ambos por UBA. Profesora Titular de Investigación de la Comunicación en la Facultad de Ciencias Sociales, UBA. Investigadora del Instituto de Investigaciones Gino Germani, UBA, donde co-coordina el Programa de Estudios Críticos en Ideología, Técnica y Política. Dirige la Maestría en Comunicación y Cultura, UBA. Profesora visitante en las Universidades Milano-Bicocca; UNICAMP, Granada. Entre sus libros se encuentran La posición materialista (EDULP, 2015); For Theory. Althusser and the politics of time (Rowman and Littlefielf, 2021); y las compilaciones: Notas materialistas. Para un feminismo transindividual (Doble Ciencia, 2022); Asedio de tiempo (IIGG-CLACSO) y Para una crítica de la neoliberalización (Imago Mundi, 2021).